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Cuanto vales

 

¿Cuánto cuesta este reloj, esta pulsera, este coche? A veces podemos deducir que algo es de calidad según el mayor número de ceros que pueda tener su etiqueta en el mercado. ¿Es posible también medir la “calidad” de una vida humana, por medio de algún número indicativo que nos diga “lo que vale”?  

El precio suele indicar dos cosas: lo que cuesta fabricar algo, y el mayor o menor interés que la gente tiene de conseguir un determinado objeto. Una producción que exija materiales muy preciosos o mano de obra superespecializada traerá consigo un precio más alto. Un objeto que ya no se produce (como esas viejas motos de inicio de siglo) y del cual existen ya pocos “ejemplares” costará quizá varios millares de dólares, siempre que exista algún coleccionista apasionado dispuesto a pagar esa cantidad de dinero.  

¿Cómo establecer, si eso fuera posible, el “precio” de una persona? Los “costos de producción”, el tiempo en que estamos dentro del seno de la madre, no dependen de mejores o peores técnicas de construcción, sino de leyes naturales que todavía hoy, a pesar de toda la investigación científica, no están totalmente esclarecidas. Además, el niño recién nacido tiene por delante un largo camino hasta desembocar en la madurez que le permita ser un ciudadano apto para la vida social. La “demanda en el mercado”, lo que uno “vale”, depende de muchos factores. Quizá podamos pensar que “vale más” un médico que puede curar a varios cientos (o miles) de personas al año, que no un simple técnico de alta calidad que apenas sí puede arreglar trescientos o cuatrocientos piezas de televisores o de computadoras portátiles.  

Pero aquí las sorpresas son muchas: ¿es que se puede dar “precio” a un padre, a una madre, a los abuelos? ¿Es que se puede decir que “no vale nada” un niño con discapacidades pero que es la fuente del cariño y de unión de una familia que lo acoge con auténtico amor y con dedicación continua? ¿Es que ha dejado de valer el anciano porque “ya no produce” y sólo significa, en la casa o en la sociedad, números rojos, costos continuos sin ningún ingreso como compensación?  

Está surgiendo cada vez con más agudeza en nuestro mundo globalizado un “problema”, a nivel de hospitales y de medicina en general, e incluso a nivel de la misma organización social, cuya solución puede llegar a consecuencias alarmantes: valorar a las personas no por lo que son, sino por lo que “cuestan”. Un enfermo que tiene que recibir asistencia muy especializada, análisis muy complejos, operaciones de cirugía altamente tecnificada en unidades de reanimación y vigilancia intensiva, implica unos costos enormes para cualquier familia (o para cualquier hospital público o privado). Igualmente, un personaje social que necesite ser protegido por un número no pequeño de guardaespaldas, con varios secretarios particulares, un coche blindado y algunos otros utensilios especiales, puede ser considerado como una fuente de pérdidas continuas para una nación. Se dirá, desde luego, que no es lo mismo “invertir” en un enfermo que vive encerrado en un pulmón artificial que “invertir” a favor de la seguridad de un político que, esperamos, esté realizando un alto servicio a la vida comunitaria. Pero, si miramos más allá de los millones que nos cuestan el uno y el otro, nos daremos cuenta de que los dos (y esto se puede aplicar a cada ser humano) tienen un “precio” muy superior al que estamos dando por ellos. Más aún, se puede decir que ambos son “inapreciables”, que valen mucho más, muchísimo más que su precio en oro. ¿De dónde viene este precio profundo?  

Cada hombre vale lo que puede valer el amor. El amor, lo dijo alguien hace muchos siglos, no tiene precio. Se atribuye al rey Salomón esta frase: “Si alguien quisiese comprar el amor con todas sus riquezas se haría el más despreciable de entre los hombres”. Un empresario multimillonario puede comprar las acciones de muchas empresas más débiles que la suya, pero no puede lograr, con todos sus miles de millones de dólares, comprar la sonrisa amorosa de su esposa o de sus hijos. Y si el amor es algo inapreciable, si vale más que todos los diamantes de Sudáfrica, vale mucho más la persona, cada hombre o mujer, capaces de amar.  

Por eso podemos decir que cuesta mucho, muchísimo, casi una cifra infinita de dólares, cada ser humano. Mejor aún: tiene un precio que sólo se puede comprender cuando entramos en la lógica del “banco del amor”, cuando aprendemos a mirar a los demás con los ojos de quien descubre que todos nacemos y vivimos si nos sostiene el amor de los otros, y que nuestra vida es imposible el día en que nos dejen de amar y en el que nos olvidemos de amar. Lo que vale, decía un novelista, es el amor. El amor hace posible la eternidad.  

¿Quieres saber cuánto vales? No cuentes lo que tienes. Mira solamente si te aman y si amas. Lo demás no vale nada...