IV Conferencia mundial sobre la mujer, Pekín - 1995 -
Señora Mary Ann Glendon
Señora presidenta:
«Mirando este gran proceso de liberación de la mujer», se constata que ha sido un camino difícil, alguna vez «no exento de errores», pero que ha conducido a un futuro mejor para las mujeres. Estas palabras son de Juan Pablo II, que añade: «¡Es necesario continuar en este camino!». La delegación de la Santa Sede une su voz a la del Papa: ¡Es necesario continuar en este gran camino!
El viaje de las mujeres se ha caracterizado por falsos comienzos y decepciones, así como por logros luminosos. Ha habido épocas, como la revolución industrial, en que antiguas formas de opresión fueron sustituidas por otras nuevas, y épocas en que triunfaron la inteligencia y el bien.
Los documentos que tenemos ante nosotros reflejan esa historia compleja y accidentada de la búsqueda de las mujeres. Están llenos de promesas, pero a menudo son insuficientes por lo que respecta a un compromiso concreto, y, en ciertos aspectos, cabría preguntarse si sus resultados a largo plazo contribuirán realmente al bien de las mujeres.
La delegación de la Santa Sede ha trabajado intensamente, de modo constructivo y con espíritu de buena voluntad, para lograr que los documentos reflejaran mejor los intereses de las mujeres. Ciertamente, el núcleo fundamental de estos documentos está en las secciones sobre las necesidades de las mujeres en situación de pobreza, sobre las estrategias para el desarrollo, la alfabetización y la educación, el fin de la violencia contra las mujeres, la cultura de la paz y el acceso al empleo, la tierra, el capital y la tecnología. Mi delegación se complace en destacar la estrecha correspondencia entre estos puntos y la doctrina social católica.
Sin embargo, mi delegación incumpliría su deber hacia las mujeres, si no indicara también algunas áreas críticas en las que es mayor su desacuerdo con el texto.
Mi delegación lamenta tener que hacer notar el individualismo exagerado del texto, en el que se ha restado importancia a disposiciones fundamentales de la Declaración universal de los derechos humanos como, por ejemplo, la obligación de proporcionar «especial cuidado y asistencia» a la maternidad. Esta selectividad representa, así, un paso más en la colonización del amplio y rico lenguaje de los derechos universales, mediante un dialecto empobrecido de derechos libertarios. ¡Seguramente este encuentro internacional habría podido hacer por las mujeres y las jóvenes algo más que dejarlas solas con sus propios derechos!
Seguramente debemos hacer por las jóvenes de las naciones pobres algo más que hablar de facilitarles el acceso a la educación y a los servicios sanitarios y sociales, mientras se evita cuidadosamente cualquier compromiso concreto para dedicar a esa finalidad recursos nuevos y complementarios.
Desde luego, podemos hacer algo más que afrontar las necesidades sanitarias de las jóvenes y las mujeres prestando una atención desproporcionada a la salud sexual y reproductiva. Además, el lenguaje ambiguo sobre el control indiscriminado de la sexualidad y la fertilidad podría dar a entender que incluye la aprobación social del aborto y la homosexualidad.
Un documento que respete la dignidad de las mujeres debería abordar la salud de la mujer considerada en su totalidad. Un documento que respete la inteligencia de las mujeres debería prestar a la alfabetización, por lo menos, tanta atención como a la fertilidad.
Por último, señora presidenta, dado que mi delegación alberga la esperanza de que, más allá de estos documentos, en cierto modo contradictorios entre sí, prevalezca en definitiva el bien de las mujeres, desea adherirse al consenso únicamente sobre los aspectos antes mencionados de los Documentos que la Santa Sede considera positivos y al servicio del bienestar real de las mujeres.
Por desgracia, la adhesión de la Santa Sede al consenso sólo puede ser parcial, puesto que hay numerosos puntos del Documento que son incompatibles con lo que la Santa Sede y otros países creen favorable para el verdadero progreso de las mujeres. Estos puntos quedan indicados en las reservas que mi delegación ha añadido a esta declaración.
Mi delegación confía en que las mujeres mismas superen las limitaciones de estos documentos y tomen lo mejor de ellos. Juan Pablo II lo dijo muy bien: «El camino que tenemos por delante será largo y arduo; sin embargo, debemos tener la valentía de seguir ese camino, y la valentía de seguirlo hasta el final».
Solicito que el texto de esta declaración y las reservas formalmente indicadas más abajo, así como la declaración de interpretación del término «género», se incluyan en el informe de la Conferencia.