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¿De padres buenos, hijos buenos?

Yo como madre de familia, quiero sinceramente lo mejor para mis hijas. ¿Eso basta para que tomen el buen camino y sean felices? Lamentablemente NO, porque está implícita la voluntad de cada persona para tomar sus propias decisiones.

Nosotros como padres de familia tenemos planes hermosos para cada hijo y nos imaginamos que con nuestro esfuerzo es probable que logren la plenitud de su vida. Pero ¡oh sorpresa! En muchos casos las cosas no son así de fácil, sino que ellos, nuestros hijos van tomando su camino de acuerdo a su criterio, a su buen entender y sobre todo, de acuerdo a la cultura que les rodea. Y es cuando toman rutas que para nosotros no son las más adecuadas y a veces nos sentimos frustrados y desilusionados de esas fallas o peor aún, nos sentimos culpables de sus malas decisiones.

Este punto de vista es erróneo, ya que los hijos, cuando están en posibilidades de manejar su propia voluntad, es decir, cuando pueden decidir por ellos mismos, se marcan totalmente independientes de nuestro parecer y se hacen responsables directos de las consecuencias de sus actos. Mientras son pequeños, tomamos por ellos muchas decisiones, pero conforme van creciendo se vuelven más independientes y esta separación e individuación lleva implícita la obligación de responder por sus actos.

Los padres de familia somos responsables del esfuerzo y de las buenas intenciones en la educación de nuestra prole; es nuestra obligación interesarnos, esforzarnos, prepararnos, capacitarnos, actualizarnos, buscar las mejores alternativas y la mejor comunicación, todo esto sí está en nuestras manos; por lo tanto, podemos decir que “el esfuerzo SÍ es nuestra responsabilidad, pero los resultados no siempre”.

La Iglesia apoya a los padres de familia en esta difícil labor, proporcionando herramientas prácticas que les dan la posibilidad de crear armonía en el hogar y plenitud en cada miembro que la compone. Entre estas herramientas tenemos los Sacramentos, las Bienaventuranzas y las Obras de Misericordia. Si revisamos cada una de éstas, nos daremos cuenta que todas conllevan un mensaje que invita a buscar el mejor bien para cualquier persona, y sobre todo para nuestros seres más cercanos.

Tomemos por ejemplo el Sacramento de la Reconciliación, si nos acostumbramos a hacer un buen examen de conciencia, éste nos permitirá reflexionar sobre la intención de nuestros propósitos y preguntarnos en cuanto a nuestros hijos ¿esto que quiero para ellos es por lograr su bienestar integral o es para satisfacer mi propio ego? ¿los permisos que les doy, son para protegerlos a ellos o para que pueda yo dormir tranquilo? ¿acepto sus limitaciones o los estoy comparando constantemente con otros muchachos que me parecen mejor que ellos? ¿he contribuido dentro de mi familia al bien y a la alegría de los demás con mi paciencia y verdadero amor? ¿me preocupo de educar cristianamente a mis hijos ayudándolos con el ejemplo y ejerciendo mi autoridad con justicia y caridad? ¿hago por ellos lo que ellos podrían hacer por sí mismos? ¿dejo de prestarles la debida atención o por el contrario, los protejo demasiado, asfixiando sus propias responsabilidades?

Estas preguntas y otras más que cada padre y madre de familia adapte según sus circunstancias particulares, podrán darles luz sobre la forma en que están educando a sus hijos y seguramente tendrán puntos por los cuales sentirse satisfechos y otros aspectos, que deberán corregir o modificar para lograr lo mejor en esta maravillosa tarea de hacer de la familia un grupo de bien para la humanidad, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia, con Jesús, María y José.