Anoche tarde... el calor no nos deja dormir... ni pensar. Y sin embargo, debemos preparar las actividades del verano: colonias, camping, cursillo, candidatados o postulantados, retiros, convivencias. Y al final, el balance de las actividades. ¿Conseguimos los objetivos que nos habíamos propuesto?
Como consagrados o laicos empeñados en el apostolado tenemos que hacer las cuentas, ahora en verano, de nuestra labor anual. Por elección de Dios, hemos sido llamados a ser “los profesionistas y los profetas del anuncio”. Es necesario, por tanto, mirar los resultados. ¿A cuántas personas ha llegado nuestro mensaje? La labor de evangelización no debe confundirse con la del voluntariado o la asistencia social en donde los resultados se miden sólo por la acción realizada, los sentimientos despertados, o el bienestar personal que se ha logrado. Como agentes de la nueva evangelización nos debemos confrontar con las personas.
Trabajo con niños, adolescentes, jóvenes o adultos. En un orfanato, en la parroquia o en una escuela. Catequesis, animación juvenil o asistencia parroquial. Y me debo preguntar por el destino de mi mensaje y no sólo por el fruto de mi acción, recordando lo que decía Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte “Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo que exclamaba: <<¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!>> (1Cor 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera (n. 40).
Si me he desgastado, si he dado lo mejor de mí mismo, pero he reducido mi radio de acción a una labor de mera solidaridad humana, entonces tendré que revisar mi intencionalidad, pues Dios no me ha elegido para realizar esta labor, muy loable por cierto, sino para evangelizar. Y es que es tan fácil con el pasar del tiempo confundir la evangelización con la solidaridad...
Por ello, al llegar el tiempo en el que nuestro cuerpo y nuestras mentes piden un reposo, es conveniente pasar revista a lo que hemos hecho, cómo lo hemos hecho y para quién lo hemos hecho.
Evangelizar, lo sabemos muy bien, es llevar el mensaje de la buena nueva buscando la conversión de los corazones. No es fácil realizar esta labor si queremos lograr que Cristo reine en los corazones y las mentes de toda la humanidad, especialmente en las almas a nosotros confiadas. Son muchas y muy variados los obstáculos a los que nos podemos enfrentar y olvidarlos o ignorarlos puede hacer que nuestro apostolado quede disminuido o se ejerza en un radio de acción muy pequeño.
Así, como ejemplos podemos decir que ignorar el psicologismo rampante, el personalismo reinante, el subjetivismo que hace de la persona el centro del universo, o el relativismo que niega la posibilidad de alcanzar la verdad, es sentenciarnos a la improductividad apostólica.
No comprender que los jóvenes hablan un lenguaje diverso al nuestro por no tener más ideales en la vida que aquellos que les ofrece el materialismo o el hedonismo, nos conduce a aparecer ante ellos como fundamentalistas católicos.
Pretender que el joven adulto escuche nuestras razones, sólo porque tenemos la verdad y olvidarnos que para ellos la verdad no es una y que se puede encontrar en cualquier supermercado religioso de factura reciente, es condenarnos a presentarnos como unos impositores irracionales, porque cada cual, según ellos, tiene derecho atener su verdad.
Ignorar que para muchos la religión es sólo una alternativa más a una escuela psicológica en donde la gracia de Dios no tiene espacio, es para muchos, reducir nuestro apostolado a un lavado de cerebro.
Ahora que llegan las tardes largas y las noches cortas, conviene analizar si hemos sido evangelizadores sabios que han escrutado los signos de los tiempos y hemos sabido leer las claves modernas para hacer accesible el evangelio a todos los hombres. No es adaptar, rebajar o diluir el evangelio para hacerlo accesible a los hombres. Es conocer los prejuicios, la cultura, la vida del hombre de hoy, para abrir los canales más adecuados por los que pueda llegar el evangelio. De lo contrario nos reduciremos a hacer voluntariado o a hablar un idioma incomprensible para muchos.
Quien renuncie a realizar este análisis puede estar comprometiendo la eficacia de su labor y encontrarse el próximo año con un verano de días largos y resultados cortos.