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¿De quién es la parroquia?

¿De quién es la parroquia?

¿Cuál es el lugar de la parroquia en el seno de la Iglesia
católica? La polémica que ha originado alguna
parroquia sobre su relación con la jerarquía en los últimos
meses, o sobre su manera de celebrar los sacramentos,
simplemente no tiene lugar. Con sólo mirar a la vida de la
Iglesia, a lo largo de los siglos, se puede percibir que, lejos de
ser una célula autónoma que hace la guerra por su lado, sin
rendir cuentas a nadie, la parroquia pertenece a toda la Iglesia
porque, simplemente, es en ella donde se hace presente la fe de
la Iglesia. Es el lugar donde se concreta sacramentalmente una
fe que tiene más de dos milenios, y por la que han vivido –y
muerto– millones de personas, a lo largo de dos mil años, por
todo el mundo; no el lugar donde cualquiera pueda ponerse a
hacer experimentos. Además, la parroquia es el lugar
privilegiado donde la Iglesia se hace presente en medio del
mundo, como un corazón que, en dos movimientos, recibe a sus
miembros y luego los envía al mundo para mostrar a Jesucristo.
Dice el Catecismo de la Iglesia católica que «la parroquia es
una determinada comunidad de fieles constituida de modo
estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la
autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco,
como su pastor propio». La cuestión no es meramente
organizativa, como si hubiera que elegir entre federalismo y
centralismo dentro de la Iglesia. Está claro que la Iglesia se
hace operativa territorialmente bajo la organización diocesana,
no como un bastión de poder omnímodo, sino como respeto a la
propia naturaleza de la Santa Iglesia, que es Una, en el espacio
(Católica) y en el tiempo (Apostólica), y así ha de ser fiel a la
sucesión apostólica que tiene su origen en el mismo Jesucristo.
Benedicto XVI, en un encuentro con sacerdotes, el pasado mes
de junio, en Italia, habló de «la alegría de ser una gran familia:
la pequeña gran familia de la parroquia, la gran familia de la
diócesis, la gran familia de la Iglesia universal. Es la alegría de
la catolicidad».
Está claro que la catolicidad tiene que ver con una vida que
se comparte, con el sentido de pertenencia a una Realidad Más
Grande.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo