Algunos adolescentes son como un “volcán”. Los sentimientos fluyen en el adolescente con una fuerza y una variabilidad extraordinarias. La adolescencia es la edad de los grandes ánimos y de los grandes desánimos, de los grandes ideales y de los grandes escepticismos.
La felicidad no está en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno debe hacer.
Pese a que la virginidad no está precisamente de moda, hay que valorarla en toda su grandeza: Un adolescente de 17 años dijo que no le gustaría tener en su mente encuentros sexuales del pasado en la noche de bodas. Esto le ayudaba a abstenerse de las relaciones sexuales antes del matrimonio.
En un estudio se les preguntó a dos mil adolescentes: ¿Les han hecho en su casa la propuesta de la virginidad? ¿Han recibido razones para llegar vírgenes al matrimonio? ¿Les han hablado de los beneficios de la abstinencia sexual y les han explicado la escalera de la pasión? Este último concepto consiste en saber qué ocurre en una pareja con la intimidad física, y si el chico o la chica se han propuesto la meta de la virginidad, en qué etapa debe detenerse.
El resultado fue: Al 80% de las mujeres se les propuso en sus hogares la meta de la virginidad y al mismo porcentaje les dieron razones para llegar vírgenes al matrimonio. En cambio, solo al 50% de los hombres se les propuso la meta de ser vírgenes.
Los adolescentes deben tener su meta clara (abstenerse de tener relaciones sexuales), porque si no es así, si no conocen los beneficios y los riesgos de una intimidad prematura serán presas fáciles de caer en una sucesión interminable de encuentros sexuales que los dejará vacíos emocional y espiritualmente.
López Quintás ha señalado que si un muchacho piensa que ama a una joven, pero lo que ama en realidad son sólo las cualidades de esa chica que le resultan agradables, y sobre todo si son de tipo sexual, es probable que haya más amor a sí mismo que otra cosa, y que ame sobre todo el halago y el hechizo que le producen esas cualidades. Y si esas cualidades pierden interés, debido al tiempo o a lo que sea, o dejan de resultar placenteras por el embotamiento que produce la repetición de estímulos, pensará que su amor ha desaparecido, aunque quizá sería mejor decir que ese amor apenas llegó a existir, pues desde el principio estuvo impregnado de egoísmo.
Quien apetece a otra persona sobre todo para saciar su avidez sexual, no establece apenas vínculos personales con ella, sino que la utiliza. En cambio, el que ama da lo que tiene, se da a sí mismo. Son actitudes bien distintas: una arranca del egoísmo, la otra de la generosidad.
Cuanto más se “sexualiza” un noviazgo, más riesgo hay de que derive en una unión de dos egoísmos. En esos casos, el placer sustituye al cariño con más facilidad de lo que parece, y se introducen en una atmósfera hedonista que ensombrece el horizonte del amor y les impregna de frustración y de tristeza.
La adicción al sexo tiende siempre a pedir más, pues la sensibilidad sufre un desgaste y reclama estímulos cada vez más intensos.
El placer posesivo es interesado, no busca al otro o la otra, no respeta la dignidad de la persona y da pie a la infidelidad y a la desgracia. La mujer debe fomentar un atractivo personal, pero no a base de perder parcelas de su intimidad.
Algunos dirán que no tener relaciones con la persona amada es represión, y no lo es; es preferir otra cosa. Reprimirse es prescindir de algo atractivo para quedarse vacío. Pero cuando, por ejemplo, una madre se priva de algo por amor a un hijo suyo, no se dice que se esté “reprimiendo”, sino que se está sacrificando por obtener algo mejor para su hijo. Y cuando un novio o una novia guardan su cuerpo para entregarlo limpio en el matrimonio, no se reprimen sino que apuestan por algo superior.
En una ocasión explicaba un muchacho de diecinueve años: «A lo mejor, en determinado momento, guardarte para tu novia puede costarte; pero en cuanto observas las cosas desde una perspectiva más amplia, ves enseguida que, al esperar, estás conservando un tesoro muy valioso, y no quieres echarlo por la borda. Cuando algunos te miran por encima del hombro por no funcionar como ellos, pienso que yo podría hacer lo mismo que ellos cualquier día sin ningún esfuerzo, pero en cambio me parece que a ellos les costaría bastante desintoxicarse de todo el exceso de sexo que tienen ya encima. He decidido esperar hasta casarme, y el hecho de que mi novia también sea capaz de esperar unos años por mí, me parece una buena muestra de lo que ella vale y de lo que me quiere.»
La posesión no es -como a veces se pretende- una "prueba" del amor, sino casi su Acta de defunción.
Para ayudar a los jóvenes, escribió Romano Guardini, el factor más eficaz es cómo es el educador; el segundo, lo que hace; el tercero, lo que dice.