La intolerancia de los países musulmanes es un problema que comienza a preocupar cada vez más. Los extremismos hinduistas y el régimen chino también, pero están “más lejos” culturalmente, en canvio la sombra del fundamentalismo islámico aletea sobre occidente. Vemos con pena cómo las minorías quedan masacradas en sus derechos Pakistán, con la excusa de que la religión se convierte en régimen del estado (el 2% de católicos viven en situaciones penosas). Y no es el único sitio: en indonesia abundan los linchamientos, y sólo en el año 1998 fueron destruidas 200 iglesia en el país (los años sucesivos han seguido quemando iglesias). En China, con 10-12 millones de católicos, el Estado persigue a muchos de los mil sacerdotes que no pertenecen a la “iglesia patriótica”, con todo tipo de vejaciones como por ejemplo tortura sexual, según anunciaba la agencia “Zenit”, y sacan fotos y videos para desacreditarlos, y les fuerzan a confesar qué otros sacerdotes clandestinos hay, para poder apresarlos. Y al ver que no se someten, muchos son encerrados en prisión, o en arresto domiciliario, donde están la mayoría de los obispos unidos a la Iglesia Romana de este país.
También publicaba la agencia Zenit del caso de Jasmine, ciudadana británica (de padre indio de religión musulmana, y madre africana), enfermera en Londres, que conoció a través de sus amigas el catolicismo y, a escondidas, empezó a ir a la iglesia. Le atrajo Jesús y su promesa de salvación para todos, hombres y mujeres, iguales en dignidad y valor ante sus ojos. La idea dedicarse al servicio de los más débiles le realizó plenamente. Pero al comunicar a su familia su deseo de convertirse, sus padres la pegaron e insultaron: «¡Nadie puede abjurar del Islam! ¡Avergüénzate, infiel!». Pero seguía yendo a la iglesia, y su “apostasía” se difundió en la comunidad islámica de Londres. Los compatriotas musulmanes del padre y los parientes empezaron a amenazar a la familia y presionaron para que la chica volviera al Islam, se arrepintiese de su pecado y pidiese públicamente perdón.
Ella no quiso escuchar y defendió su propio derecho a elegir. Estas palabras sonaban como una blasfemia todavía más fuerte. Al no lograr que cambiara de idea, el padre, deshonrado ante todos los indios musulmanes del Reino Unido, abandonó a la familia y se fue de casa. Solas y sin protección, madre e hija, junto a los hijos más pequeños, estuvieron durante un tiempo expuestas a las amenazas y persecuciones de la comunidad india musulmana hasta que tuvieron que cambiar de barrio. Al cabo del tiempo, Jasmine decidió seguir su sueño de ser misionera. Llegó así, como enfermera, a un hospital de El Cairo, en donde ha trabajado entre los pobres y más tarde entre los refugiados africanos. Cada vez que sale del país, al regresar, tiene que afrontar largos interrogatorios policiales.
La conversión puede costar la vida a un musulmán, advierte un estudio realizado por una Comisión episcopal de Italia («Catecúmenos provenientes del Islam»). Un musulmán que se convierte al cristianismo, aunque viva desde hace lustros en Europa, ha de afrontar desafíos y riesgos. La mayoría de los que se convierten al cristianismo son albaneses y asiáticos, y hay también algunas personas procedentes del Magreb (Túnez, Argelia y Marruecos); aunque en muchos Estados de mayoría islámica, hacer esto es “apostasía” que es considerada como un delito y en algunos sitios, se castiga con la muerte, como en el caso de Sudán, Mauritania y Arabia Saudita. El islamismo se transmite por vía paterna y nadie puede evitar ser musulmán si es miembro de una familia islámica. En caso de apostasía, el riesgo de venganzas o castigos siempre es probable, en cualquier parte del mundo.
Pero no todos los musulmanes son fanáticos, sino que la mayoría desaprueban esas conductas que son propias de grupos extremistas y de algunos gobiernos, que manchan el honor de esos pueblos y de esta religión. Hace poco escuché un caso impresionante de uno de estos países. En medio de un templo católico abarrotado de gente, descubren entre los bancos un objeto explosivo. Los cantos de navidad se transforman en gritos de pánico, y cuando rozan la catástrofe por la estampida de gente queriendo salir desordenadamente del templo, un hombre, musulmán, recoge la bomba y por el pasillo central va hacia la salida, y ya cruzando la puerta estalló, y murió destrozado, ofreciendo su vida por salvar muchas vidas. Sin duda su sangre será semilla para una comprensión de la verdadera religión, pues Dios no quiere que se mate en su nombre.