Parece ser que una vez más se ha desatado en diversas latitudes de nuestro planeta un nuevo “avance” para defender los “derechos homosexuales” a través de marchas y manifestaciones en los Estados Unidos, en España, en Argentina, en Brasil e incluso en algunas ciudades de México. Por supuesto, en esta ocasión como las anteriores, el decir verdades a medias o mejor dicho el vestir a las mentiras como verdades es la mejor arma.
Si se habla de derechos de homosexuales primero se debe comprender que la ley no hace ninguna distinción entre el homosexual y el heterosexual, lo que sí hace nuestra legislación es definir y proteger los derechos de la persona. Una persona no deja de tener esta característica por ser o no homosexual, bisexual, heterosexual, o cualquier calificativo que se le quiera poner. Toda persona es sujeta a derechos y obligaciones y estos derechos y obligaciones aparecen contemplados en la legislación de todo el mundo. Así pues, decir que se busca defender derechos homosexuales es tanto como decir que se trata de algo distinto a una persona. Y creo que esto es lo último que dichos grupos pretenden hacer, ya que parte de los gritos y las pancartas que ellos mismos corean y enarbolan es el de querer ser tratados como personas.
Ahora bien, las personas se rigen conforme a un marco legal. En ese marco legal aunque existen excepciones perfectamente descritas, hay también instituciones que son tuteladas por el derecho, precisamente porque son éstas las que establecen el orden jurídico y gracias a ellas se preserva también la estabilidad social y el bien común. Concretamente me refiero al matrimonio y a la familia. El matrimonio es definido por la ley como un contrato en el que se establece la unión de un hombre y una mujer para la ayuda mutua y la procreación de los hijos. Por supuesto, seguimos hablando de personas. El hecho de que alguien sea homosexual no quiere decir que el derecho lo limite, sino más bien la limitante proviene de su propia decisión de no casarse, sin que entremos en las causas que a esto lo motivan, y si no lo hace es precisamente porque obviamente no estaríamos frente a un matrimonio, sino más bien en un acto teatral. Puesto que a reserva de que su futuro cónyuge estuviera de acuerdo con su homosexualidad, habría un engaño que en sí mismo y conforme a derecho haría su matrimonio nulo. Así pues, es válido afirmar que las personas tienen el derecho a casarse sin que la ley distinga si son homosexuales o no y por ende, también tienen el derecho a formar una familia, derechos ambos que no pueden ejercer por decisión propia derivada ésta de lo que se denomina preferencia sexual.
Sinceramente desconozco las verdaderas razones que impulsan a estos grupos a buscar que las leyes se modifiquen haciendo aún más evidente la diferencia por la que ellos han optado. Me parece un interés sumamente egoísta si se tiene en cuenta que el seguir adelante con esta postura en caso de que la misma fuera aceptada por las legislaciones de los diferentes estados, lo único que lograrán será el que impere un desorden que acabe por destruir las nociones que tenemos sobre lo que es matrimonio, familia, paternidad, filiación y adopción.
Quiero aclarar como ya lo he hecho en otras ocasiones, que no tengo ninguna animadversión, ni odio por las personas homosexuales, les respeto y considero en cuanto a su dignidad de seres humanos. Sin embargo, creo que en esta lucha ellos pierden más de lo que ganan y por supuesto, la sociedad entera pone en peligro su ya de por sí frágil convivencia.
Otro aspecto incomprensible es que se pretenda manejar a esto como una lucha entre la iglesia católica y los homosexuales. Aquí no estamos frente a una cuestión religiosa, sino moral y jurídica. No existe ningún punto de conflicto en cuanto a la naturaleza y los límites de la protección al matrimonio y a la vida humana, sino más bien en lo que se refiere a su valor y dignidad. No es un asunto de sacristías o de catequesis, sino que afecta la médula moral de la sociedad, el cimiento mismo de ésta. No se trata de un conflicto entre un laicismo y el integrismo religioso, esto no es un asunto de fe, cosa muy distinta es que la doctrina moral de la iglesia católica haya sido y siga siendo contundente en este aspecto.
No sé por qué nadie argumenta el asunto religioso cuando hablamos del homicidio o del robo, desde luego que existen normas que obligan a los católicos precisamente por ser católicos como ir a misa, cumplir los sacramentos, etcétera, pero no por ello la iglesia o los católicos pueden ni deben obligar a todos los seres humanos a cumplir con ellas ya que sería nefasto para la libertad religiosa y hasta para el sentido común, lo curioso es que nadie discute ni hace marchas en contra de que se castigue al homicida porque así lo diga la iglesia católica. Hay que llamar a las cosas por su nombre sin prestarnos a manipulaciones y confusiones que pretenden lucrar polarizando a la sociedad.
Independientemente de lo religioso, si al matrimonio se le puede llamar así en cualquier caso, entonces no tendrían razón de existir ningún otro tipo de uniones ya previstas por la ley y que no por eso se les da el nombre de matrimonio, particularmente en el caso de que se le llamara matrimonio a la unión de homosexuales simplemente significaría por ese hecho que la institución del matrimonio al menos en el ámbito civil, dejaría de existir. Puesto que independientemente de ser contraria a la naturaleza de los seres humanos, negaría uno de los fines para los cuales fue creado que es el de la procreación y educación de los hijos.
El siguiente paso es aún más grave, si se sigue con la obstinación de hacer posible que los homosexuales pudieran tener hijos, la familia no tendría ningún sentido y de ahí se iría al completo desorden, sería el fin de la paternidad y la filiación, hasta llegar al absurdo de tolerar la endogamia y la promiscuidad destruyendo en su totalidad el marco jurídico y la defensa de las leyes.
Pretender que esto se haga al amparo de la legislación, equivale a imaginar un mundo en el que el derecho no existe, pues éste habría sucumbido frente a los caprichos de unos cuantos capaces de manipularlo todo con el único objetivo de justificar incluso legalmente, lo que la misma naturaleza ha señalado como imposible.
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