El 8 de marzo celebramos el “día internacional de la mujer”, en el cual se busca tomar conciencia del valor y la dignidad femenina. Representa una ocasión para reivindicar los legítimos derechos de las mujeres así como de seguir empeñándose por eliminar las diversas formas de discriminación, violencia, menosprecio o injusticia por motivos sexuales (mejor hablar de sexo que de género).
En este contexto es urgente que la mayor parte de las mujeres tomen parte en la batalla por alcanzar paridad respecto al varón y en el reconocimiento de su dignidad. De lo contrario, como sucede frecuentemente, un pequeño número de mujeres enarbolarán la bandera de “la mujer”, pero ¿qué mujer? Las minorías pueden imponer sus dogmas a la mayoría inerte y pasiva. En efecto, en diferentes conferencias internacionales sobre la mujer han hecho oír su voz colectivos minoritarios femeninos –lesbianas por ejemplo- como si fueran la “representación oficial de la mujer”, o el modelo acabado de lo femenino, lo cual, por lo menos es cuestionable y estadísticamente es falso.
Eso ha contribuido, y no poco, a desprestigiar el papel de la madre, tantas veces e injustamente considerado una carga insoportable o una opresión del varón. La labor de ama de casa, las tareas de servicio, los oficios de atención personal, como la enfermería, muchas veces no son suficientemente valorados por la opinión pública, ni equitativamente reconocidos y remunerados.
Todo ello invita que sean las amas de casa, las madres felices, las que han sido capaces de tener un matrimonio pleno, a pesar de los sinsabores y dificultades, las que ahora salgan a la calle y hagan oír su voz; de lo contrario, falsamente seguirán considerándose como una especie en extinción, porque lo medios solo hacen eco de lo escandaloso y no de lo normal. Es necesario su testimonio de algo obvio: que tienen dificultades, pero que valen la pena, y son felices.
Es necesario hacer más sinergia, para que estén convenientemente representadas, por ejemplo, las madres de familias numerosas, o las madres que compaginan el trabajo profesional con las labores hogareñas, o las mujeres dedicadas a tareas de servicio. De esa forma, podrán hacer valer sus derechos, recordar su presencia y valiosísima aportación a la sociedad, crear cultura y que se vean en los diferentes medios artísticos: cine, teatro, literatura, etc. Una voz necesaria, primero por ser real y mayoritaria, después porque su presencia contribuirá decididamente a humanizar la política y con ella la sociedad.
De lo contrario, seguirá abriéndose paso un feminismo que ofrece la cara más oscura de la mujer: un feminismo que aboga por hacer del aborto un derecho humano, o que fomenta la promiscuidad sexual en la mujer desde temprana edad, o que gusta de exhibirla como objeto decorativo, condenándola a valorarse por como es valorada por el colectivo masculino, y no precisamente el más culto y elegante, sino por aquel que solo sabe apreciar como atributos femeninos, las medidas de cadera, cintura y busto.
Ese feminismo lógicamente no lo vamos a hacer los varones; a veces nos duele ver como la mujer se denigra y empobrece con un feminismo encaminado exclusivamente a eternizar el dominio sexual del varón ella. Es triste ver que se las valora y ellas se valoran en función solo de un aspecto, que si para el varón es fundamental, no lo es tanto para ella: la sexualidad, dejándose en la sombra la dimensión afectiva, tradicionalmente más cara a la mujer. Se trata paradójicamente de un feminismo de corte machista, es decir, que ha terminado por satisfacer las exigencias de aquellos hombres que en la mujer no ven otra cosa que un objeto de satisfacción sexual, para “usar y tirar”. Lo más grave es que muchas mujeres piensan que es una “conquista” suya y no perciben que han terminado por satisfacer los sueños más obscenos del varón: algunos aspectos de la moda, o del modo de plantear las relaciones entre ambos sexos, sin ningún tipo de compromiso, lo demuestran. Don Juan Tenorio ha adquirido una carta de reconocimiento, ¡de manos de las feministas!
Por todo lo anterior ha llegado la hora en que la mujer participe activamente en la construcción de un auténtico feminismo que obtenga el merecido reconocimiento a las labores del hogar y la maternidad. Las mujeres que libremente eligen ese camino, ni son reprimidas ni infelices, sino todo lo contrario, a pesar de los eslóganes que una pequeña minoría activista intenta imponer. La evidencia contundente de que la mujer es feliz con sus hijos y del gran número que ha sabido sacar adelante un matrimonio, compaginar labores del hogar y trabajo externo, o ser lo suficientemente generosa para acoger una familia numerosa así lo demuestran.