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Credo 8

CREDO -8-
(REDENCIÓN Y PECADO)


INDICE


Pecado y Redención, términos correlativos (27.VIII.86)

1. Después de la catequesis sobre Dios Uno y Trino, Creador y Providente, Padre y Señor del universo, comenzamos otra serie de catequesis sobre Dios Salvador.

El punto fundamental de referencia de estas catequesis está constituido por los Símbolos de la fe, sobre todo por el más antiguo, que es llamado el Símbolo Apostólico, y por el llamado Niceno-Constantinopolitano. Son los Símbolos más conocidos y más usados en la Iglesia, especialmente en las oraciones del cristiano' el primero, y en la liturgia el segundo. Los dos textos tienen una disposición análoga en el contenido, en el cual es característico el pasaje ese de los artículos que hablan de Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles, y de los que hablan de Jesucristo.

El Símbolo Apostólico es conciso; (yo creo) 'en Jesucristo, su único Hijo, (de Dios), nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen', etc.

El Símbolo Niceno-Constantinopolitano amplía, en cambio, notablemente la profesión de fe en la divinidad de Cristo, Hijo de Dios, 'nacido del Padre antes de todos los siglos; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre', el cual )y he aquí el paso al misterio de la encarnación del Verbo) 'por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre'. Y a este punto entre ambos Símbolos presentan los elementos del misterio pascual de Cristo y anuncian su nueva venida para el juicio.

Sucesivamente, los dos Símbolos profesan la fe en el Espíritu Santo. Es necesario, por tanto, subrayar que su estructura esencial es trinitaria: Padre)Hijo)Espíritu Santo. Al mismo tiempo en ellos están inscritos los elementos más salientes de lo que constituye la acción 'hacia a fuera' (ad extra) de la Santísima Trinidad: por eso hablan primero del misterio de la creación (del Padre Creador), y seguidamente de los misterios de la redención (del Hijo Redentor), y de la santificación (del Espíritu Santo Santificador).

2. He aquí por qué siguiendo los Símbolos, después del ciclo de las catequesis referentes al misterio de la creación, o mejor, referentes a Dios como creador de todas las cosas, pasamos ahora a un ciclo de catequesis que se refieren al misterio de la redención, o mejor, a Dios como Redentor deslomare y del mundo. Y serán catequesis sobre Jesucristo (cristología), porque la a obra de la redención, aunque pertenece (como también la obra de la creación) a Dios Uno y Trino, ha sido realizada en el tiempo por Jesucristo, Hijo de Dios que se ha hecho hombre para salvarnos.

Observamos enseguida que en este ámbito del misterio de la redención, la cristología se sitúa en el terreno de la 'antropología' y de la historia. Efectivamente, el Hijo consubstancial al Padre, que por obra del Espíritu Santo se hace hombre naciendo de la Virgen María, entra en la historia de la humanidad en el contexto de todo el cosmos creado. Se hace hombre 'por nosotros los hombres (propter nos homines) y por nuestra salvación (et propter nostram salutem)'. El misterio de la Encarnación (et incarnatus est) es visto por los Símbolos en función de la redención. Según la revelación y la fe de la Iglesia, ello tiene por tanto un sentido salvífico (sotereología).

3. Por esta razón los Símbolos, al colocar el misterio de la Encarnación salvífica en el escenario de la historia, tocan a la realidad del mal, y en primer lugar la del pecado. Efectivamente, salvación significa sobre todo liberación del mal, y, en particular, liberación del pecado, aunque si obviamente el alcance del termino no se reduce a eso, sino que abraza la riqueza de la vida divina que Cristo ha traído al hombre. Según la Revelación, el pecado es el mal principal y fundamental porque en él está contenido el rechazo de la voluntad de Dios, de la verdad y de la Santidad de Dios, de su paterna bondad, como se ha revelado ya en la obra de la creación y sobre todo en la creación de los seres racionales y libres, hechos 'a imagen y semejanza' del Creador. Precisamente esta 'imagen y semejanza' es usada contra Dios, cuando el ser racional con la propia libre voluntad rechaza la finalidad del ser y del vivir que Dios ha establecido para la criatura. En el pecado está, por tanto, contenida una deformación particularmente profunda del bien creado, especialmente en un ser, que, como el hombre, es imagen y semejanza de Dios.

4. El misterio de la redención está en su misma raíz, unido de hecho con la realidad del pecado del hombre. Por eso, al explicar con una catequesis sistemática los artículos de los Símbolos que hablan de Jesucristo, en el cual y por el cual Dios ha obrado la salvación, debemos afrontar, ante todo, el tema del pecado, esa realidad oscura difundida en el mundo creado por Dios, la cual constituye la raíz de todo el mal que hay en el hombre y, se puede decir, en la creación. Sólo por este camino es posible comprender plenamente el significado del hecho de que, según la Revelación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre 'por nosotros' y 'por nuestra salvación'. La historia de la salvación presupone 'de facto' la existencia del pecado en la historia de la humanidad creada por Dios. La salvación, de la que habla la divina Revelación, es ante todo la liberación de ese mal que es el pecado. Es esta una verdad central en la sotereología cristiana: 'propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis'.

Y aquí debemos observar que, en la consideración de la centralidad dela verdad sobre la salvación en toda la Revelación divina y, con otras palabras, en consideración de la centralidad del misterio de la redención, también la verdad sobre el pecado forma parte del núcleo central de la fe cristiana. Sí, pecado y redención son términos correlativos en la historia de la salvación. Es necesario, por tanto reflexionar ante todo sobre la verdad del pecado para poder dar un sentido justo a la verdad de la redención operada por Jesucristo, que profesamos en el Credo. Se puede decir que es la lógica interior de la Redención y de la fe, expresada en los Símbolos, la que se nos impone al ocuparnos en estas catequesis ante todo del pecado.

5. A este tema nos hemos preparado, en cierto sentido, por el ciclo de catequesis sobre la Divina Providencia. 'Todo lo que ha creado, Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia', como enseña el Concilio. Vaticano I, que cita el libro de la Sabiduría: 'Se extiende poderosa de uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad' (Sab 8, 1).

Al afirmar este cuidado universal de las cosas, que Dios conserva y conduce con mano potente y ternura de Padre, dicho Concilio precisa que la Providencia Divina abraza de modo particular todo lo que los seres racionales libres introducen en la obra de la creación. Así se sabe que ello consiste en actos de sus facultades, que pueden ser conformes o contrarios a la voluntad divina; por tanto también el pecado.

Como se ve, la verdad sobre la Divina Providencia nos permite ver también el pecado en una justa perspectiva. Y bajo esta luz los Símbolos nos ayudan a considerarlo. En realidad, digámoslo desde la primera catequesis sobre el pecado, los Símbolos de la Fe apenas si tocan a este tema. Pero precisamente por esto nos sugieren examinar el pecado desde el punto de vista del misterio de la redención, en la sotereología. Y entonces podemos enseguida añadir que si la verdad sobre la creación, y todavía más su Divina Providencia, nos permiten acercarnos al problema del mal y, especialmente, del pecado con claridad de visión y de precisión de términos en base a la revelación de la infinita bondad de Dios, la verdad sobre la redención nos hará confesar con el Apóstol: 'Ubi abundavit delictum, superabundavit gratia': 'Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rom 5, 20), porque nos hará descubrir mejor la misteriosa conciliación, en Dios, de la justicia y de la misericordia, que son las dos dimensiones de esa su bondad. Podemos, por tanto, decir desde ahora que la realidad del pecado se convierte, a la luz de la redención, en ocasión para un conocimiento más profundo del misterio de Dios: de Dios que es amor.

La fe nos pone así en atento diálogo con tantas voces de la filosofía, de la literatura, de las grandes religiones, que tratan no poco de las raíces del mal y del pecado, y con frecuencia ansían una luz de redención. Y precisamente a este terreno común la fe cristiana trata de llevar a todos la verdad y la gracia de la divina Redención.

El estado de justicia original y la caída del hombre

1. Los Símbolos de la Fe son muy parcos al hablar del pecado; en la Sagrada Escritura, por el contrario, el término y el concepto de 'pecado' se sitúa entre aquellos que se repiten con mayor frecuencia. Lo cual demuestra que la Sagrada Escritura es ciertamente el libro de Dios y sobre Dios, pero también es un gran libro sobre el hombre, considerado en su condición existencial, cual resulta de la experiencia.

De hecho, el pecado forma parte del hombre y de su existencia: no se puede ignorar o dar a esta realidad oscura otros nombres, otras interpretaciones, como ha ocurrido en las corrientes del iluminismo o del secularismo. Si se admite el pecado, se reconoce al mismo tiempo una profunda relación del hombre con Dios, pues al margen de esta relación hombre)Dios el mal del pecado no se presenta en su verdadera dimensión, aun cuando siga estando presente obviamente en la vida del hombre y en la historia. El pecado pesa con tanta mayor fuerza sobre el hombre como realidad oscura y nefasta cuando menos se le conozca y reconozca, cuando menos se le identifique en su esencia de rechazo y oposición frente a Dios. Sujeto y artífice de esta opción es naturalmente el hombre, que puede rechazar el dictamen de la propia conciencia, aun sin referirse directamente a Dios; pero este gesto insano y nefasto adquiere su significación negativa sólo cuando se contempla sobre el trasfondo de la relación del hombre con Dios.

2. Por esta razón, en la Sagrada Escritura se describe el primer pecado en el contexto del misterio de la creación. Dicho de otro modo: el pecado cometido en los comienzos de la historia humana es presentado en el trasfondo de la creación, es decir, de la donación de la existencia por parte de Dios. El hombre, en el contexto del mundo visible, recibe la existencia como don en cuanto 'imagen y semejanza de Dios', o sea, en su condición de ser racional, dotado de inteligencia y voluntad: y a ese nivel de donación creadora por parte de Dios se explica mejor incluso la esencia del pecado del 'principio' como opción tomada por el hombre con el mal uso de sus facultades.

No hace falta decir que aquí no hablamos de los comienzos de la historia en cuanto tal y como los describe (hipotéticamente) la ciencia, sino del 'principio' tal como se presenta en las paginas de la Escritura. Esta descubre en ese 'principio' el origen del mal moral, que la humanidad experimenta incesantemente, y lo identifica como 'pecado'.

3. El libro del Génesis, en el primer relato de la obra de la creación (Gen 1, 1-28), que es cronológicamente posterior al relato del Gen 2, 4-15, relata la 'bondad' originaria de todo lo creado y de modo especial la 'bondad' del hombre, creado por Dios 'varón y mujer' (Gen 1, 27). Al describir la creación se inserta varias veces la siguiente constatación: 'Vio Dios ser bueno', y, por último, tras la creación del hombre: 'Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho' (Gen 1, 31). Puesto que se trata del ser creado a imagen de Dios, es decir, racional y libre, la frase alude a la 'bondad' propia de ese ser según el designio del Creador.

4. En esto se basa la verdad de fe, enseñada por la Iglesia, sobre la inocencia originaria del hombre, sobre su justicia original (iustitia originalis),

como se deduce de la descripción que el Génesis hace del hombre salido de las manos de Dios y que vive en total familiaridad con El (Cfr. Gen 2, 8)25);también el libro del Eclesiastés dice que 'Dios hizo recto al hombre' (Quo 7,29). Si el Concilio de Trento enseñaba que el primer Adán perdió la santidad y la justicia en la que había sido constituido ('Primum hominem Adam, anctitatem et iustitiam, in qua constituitus fuerat, amisisse'; Decr. De pecado original.), esto quiere decir que antes del pecado el hombre poseía la gracia santificante con todos los dones sobrenaturales que hacen al hombre 'justo' ante Dios.

Con expresión sintética, todo esto se puede expresar diciendo que, al principio, el hombre vivía en amistad con Dios.

5. A la luz de la Biblia, el estado del hombre antes del pecado se presentaba como una condición de perfección original, expresada, en cierto modo, en la imagen del 'paraíso' que nos ofrece el Génesis. Si nos preguntamos cuál era la fuente de dicha perfección, la respuesta es que ésta se hallaba sobre todo en la amistad con Dios mediante la gracia santificante y en aquellos dones, llamados en el lenguaje teológico 'preternaturales', y que el hombre perdió por el pecado. Gracias a estos dones divinos, el hombre que estaba unido en amistad y armonía con su Principio, poseía y mantenía en sí mismo el equilibrio interior y no sentía angustia ante la perspectiva de la decadencia y de la muerte. El 'dominio' sobre el mundo que Dios le había dado al hombre desde el principio, se realizaba ante todo en el mismo hombre como dominio de sí mismo. Y con este autodominio y equilibrio se poseía la 'integridad' de la existencia (integritas) en el sentido de que el hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser, ya que se hallaba libre de la triple concupiscencia que lo doblega ante los placeres de los sentidos, a la concupiscencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí mismo contra los dictámenes de la razón.

Por ello también había orden en la relación con el otro, en aquella comunión e intimidad que hace felices: como en la relación inicial entre el hombre y la mujer, Adán y Eva, primera pareja y también primer núcleo dela sociedad humana. Desde este punto de vista resulta muy elocuente aquella breve frase del Génesis: 'Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello' (Gen 2, 25).

6. La presencia de la justicia original y de la perfección en el hombre, creado a imagen de Dios, que conocemos por la Revelación, no excluía que este hombre, en cuanto criatura dotada de libertad, fuera sometido desde el principio, como los demás seres espirituales, a la prueba de la libertad. La misma Revelación que nos permite conocer el estado de justicia original del hombre antes del pecado en virtud de su amistad con Dios, de la cual derivaba la felicidad del existir, nos pone al corriente de la prueba fundamental reservada al hombre y en la cual fracasó.

7. En Génesis se describe esta prueba como una prohibición de comer los frutos 'del árbol de la ciencia del bien y del mal'. He aquí el texto: 'El Señor Dios dio este mandato al hombre: De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás' (Gen 2, 16)17).

Esto significa que el Creador se revela, desde el principio, a un ser racional y libre como Dios de la Alianza y, por consiguiente, de la amistad y de la alegría, pero también como fuente del bien y, por tanto, de la distinción entre el bien y el mal en sentido moral. El árbol de la ciencia del bien y del mal evoca simbólicamente el límite insuperable que el hombre, en cuanto criatura, debe reconocer y respetar. El hombre depende del Creador y se halla sujeto a las leyes sobre cuya base el Creador ha constituido el orden del mundo creado por El, el orden esencial de la existencia (ordo rerum); y, por consiguiente, también se halla sujeto a los normas morales que regulan el uso de la libertad. La prueba primordial se dirige, por tanto, a la voluntad libre del hombre, a su libertad. Confirmará el hombre con su conducta el orden fundamental de la creación, reconocen el tercer capítulo del Génesis, adquiere mayor claridad. Es obvio que esta descripción, que se centra en la transgresión de la prohibición divina de comer 'los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal', debe ser interpretada teniendo en cuenta el carácter específico del texto antiguo y, particularmente, el género literario al que pertenece. Pero, incluso teniendo presente esta exigencia científica en el estudio del primer libro de la Sagrada Escritura, no se puede negar que font>

  

El pecado, la verdadera alienación (12.IX.86)

1. En el contexto de la creación y de la concesión de los dones con los que Dios constituye al hombre en el estado de santidad y de justicia original, la descripción del primer pecado que en encontramos en el tercer capítulo del Génesis, adquiere mayor claridad. Es obvio que esta descripción, que se centra en la transgresión de la prohibición divina de comer 'los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal', debe ser interpretada teniendo en cuenta el carácter específico del texto antiguo y, particularmente, el género literario al que pertenece. Pero, incluso teniendo presente esta exigencia científica en el estudio del primer libro de la Sagrada Escritura, no se puede negar que un primer elemento seguro del mismo salta a la vista debido a su carácter específico de aquella narración del pecado: dicho carácter consiste en que se trata de un acontecimiento primordial, es decir, de un hecho, que, de acuerdo con la Revelación, aconteció en los comienzos de la historia del hombre. Precisamente por ello, el texto presenta otro elemento cierto: es decir, el sentido fundamental y decisivo de aquel acontecimiento para las relaciones entre el hombre y Dios y, en consecuencia, para la 'situación' interior del mismo hombre, para las recíprocas relaciones entre los hombres y, en general, para la relación del hombre con el mundo.

2. El hecho que realmente importa, bajo las formas descriptivas, es de naturaleza moral e inscribe en las raíces mismas del espíritu humano. Un hecho que da lugar a un cambio fundamental de la 'situación': el hombre es lanzado fuera del estado de justicia original para encontrarse en el estado de pecaminosidad (status naturae lapsae); un estado que lleva consigo el pecado y conoce la tendencia al pecado. Desde ese momento, toda la historia de la humanidad sentirá el peso de este estado. El primer ser humano (hombre y mujer) recibió, en efecto, de Dios la gracia santificante no sólo para sí mismo, sino, en cuanto cabeza de la humanidad, para todos sus descendientes. Así, pues, con el pecado que lo estableció en una situación de conflicto con Dios, perdió la gracia (cayo en desgracia), incluso en la perspectiva de la herencia para sus descendientes. En esta privación de la gracia, añadida a la naturaleza, se sitúa la esencia del pecado original como herencia de los primeros padres, según la enseñanza de la Iglesia, basada en la Revelación.

3. Entenderemos mejor el carácter de esta herencia si analizamos el relato del tercer capítulo del Génesis sobre el primer pecado. El relato comienza con el coloquio que el tentador, presentado en forma de serpiente, tiene con la mujer. Este dato es completamente nuevo. Hasta ahora el libro del Génesis no había hablado de que en el mundo creado existieran otros seres inteligentes y libres fuera del hombre y de la mujer. La descripción de la creación en los capítulos 1 y 2 del Génesis se refiere, en efecto, al mundo de los 'seres visibles'. El tentador pertenece al mundo de los 'seres invisibles', puramente espirituales, si bien, durante este coloquio, la Biblia lo presenta bajo forma visible. Esta primera aparición del espíritu maligno en una página bíblica, es preciso considerarla en el contexto de cuanto encontramos sobre este tema en los libros del Antiguo y Nuevo Testamento. (Ya lo hemos hecho en las catequesis precedentes). Singularmente elocuente en este sentido es el libro del Apocalipsis (el último de la Sagrada Escritura), según la cual sobre la tierra es arrojado 'el dragón grande, la antigua serpiente (una alusión explícita a Gen. 3), llamada Diablo y Satanás, que 'extravía a toda la redondez de la tierra' (Ap 12, 9). Por el hecho de que 'extravía a toda la redondez de la tierra', en otro texto se le llama 'padre de la mentira' (Jn 8, 44).

4. El pecado humano de los comienzos, el pecado primordial al cual se refiere el relato de Gen 3, acontece por influencia de este ser. La 'serpiente antigua' provoca a la mujer: '¿Con que os ha mandado Dios que no comáis delos árboles del paraíso?'. Y respondió la mujer a la serpiente: Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: ¡No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir!. Y dijo la serpiente a la mujer: !No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal!' (Gen 3, 1)5).

5. No es difícil descubrir en este texto los problemas esenciales de la vida del hombre ocultos en un contenido aparentemente tan sencillo. El comer o no comer del fruto de cierto árbol puede parecer una cuestión irrelevante. Sin embargo, el árbol 'de la ciencia del bien y del mal' significa el primer principio de la vida humana, al que se une un problema fundamental. El tentador lo sabe muy bien, por ello dice: 'El día que de él comiereis seréis como Dios, conocedores del bien y del mal'. El árbol significa, por consiguiente, el límite infranqueable para el hombre y para cualquier criatura, incluso para la más perfecta. La criatura es siempre, en efecto, sólo una criatura, y no Dios. No puede pretender de ningún modo ser 'como Dios', 'conocedora del bien y del mal' como Dios. Sólo Dios es la fuente de todo ser, sólo Dios es la Verdad y la Bondad absolutas, en quien se miden y en quien se distingue el bien del mal. Sólo Dios es el Legislador eterno, de quien deriva cualquier ley en el mundo creado, y en particular la ley de la naturaleza humana (lex naturae). El hombre, en cuanto criatura racional, conoce esta ley y debe dejarse guiar por ella en la propia conducta. No puede pretender establecer él mismo la ley moral, decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, independientemente del Creador, más aún, contra el Creador. No puede, ni el hombre ni ninguna otra criatura, ponerse en el lugar de Dios, atribuyéndose el dominio del orden moral, contra la constitución ontológica misma de la creación, que se refleja en la esfera sicológica) ética con los imperativos fundamentales de la conciencia y, en consecuencia, de la conducta humana.

6. En el relato del Génesis, bajo la apariencia de una trama irrelevante, a primera vista, se encuentra, pues, el problema fundamental del hombre, ligado a su misma condición de criatura: el hombre como ser racional debe dejarse guiar por la 'Verdad primera', que es, por lo demás, la verdad de su misma existencia. El hombre no puede pretender constituirse él mismo en el lugar que corresponde a esta verdad o ponerse a su mismo nivel. Cuando se pone en duda este principio, se conmueve, en la raíz misma del actuar humano, el fundamento de la 'justicia' de la criatura en relación con el Creador. Y de hecho el tentador, 'padre de la mentira', insinuando la duda sobre la verdad de la relación con Dios, cuestiona el estado de justicia original. Por su parte el hombre, cediendo al tentador, comete un pecado personal y determina en la naturaleza humana el estado de pecado original.

7. Tal como aparece en el relato bíblico, el pecado humano no tiene su origen primero en el corazón (en la conciencia) del hombre, no brota de una iniciativa espontánea del hombre. Es, en cierto sentido, el reflejo y la consecuencia del pecado ocurrido ya anteriormente en el mundo de los seres invisibles. A este mundo pertenece el tentador, 'la serpiente antigua'. Ya antes('antiguamente') estos seres dotados de conciencia y de libertad habían sido 'probados' para que optaran de acuerdo con su naturaleza puramente espiritual. En ellos había surgido la 'duda' que, como dice el tercer capítulo del Génesis, inyecta el tentador en los primeros padres. Ya antes, aquellos seres habían sospechado y habían acusado a Dios, que, en cuanto Creador es la sola fuente de la donación del bien a todas las criaturas y, especialmente, a las criaturas espirituales. Habían contestado la verdad de la existencia, que exige la subordinación total de la criatura al Creador. Esta verdad había sido suplantada por una sospecha originaria, que los había conducido a hacer de su propio espíritu el principio y la regla de la libertad. Ellos habían sido los primeros en pretender poder 'ser conocedores del bien y del mal como Dios', y se habían elegido a sí mismos en contra de Dios, en lugar de elegirse a sí mismo 'en Dios', según las exigencias de su ser de criaturas: porque, '¿Quién como Dios?'. Y el hombre, al ceder a la sugerencia del tentador, se hizo secuaz y cómplice de los espíritus rebeldes.

8. Las palabras, que, según Gen. 3, oyó el primer hombre junto al 'árbol de la ciencia del bien y del mal', esconden en sí toda la carga de mal que puede nacer en la voluntad libre de la criatura en sus relaciones con Aquel que, en cuanto Creador, es la fuente de todo ser y de todo bien: El, que siendo Amor absolutamente desinteresado y auténticamente paterno, es, en su misma esencia, Voluntad de don. Precisamente este Amor que da se encuentra con la objeción, la contradicción, el rechazo. La criatura que quiere ser 'como Dios' concreta su actitud expresada perfectamente por San Agustín: 'Amor de sí mismo hasta llegar a despreciar a Dios' (Cfr. De Civitate Dei). Esta es tal vez la precisión más penetrante que se puede hacer del concepto de aquel pecado que aconteció en los comienzos de la historia cuando el hombre cedió a la sugerencia del tentador: 'Contemptus Dei', rechazar a Dios, despreciar a Dios, odiar todo aquello que tiene que ver con Dios o procede de Dios.

Por desgracia, no se trata de un hecho aislado en los albores de la historia. ¿Cuántas veces nos encontramos ante hechos, gestos, palabras, condiciones de vida en las que se refleja la herencia de aquel primer pecado!.

El Génesis pone aquel pecado en relación con Satanás: y esa verdad sobre la 'serpiente antigua' es confirmada luego en muchos pasajes de la Biblia.

9. ¿Cómo se presenta, en este contexto, el pecado del hombre?.

El relato de Gen 3 continúa: 'Vio, pues, la mujer que el fruto era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la sabiduría, y tomó del fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también con ella comió' (Gen 3, 6).

¿Qué elemento resalta esta descripción, muy precisa a su modo?. Demuestra que el primer hombre actuó contra la voluntad del Creador, subyugado por la seguridad que le había dado el tentador de que 'los frutos de este árbol sirven para adquirir el conocimiento'. En el relato no se dice que el hombre aceptará plenamente la carga de negación y de odio hacia Dios, contenida en las palabras del 'padre de la mentira'. Pero aceptó la sugerencia de servirse de una cosa creada contra la prohibición del Creador, pensando que también él )el hombre) puede 'como Dios ser conocedor del bien y del mal'.

Según San Pablo, el primer pecado del hombre consistió sobre todo en desobedecer a Dios (Cfr. Rom 5, 19). El análisis de Gen. 3 y la reflexión de

este texto tan profundo demuestran de qué forma puede surgir esa 'desobediencia' y en qué dirección puede desarrollarse en la voluntad del hombre. Se puede afirmar que el pecado 'de los comienzos' descrito en Gen 3 contiene en cierto sentido el 'modelo' originario de cualquier pecado que pueda realizar el hombre.

  

La universalidad del pecado (17.IX.86)

1. Podemos resumir el contenido de la catequesis precedente con las siguientes palabras del Conc. Vaticano II: 'Constituido por Dios en estado de santidad, el hombre, tentado por el maligno, abusó de su libertad desde los comienzos de la historia, erigiéndose contra Dios y pretendiendo conseguir su fin al margen de Dios' (Gaudium et Spes 13). Queda así resumido a lo esencial el análisis del primer pecado en la historia de la humanidad, análisis que hemos realizado sobre la base del libro del Génesis (Gen 3).

Se trata del pecado de los primeros padres. Pero a él se une una condición de pecado que alcanza a toda la humanidad y que se llama pecado original. ¿Qué significa esta denominación?. En realidad el término no aparece ninguna vez en la Sagrada Escritura. La Biblia, por el contrario, sobre el trasfondo de Gen 3, describe en los siguientes capítulos del Génesis y en otros libros una auténtica 'invasión' del pecado, que inunda el mundo, como consecuencia del pecado de Adán, contagiando con una especie de infección universal a la humanidad entera.

2. Ya en Gen 4 leemos lo que ocurrió entre los dos primeros hijos de Adán y Eva: el fratricidio realizado por Caín en Abel, su hermano menor (Cfr. Gen 4, 3-15). Y en el capítulo 6 se habla ya de la corrupción universal a causa del pecado: 'Vio Yahvéh cuanto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día'(Gen 2,5). Y más adelante: 'Vio, pues, Dios, que todo en la tierra era corrupción, pues toda carne había corrompido su camino sobre la tierra' (Gen 6, 12). El libro del Génesis no duda en afirmar en este contexto: 'Yahvéh se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, doliéndose grandemente en su corazón' (Gen 6, 6).

También según este mismo libro, la consecuencia de aquella corrupción universal a causa del pecado fue el diluvio en tiempos de Noé (Gen 7-9). En el Génesis se alude también a la construcción de la torre de Babel (Gen 11, 1-9),que se convirtió )contra las intenciones de los constructores) en ocasión de la dispersión para los hombres y la confusión de las lenguas. Lo cual significa que ningún signo externo y, de forma análoga, ninguna convención puramente terrena es capaz de realizar la unión entre los hombres si falta e l enraizamiento en Dios. En este sentido debemos observar que, en el transcurso de la historia, el pecado se manifiesta no sólo como una acción que se dirige claramente 'contra' Dios; a veces es incluso un actuar 'sin Dios', como si Dios no existiese: es pretender ignorarlo, prescindir de El, para exaltar en su lugar el poder del hombre, que se considera así ilimitado. En este sentido la 'torre de Babel' puede constituir una admonición también para los hombres de hoy. Por esta misma razón la recordé en la Ex. Apost. Reconciliatio et Poenitentia (13).

3. El testimonio sobre la pecaminosidad general de los hombres, tan claro ya en el libro del Génesis, vuelve a aparecer de diversas formas en otros textos de la Biblia. En cada uno de los casos esta condición universal de pecado es relacionada con el hecho de que el hombre vuelve la espalda a Dios. San Pablo, en la Carta a los Romanos, habla con elocuencia singular de este tema: 'Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas, y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos o calumniadores, abominadores de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados; troncaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uso contra naturaleza; igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y recibieron en sí mismos el pago debido a su extravío. Y, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen' (Rom 1, 28)31, 25-27, 32).

Se puede decir que es esta una descripción lapidaria de la 'situación de pecado' en la época en que nació la Iglesia, en la época en que San Pablo escribía y actuaba con los demás Apóstoles. No faltaban, cierto, valores apreciables en aquel mundo, pero éstos se hallaban ampliamente contagiados por las múltiples infiltraciones del pecado. El cristianismo afrontó aquella situación con valentía y firmeza, logrando obtener de sus seguidores un cambio radical de costumbres, fruto de la conversión del corazón, la cual dio luego una impronta característica a las culturas y civilizaciones que se formaron y desarrollaron bajo su influencia. En amplios estratos de la población, especialmente en determinadas naciones, se sienten aún los beneficios de aquella herencia.

4. Pero en los tiempos en que vivimos, es sintomático que una descripción parecida a la de San Pablo en la Carta a los Romanos se halle en la Cons. Gaudium et Spes del Conc. Vaticano II: 'cuanto atenta contra la vida (homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado); cuanto viola la integridad de la persona humana, como p.e., las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos por dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al obrero al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador' (Gaudium et Spes 27).

No es este el momento de hacer un análisis histórico o un cálculo estadístico para establecer en qué medida representa este texto conciliar )entre otras muchas denuncias de los Pastores de la Iglesia e incluso de estudiosos y maestros católicos y no católicos) una descripción de la 'situación de pecado' en el mundo actual. Es cierto, sin embargo, que más allá de su dimensión cuantitativa, la presencia de estos hechos es una dolorosa y tremenda prueba más de aquella 'infección' de la naturaleza humana, cual se deduce de la Biblia y enseña el Magisterio de la Iglesia, como veremos en la próxima catequesis.

5. Aquí nos contentaremos con hacer dos constataciones. La primera es que la Revelación Divina y el Magisterio de la Iglesia, que es el intérprete auténtico de aquélla, hablan inmutable y sistemáticamente de la presencia y de la universalidad del pecado en la historia del hombre. La segunda es que esta situación de pecado que se repite generación tras generación, es percibida 'desde fuera' en la historia por los graves fenómenos de patología ética que pueden observarse en la vida personal y social; pero tal vez se puede reconocer mejor y resulta más impresionante aún si miramos al 'interior' del hombre.

De hecho el mismo documento del Conc. Vaticano II afirma en otro lugar: 'Lo que la Revelación nos dice coincide con la experiencia: el hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchas miserias, que no pueden tener su origen en su Santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, el hombre rompe la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación, tanto en lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto del mundo' (Gaudium et Spes 13).

6. Estas afirmaciones del Magisterio de la Iglesia de nuestros días contienen en sí no sólo los datos de la experiencia histórica y espiritual, sino además y sobre todo un reflejo fiel de la enseñanza que se repite en muchos libros de la Biblia, comenzando con aquella descripción de Gen 3, que hemos analizado precedentemente, como testimonio del primer pecado en la historia del hombre en la tierra. Aquí recordaremos sólo las dolorosas preguntas de Job: '¿Podrá el hombre presentarse como justo ante Dios? ¿Será puro el varón ante su Hacedor?' (Job 4, 17). '¿Quién podrá sacar pureza de lo impuro?' (Job 14, 4). '¿Qué es el hombre para creerse puro, para decirse justo el nacido de mujer?' (Job 15, 14). Y la otra pregunta, semejante a ésta, del libro de los Proverbios: '¿Quién podrá decir: !He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado!?' (Prov 20, 9).

El mismo grito resuena en los Salmos: 'No llames (Señor) a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a Ti' (Sal 142, 2). 'Los impíos se han desviado desde el seno (materno); los mentirosos se han extraviado desde el vientre (de su madre)' (Sal 57, 4). 'Mira, en culpa nací, pecador me concibió mi madre' (Sal 50, 7).

Todos estos textos indican una continuidad de sentimientos y de ideas en el Antiguo Testamento y, como mínimo, plantean el difícil problema del origen de la condición universal de pecado.

7. La Sagrada Escritura nos impulsa a buscar la raíz del pecado en el interior del hombre, en su conciencia, en su corazón. Pero al mismo tiempo presenta el pecado como un mal hereditario. Esta idea parece expresada en el Salmo 50, de acuerdo con el cual el hombre 'concebido' en el pecado grita a Dios: 'Oh Dios, crea en mí un corazón puro' (Sal 50, 12). Tanto la universalidad del pecado como su carácter hereditario, por lo cual es en cierto sentido 'congénito' a la naturaleza humana, son afirmaciones que se repiten frecuentemente en el libro sagrado. Por ejemplo. en el Sal. 13: 'Se han corrompido cometiendo execraciones, no hay quien obre bien' (Sal 13, 30).

8. Desde el contexto bíblico, se puede entender las palabras de Jesús sobre la 'dureza de corazón' (Cfr. Mt 19, 8). San Pablo concibe esta 'dureza de corazón' principalmente como debilidad moral, es más, como una especie de incapacidad para hacer el bien. Estas son sus palabras: ' pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago' (Rom 7, 14-15). 'Porque el querer el bien está en mí, pero hacerlo no' (Rom 7, 18). 'Queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega' (Rom 7, 21). Palabras que, como se ha señalado muchas veces, presentan una interesante analogía con aquellas del poeta pagano: 'Video meliora provo que, deteriora sequor' (Cfr. Ovidio, Metamorph. 7, 20).

En ambos textos (pero también en otros de espiritualidad y de la literatura universal) se reconoce el surgir de uno de los aspectos más desconcertantes de la experiencia humana, en torno al cual sólo la revelación del pecado original ofrece algo de luz.

9. La enseñanza de la Iglesia de nuestros días, expresada de forma especial en el Conc. Vaticano II, reflexiona puntualmente sobre la verdad revelada cuando habla del 'mundo fundado y conservado por el amor del Creado, esclavizado bajo la servidumbre del pecado' (Gaudium et Spes 2). En la misma Constitución pastoral se lee lo siguiente: 'A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo' (Gaudium et Spes 37).

  

La doctrina católica sobre el pecado original (24.IX.86)

1. Gracias a las catequesis dadas en el ámbito del ciclo actual, tenemos ante nuestros ojos, por una parte, el análisis del primer pecado de la historia del hombre según la descripción contenida en Gen 3; por otra, la amplia imagen de lo que enseña la Revelación divina sobre el tema de la universalidad y del carácter hereditario del pecado. Esta verdad la propone constantemente el Magisterio de la Iglesia, también en nuestra época. Por ello es de rigor referirse a los documentos del Vaticano II, especialmente a la Cons. Gaudium et Spes, sin olvidar la Exhort. postsinodal Reconciliatio et Poenitentia (1984).

2. Fuente de este Magisterio es sobre todo el pasaje del libro del Génesis, en el que vemos que el hombre, tentado por el Maligno ('el día que de él comáis; seréis como Dios, conocedores del bien y del mal': Gen 3, 5), 'abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio final margen de Dios' (Gaudium et Spes 13). Entonces 'abriéronse los ojos' de ambos (es decir del hombre y de la mujer) ', y vieron que estaban desnudos' (Gen 3, 7). Y cuando el Señor 'llamó al hombre, diciendo: ¿Dónde estás?!', Éste contestó: 'Temeroso porque estaba desnudo, me escondí' (Gen 3, 9-10). Una respuesta muy significativa. El hombre que anteriormente (en estado de justicia original) se entretenía amistosa y confiadamente con el Creador en toda la verdad de su ser espiritual-corpóreo, creado a imagen de Dios, ha perdido ahora el fundamento de aquella amistad y alianza. Ha perdido la gracia de la participación en la vida de Dios: el bien de pertenecer a El en la santidad de la relación original de subordinación y filiación. El pecado, por el contrario, hizo sentir inmediatamente su presencia en la existencia y en todo el comportamiento del hombre y de la mujer: vergüenza de la propia transgresión y de la condición consecuente de pecadores y, por tanto, miedo a Dios. Revelación y análisis sicológico se asocian en esta página bíblica para expresar el 'estado' del hombre tras la caída.

3. Hemos visto que de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento surge otra verdad: algo así como una 'invasión' del pecado en la historia de la humanidad. El pecado se ha convertido en el destino común del hombre, en su herencia 'desde el vientre materno'. 'Pecador me concibió mi madre', exclama el Salmista en un momento de angustia existencial, en el que se unen el arrepentimiento y la invocación de la misericordia divina (Sal 50). Por su parte, San Pablo, que se refiere con frecuencia, como vimos en la anterior catequesis, a esa misma angustiosa experiencia, formula teóricamente esta verdad en la Carta a los Romanos: 'Todos nos hallamos bajo el pecado' (Rom 3, 9). 'Que toda boca se cierre y que todo el mundo se confiese reo ante Dios' (Rom 3, 19). 'Éramos por naturaleza hijos de la ira' (Ef 2, 3). En todos estos textos se trata de alusiones a la naturaleza humana abandonada a sí misma, sin la ayuda de la gracia, comentan los biblistas; a la naturaleza tal y como se ha visto reducida por el pecado de los primeros padres, y, por consiguiente, a la condición de todos sus descendientes y herederos.

4. Los textos bíblicos sobre la universalidad y sobre el carácter hereditario del pecado, casi 'congénito' a la misma naturaleza el estado en el que todos los hombres la reciben en la misma concepción por parte de los padres, nos introduce en el examen más directo de la doctrina católica sobre el pecado original.

Se trata de una verdad transmitida implícitamente en las enseñanzas de la Iglesia desde el principio y convertida en declaración formal del Magisterio en el Sínodo XV de Cartago el año 418 y en el Sínodo de Orange del año 529, principalmente contra los errores de Pelagio. Posteriormente, en el período de la Reforma, dicha verdad fue formulada solemnemente por el Concilio de Trento en 1546. El Decreto tridentino sobre el pecado original expresa esta verdad en la forma precisa en que es objeto de la fe y de la doctrina de la Iglesia. Podemos, pues, referirnos a este Decreto para deducir los contenidos esenciales del dogma católico sobre este punto.

5. Nuestros primeros padres (el Decreto dice: 'Primum hominem Adam'), en el paraíso terrenal (por tanto, en el estado de justicia y perfección originales) pecaron gravemente, transgrediendo el mandato divino. Debido a su pecado perdieron la gracia santificante; perdieron, por tanto, además la santidad y la justicia en las que habían sido 'constituidos' desde el principio, atrayendo sobre sí la ira de Dios. Consecuencia de este pecado fue la muerte como nosotros la experimentamos. Hay que recordar aquí las palabras del Señor en Gen 2, 17: 'Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás'. Sobre el sentido de esta prohibición hemos tratado en las catequesis anteriores. Como consecuencia del pecado, Satanás logró extender su 'dominio' sobre el hombre. El Decreto tridentino habla de 'esclavitud bajo el dominio de aquel que tiene el poder de la muerte'. Así, pues, la situación bajo el dominio de Satanás se describe como 'esclavitud'.

Será preciso volver sobre este aspecto del drama de los orígenes para examinar los elementos de 'alienación' que trajo consigo el pecado. Resaltemos mientras que el Decreto tridentino se refiere al 'pecado de Adán' en cuanto pecado propio y personal de los primeros padres (lo que los teólogos llaman peccatum originale originans), pero no olvida describir las consecuen radical y desesperado pesimismo.

Consecuencias del pecado original (1.X.86)

1. El Concilio de Trento formuló la fe de la Iglesia sobre el pecado original en un texto solemne.

En la catequesis anterior consideramos la enseñanza conciliar relativa al pecado personal de los primeros padres. Vamos a reflexionar ahora sobre lo que dice el Concilio acerca de las consecuencias que el pecado ha tenido para la humanidad.

El texto del decreto tridentino hace una primera afirmación al respecto.

2. El pecado de Adán ha pasado a todos sus descendientes, es decir, a todos los hombres en cuanto provenientes de los primeros padres y sus herederos en la naturaleza humana, ya privada de la amistad con Dios.

El Decreto tridentino lo afirma explícitamente: el pecado de Adán procuró daño no sólo a él, sino a toda su descendencia. La santidad y la justicia originales, fruto de la gracia santificante, no las perdió Adán sólo para sí, sino también 'para nosotros' ('nobis etiam').

Por ello transmitió a todo el género humano no sólo la muerte corporal y otras penas (consecuencias del pecado), sino también el pecado mismo como muerte del alma ('peccatum, quod mors est animae').

3. Aquí el Concilio de Trento recurre a una observación de San Pablo en la Carta a los Romanos, a la que hacía referencia ya el Sínodo de Cartago, acogiendo, por lo demás, una enseñanza ya difundida en la Iglesia.

En la traducción actual del texto paulino se lee así: 'Como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado' (Rom 5, 12). En el texto original griego se lee: 'ef w pantez hmaton', expresión que en la antigua Vulgata latina se traducía: 'in quo omnes peccaverunt' 'en el cual (en él sólo) todos pecaron'; sin embargo los griegos, ya desde el principio, entendían claramente lo que la Vulgata traduce 'in quo' como un 'a causa de' o 'en cuanto', sentido ya aceptado comúnmente en las traducciones modernas. Sin embargo, esta diversidad de interpretaciones de la expresión 'ef w' no cambia la verdad de fondo contenida en el texto de San Pablo, es decir, que el pecado de Adán (de los progenitores) ha tenido consecuencias para todos los hombres. Por lo demás, en el mismo capítulo de la Carta a los Romanos el Apóstol escribe: 'por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores' (Rom 5, 19). Y en el versículo anterior: 'por la transgresión de un solo llegó la condenación a todos' (5, 18). Así, pues, San Pablo vincula la situación de pecado de toda la humanidad con la culpa de Adán.

4. Las afirmaciones de San Pablo que acabamos de citar y a las que se ha remitido el Magisterio de la Iglesia, iluminan, pues, nuestra fe sobre las consecuencias que el pecado de Adán tiene para todos los hombres. Esta enseñanza orientará siempre a los exegetas y teólogos católicos para valorar, con la sabiduría de la fe, las explicaciones que la ciencia ofrece sobre los orígenes de la humanidad.

En particular resultan válidas y estimuladoras las palabras que el Papa Pablo VI dirigió a un simposio de teólogos y científicos: 'Es evidente que os parecerán irreconciliables con la genuina doctrina católica las explicaciones que dan del pecado original algunos autores modernos, los cuales partiendo del supuesto, que no ha sido demostrado, del poligenismo, niegan, más o menos claramente, que el pecado, de donde se deriva tal cantidad de males a la humanidad, haya sido ante todo la desobediencia de Adán !primer hombre!, figura del futuro, cometido al principio de la historia' (1966).

5. El Decreto tridentino contiene otra afirmación: el pecado de Adán pasa a todos los descendientes, a causa de su origen de él, y no sólo por el mal ejemplo. El Decreto afirma: 'Este pecado de Adán que es uno solo por su origen y transmitido por propagación y no sólo por imitación, está en cada uno como propio'.

Así, pues, el pecado original se transmite por generación natural. Esta convicción de la Iglesia se indica también en la práctica del bautismo de los recién nacidos, a la cual se remite el Decreto conciliar. Los recién nacidos, incapaces de cometer un pecado personal, reciben sin embargo, de acuerdo con la Tradición secular de la Iglesia, el bautismo poco después del nacimiento en remisión de los pecados. El Decreto dice: 'Se bautizan verdaderamente para la remisión de los pecados, a fin de que se purifiquen en la regeneración del pecado contraído por generación'.

En este contexto aparece claro que el pecado original en ningún descendiente de Adán tiene el carácter de culpa personal. Es la privación de la gracia santificante en una naturaleza que, por culpa de los progenitores, se ha desviado de su fin sobrenatural. Es un 'pecado de la naturaleza', referible sólo analógicamente al 'pecado de la persona'. En el estado de justicia original, antes del pecado, la gracia santificante era como la 'dote' sobrenatural de la naturaleza humana. En la 'lógica' interior del pecado, que es rechazo de la voluntad de Dios, dador de este don, está incluida la perdida de él. La gracia santificante ha cesado de constituir el enriquecimiento sobrenatural de esa naturaleza que los primogenitores transmitieron a todos sus descendientes en el estado en que se encontraba cuando dieron inicio a las generaciones humanas. Por ello el hombre es concebido y nace sin la gracia santificante. Precisamente este 'estado inicial' del hombre, vinculado a su origen, constituye la esencia del pecado original como una herencia (Peccatum originale originatum, como se suele decir).

6. No podemos concluir esta catequesis sin afirmar cuanto hemos dicho al comienzo de este ciclo: a saber, que debemos considerar el pecado original en constante referencia con el misterio de la redención realizada por Jesucristo, Hijo de Dios, el cual 'por nosotros los hombres y por nuestra salvación se hizo hombre'. Este artículo del Símbolo sobre la finalidad salvífica de la Encarnación se refiere principal y fundamentalmente al pecado original.

También el Decreto del Concilio de Trento tiene todo él referencia a esta finalidad, inseriéndose así en la enseñanza de toda la Tradición, que tiene su punto de arranque en la Sagrada Escritura, y antes que nada en el llamado 'protoevangelio', esto es, en la promesa de un futuro vencedor de satanás y liberador del hombre, ya vislumbrada en el libro del Génesis (3, 15) y después en tantos otros textos, hasta la expresión más plena que nos da San Pablo en la Carta a los Romanos. Efectivamente, según el Apóstol, Adán es 'el tipo del que había de venir' (Rom 5, 14). 'Pues si por la transgresión de uno mueren muchos, cuánto más la gracia de Dios y el don gratuito (conferido) por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, ha abundado en beneficio de muchos' (Rom 5, 15).

'Pues como, por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos se constituirán en justos' (Rom 5, 19). Por consiguiente, como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de un solo llega a todos la justificación de la vida' (Rom 5, 8).

El Concilio de Trento se refiere particularmente al texto paulino de la Carta a los Romanos 5, 12 cual quicio de su enseñanza, viendo afirmada en ella universalidad del pecado, pero también la universalidad de la redención. El Concilio se remite también a la práctica del bautismo de los recién nacidos y lo hace a causa de la fuerte referencia del pecado original ) como herencia universal recibida de los progenitores con la naturaleza) a la verdad de la redención operada en Jesucristo.

La naturaleza caída (8.X.86)

1. La profesión de fe, pronunciada por Pablo VI en 1968, al concluir el 'Año de la fe', propone de nuevo cumplidamente las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Santa Tradición sobre el pecado original. Volvamos a escucharla:

'Creemos que en Adán todos pecaron, lo cual quiere decir que la falta original cometida por él hizo caer la naturaleza humana, común a todos los hombres, en un estado en que se experimenta las consecuencias de esta falta y que no es aquel en el que se hallaba la naturaleza al principio de nuestros primeros padres, creados en santidad y justicia y en el que el hombre no conocía ni el mal ni la muerte. Esta naturaleza humana caída, despojada de la vestidura de la gracia, herida en sus propias fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, se transmite a todos y en este sentido todo hombre nace en pecado. Sostenemos pues con el Concilio de Trento que el pecado original se transmite con la naturaleza humana no por imitación, sino por propagación y que por tanto es propio de cada uno'.

2. 'Creemos que nuestro Señor Jesucristo, por el sacrificio de la cruz nos rescató del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que según afirma el Apóstol, 'donde había abundado el pecado, sobreabundó la gracia'

A continuación la Profesión de Fe, llamada también 'Credo del Pueblo de Dios', se remite, como lo hace el Decreto del Conc. de Trento, al santo bautismo, y antes que nada al de los recién nacidos: 'para que, naciendo privados de la gracia sobrenatural, renazcan a del agua y del Espíritu Santo a la vida divina en Cristo Jesús'.

Como vemos, este texto de Pablo VI confirma también que toda la doctrina revelada sobre el pecado y en particular sobre el pecado original hace siempre rigurosa referencia al misterio de la redención. Así intentamos presentarla también en esta catequesis. De lo contrario no sería posible comprender plenamente la realidad del pecado en la historia del hombre. Lo pone en evidencia San Pablo, especialmente en la Carta a los Romanos, a la cual sobre todo hace referencia el Conc. de Trento en el Decreto sobre el pecado original.

Pablo VI, en el 'Credo del Pueblo de Dios' propuso de nuevo a la luz de Cristo Redentor todos los elementos de la doctrina sobre el pecado original, contenidos en el Decreto Tridentino.

3. A propósito del pecado de los primeros padres, el 'Credo del Pueblo de Dios' habla de la 'naturaleza humana caída'. Para comprender bien el significado de esta expresión es oportuno volver a la descripción de la caída narrada en el Génesis (Gen 3). En dicha descripción se habla también del castigo de Dios a Adán y Eva, según la presentación antropomórfica de las intervenciones divinas que el libro del Génesis hace siempre. En la narración bíblica, después del pecado, el Señor dice a la mujer: 'Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido que te dominará' (Gen 3, 16).

'Al hombre (Dios) le dijo: Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol que te prohibí comer, diciéndote no comas de él: Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te daré espinas y abrojos, y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás' (Gen 3, 17-19).

4. Estas palabras fuertes y severas se refieren a la situación del hombre en el mundo tal como resulta de la historia. El autor bíblico no duda en atribuir a Dios la 'maldición de la tierra': la creación visible se hizo para el hombre extraña y rebelde. San Pablo hablará de 'sumisión de la creación a la caducidad' a causa del pecado del hombre por el cual también 'la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto' hasta que sea 'liberada de la servidumbre de la corrupción' (Cfr. Rom 8, 19-22). Este desequilibrio de lo creado tiene su influjo en el destino del hombre en el mundo visible. El trabajo, por el que el hombre conquista para sí los medios de sustento, hay que hacerlo 'con el sudor del rostro', así pues va unido a la fatiga. Toda la existencia del hombre está caracterizada por la fatiga y el sufrimiento, y esto comienza ya con el nacimiento, acompañado ya por los dolores de la parturienta y, aunque inconscientes, por los del niño que a su vez gime y llora.

5. Y finalmente, toda la existencia del hombre en la tierra está sujeta al miedo de la muerte, que según la Revelación está unida al pecado original. El pecado mismo es sinónimo de muerte espiritual, porque por el pecado el hombre ha perdido la gracia santificante, fuente de la vida sobrenatural. Signo y consecuencia del pecado original es la muerte del cuerpo, tal como desde entonces la experimentan todos los hombres. El hombre ha sido creado por Dios para la inmortalidad; la muerte que aparece como un trágico salto en el vacío, constituye la consecuencia del pecado, casi por una lógica suya inmanente, pero sobre todo por castigo de Dios. Esta es la enseñanza de la Revelación y esta es la fe de la Iglesia: sin el pecado, el final de la prueba terrena no habría sido tan dramático.

El hombre ha sido creado por Dios también para la felicidad, que, en el ámbito de la existencia terrena, debía significar estar libre de sufrimientos, por lo menos en el sentido de una posibilidad de exención de ellos: 'posse non pati', así como de exención de la muerte, en el sentido de 'posse non mori'. Como vemos por las palabras atribuidas a Dios en el Génesis (Gen 3, 16)19) y por muchos otros textos de la Biblia y de la Tradición, con el pecado original esta exención dejó de ser un privilegio del hombre. Su vida en la tierra ha sido sometida a muchos sufrimientos y a la necesidad de morir.

6. El 'Credo del Pueblo de Dios' enseña que la naturaleza humana después del pecado original no está en el estado 'en que se hallaba al principio en nuestros padres'. Está 'caída' (lapsa), porque está privada del don de la gracia santificante, y también de otros dones que en el estado de justicia original constituían la perfección (integritas) de esta naturaleza. Aquí se trata no sólo de la inmortalidad y de la exención de muchos sufrimientos, dones perdidos a causa del pecado, sino también de las disposiciones interiores de la razón y de la voluntad, es decir, de las energías habituales de la razón y de la voluntad. Como consecuencia del pecado original todo el el Génesis (Gen 3, 16)19) y por muchos otros textos de la Biblia y de la Tradición, con el pecado original esta exención dejó de ser un privilegio del hombre. Su vida en la tierra ha sido sometida a muchos sufrimientos y a la necesidad de morir.

6. El 'Credo del Pueblo de Dios' enseña que la naturaleza humana después del pecado original no está en el estado 'en que se hallaba al principio en nuestros padres'. Está 'caída' (lapsa), porque está privada del don de la gracia santificante, y también de otros dones que en el estado de justicia original constituían la perfección (integritas) de esta naturaleza. Aquí se trata no sólo de la inmortalidad y de la exención de muchos sufrimientos, dones perdidos a causa del pecado, sino también de las disposiciones interiores de la razón y de la voluntad, es decir, de las energías habituales de la razón y de la voluntad. Como consecuencia del pecado original todo el hombre, alma y cuerpo, ha quedado turbado: 'secundum animam et corpus', precisa el Conc. de Orange en el 529, del que se hace eco el Decreto Tridentino, añadiendo que todo el hombre ha quedado deteriorado: 'in deterius commutatum fuisse'.

7. En cuanto a las facultades espirituales del hombre, este deterioro consiste en la ofuscación de la capacidad del intelecto para conocer la verdad y en el debilitamiento del libre albedrío, que se ha debilitado ante los atractivos de los bienes sensibles y sobre todo se ha expuesto a las falsas imágenes de los bienes elaboradas por la razón bajo el influjo de las pasiones. Pero según las enseñanzas de la Iglesia, se trata de un deterioro relativo, no absoluto, no intrínseco a las facultades humanas. Pues el hombre, después del pecado original, puede conocer con la inteligencia las fundamentales verdades naturales, también las religiosas y los principios morales. Puede también hacer buenas obras. Así, pues, se debería hablar de un oscurecimiento de la inteligencia y un debilitamiento de la voluntad, de 'heridas' de las facultades espirituales y de las sensitivas, más que de una pérdida de sus capacidades esenciales también en relación con el conocimiento y el amor de Dios.

El Decreto Tridentino subraya esta verdad de la salud fundamental de la naturaleza contra la tesis contraria, sostenida por Lutero (y tomada más tarde por los jansenistas). Enseña que el hombre como consecuencia del pecado de Adán, no ha perdido el libre albedrío (Can. 5: 'liberum arbitrium non amissum et extinctum'). Puede, pues, hacer actos que tengan auténtico valor moral: bueno o malo. Esto es posible sólo por la libertad de la voluntad humana. El hombre caído, sin embargo, sin la ayuda de Cristo no es capaz de orientarse hacia los bienes sobrenaturales, que constituyen su plena realización y su salvación.

8. En la situación en la que ha llegado a encontrase la naturaleza después del pecado, y especialmente por la inclinación del hombre más hacia el mal que hacia el bien, se habla de una 'inclinación al pecado' (fomes peccati), de la que la naturaleza humana estaba libre en el estado de perfección original (integritas). Esta 'inclinación al pecado' fue llamada por el Concilio de Trento también 'concupiscencia' (concupiscentia) añadiendo que ésta perdura incluso en el hombre justificado por Cristo, por lo tanto también después del santo bautismo. El Decreto Tridentino precisa claramente que la 'concupiscencia' en sí misma aún no es pecado, pero: 'ex peccato est et ad peccatum inclinat'. La concupiscencia, como consecuencia del pecado original, es fuente de inclinación a los distintos pecados personales cometidos por los hombres con el mal uso de sus facultades (los que se llaman pecados actuales, para distinguirlos del original). Esta inclinación permanece en el hombre incluso después del santo bautismo. En este sentido cada uno lleva en sí el 'fomes' al pecado.

9. La doctrina católica precisa y caracteriza el estado de la naturaleza humana caída (natura lapsa) con los términos que hemos expuesto basándonos en los datos de la Sagrada Escritura y de la Tradición. Esta está claramente propuesta en el Concilio Tridentino y en el 'Credo' de Pablo VI. Pero una vez más observamos que, según esta doctrina, fundada en la Revelación, la naturaleza humana está no sólo 'caída', sino también 'redimida' en Jesucristo; de modo que 'donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rom. 5, 20). Este es el verdadero contexto en el que se deben considerar el pecado original y sus consecuencias.

El pecado, objetiva desobediencia a Dios (29.X.86)

1. En las catequesis de este ciclo tenemos continuamente ante los ojos la verdad sobre el pecado original, y al mismo tiempo tratamos de mirar la realidad del pecado en la dimensión global de la historia del hombre. La experiencia histórica confirma a su modo lo que está expreso en la Revelación: en la vida del hombre el pecado está constantemente presente, constantemente actual. Por parte del conocimiento humano el pecado está presente como e l mal moral, del que se ocupa de modo directo la ética (filosofía moral). Pero se ocupan también de él a su manera otras ramas de la ciencia antropológica de carácter más descriptivo, como la sicología y la sociología. Una cosa es cierta: el mal moral (lo mismo que el bien) pertenecen a la experiencia humana, y de aquí parten para estudiarlo todas las disciplinas que pretenden acceder a él como objeto de la experiencia.

2. Pero al mismo tiempo hay que constatar que, fuera de la Revelación, no somos capaces de percibir plenamente ni expresar adecuadamente la esencia misma del pecado (o sea, del mal moral como pecado). Sólo teniendo como fondo la relación instaurada con Dios mediante la fe resulta comprensible la realidad total del pecado. A la luz de esta relación podemos, pues, desarrollar y profundizar esta comprensión.

Si se trata de la Revelación y ante todo de la Sagrada Escritura, no se puede presentar la verdad sobre el pecado que aquella contiene si no es volviendo al 'principio' mismo. En cierto sentido también el pecado 'actual', perteneciente a la vida de todo hombre, se hace plenamente comprensible en referencia a ese 'principio', a ese pecado del primer hombre. Y no sólo porque lo que el Concilio de Trento llama 'inclinación al pecado' (fomes peccati), consecuencia del pecado original, es en el hombre la base y la fuente de los pecados personales. Sino también porque ese 'primer pecado' de los primeros padres queda en cierta medida como el 'modelo' de todo pecado cometido por el hombre personalmente. El 'primer pecado' era en sí mismo también un pecado personal: por ello los distintos elementos de su 'estructura' se hallan de algún modo en cualquier otro pecado del hombre.

3. El Concilio Vaticano II nos recuerda: 'Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios' (Gaudium et Spes 13). Con estas palabras el Concilio trata del pecado de los primeros padres cometido en el estado de justicia original. Pero también en todo pecado cometido por cualquier otro hombre a lo largo de la historia, en el estado de fragilidad moral hereditaria, se reflejan esos mismos elementos esenciales. Efectivamente, en todo pecado entendido como acto personal del hombre, está contenido un particular 'abuso de la libertad', es decir, un mal uso de la libertad, de la libre voluntad. El hombre, como ser creado, abusa de la libertad de su voluntad cuando la utiliza contra la voluntad del propio Creador, cuando en su conducta 'se levanta contra Dios', cuando trata de 'alcanzar su propio fin al margen de Dios'.

4. En todo pecado del hombre se repiten los elementos esenciales, que desde el principio constituyen el mal moral del pecado a la luz de la verdad revelada sobre Dios y sobre el hombre. Se presentan en un grado de intensidad diverso del primer pecado, cometido en el estado de justicia original. Los pecados personales, cometidos después del pecado original, están condicionados por el estado de inclinación hereditaria al mal ('fomes peccati'), en cierto sentido ya desde el punto de arranque. Sin embargo, dicha situación de debilidad hereditaria no suprime la libertad del hombre, y por ello en todo pecado actual (personal) esta contenido un verdadero abuso de la libertad contra la voluntad de Dios. El grado de este abuso, como se sabe, puede variar, y de ello depende también el diverso grado de culpa del que peca. En este sentido hay que aplicar una medida diversa para los pecados actuales, cuando se trata de valorar el grado del mal cometido en ellos. De aquí proviene así mismo la diferencia entre el pecado 'grave' y el pecado 'venial'. Si el pecado grave es al mismo tiempo 'mortal', es porque causa la pérdida de la gracia santificante en quien lo comete.

5. San Pablo, hablando del pecado de Adán, lo describe como 'desobediencia' (Cfr. Rom 5, 19): cuando afirma el Apóstol vale también para todo otro pecado 'actual' que el hombre comete. El hombre peca transgrediendo el mandamiento de Dios, por tanto es 'desobediente' a Dios, Legislador Supremo. Esta desobediencia, a la luz de la Revelación, es al mismo tiempo ruptura de a alianza con Dios. Dios, tal como lo conocemos por la Revelación, es en efecto el Dios de la Alianza y precisamente como Dios de la Alianza es Legislador. Efectivamente, introduce su ley en el contexto de la Alianza con el hombre, haciéndola condición fundamental de la Alianza misma.

6. Así era ya en esa Alianza original que, como leemos en el Génesis (2-3), fue violada 'al principio'. Pero esto aparece todavía más claro en la relación del Señor Dios para con Israel en tiempos de Moisés. La Alianza establecida con el pueblo elegido al pie del Monte Sinaí (Cfr. Ex 24, 3-8), tiene en sí como parte constitutiva los mandamientos: el Decálogo (Cfr. Ex 20; Dt 5). Constituyen los principios fundamentales e inalienables de comportamiento de todo hombre respecto de Dios y respecto de las criaturas, la primera de ellas el hombre.

7. Según la enseñanza contenida en la Carta de San Pablo a los Romanos, esos principios fundamentales e inalienables de conducta, revelados en el contexto de la Alianza del Sinaí, en realidad están 'inscritos en el corazón' de todo hombre, incluso independientemente de la revelación hecha a Israel. En efecto, escribe el Apóstol: 'Cuando los gentiles, guiados por la razón natural, sin Ley, cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos sin tenerla, son para sí mismos Ley. Y con esto muestran, que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia y las sentencias con que entre sí unos y otros se acusan o se excusan' (Rom 2, 14-15).

Así, pues, el orden moral, convalidado por Dios con la revelación de la ley en el ámbito de la Alianza, tiene ya consistencia en la ley 'escrita en los corazones', incluso fuera de los confines marcados por la ley mosaica y la Revelación: se puede decir que está escrito en la misma naturaleza racional del hombre, como explica de modo excelente Santo Tomás cuando habla de la 'Lex naturae' (Cfr. S.Th. I-II, q.91, a.2; q.94, aa.5-6). El cumplimiento de esta ley determina el valor moral de los actos del hombre, hacen que sean buenos. En cambio, la transgresión de la ley 'inscrita en los corazones', es decir, en la misma naturaleza racional del hombre, hace que los actos humanos sean malos. Son malos porque se oponen al orden objetivo de la naturaleza humana y del mundo, detrás del cual está Dios, su Creador. Por ello, también en este estado de conciencia moral iluminado por los principios de la ley natural, un acto moralmente malo es pecado.

8. A la luz de la ley revelada el carácter del pecado aparece todavía más de relieve. El hombre posee entonces una conciencia mayor de transgredir una ley explícitamente y positivamente establecida por Dios. Tiene, pues, también la conciencia de oponerse a la voluntad de Dios y, en este sentido, de 'desobedecer'. No se trata sólo de la desobediencia a un principio abstracto de comportamiento, sino al principio en el que toma forma la autoridad 'personal' de Dios: a un principio en el que se expresa su sabiduría y su Providencia. Toda la ley moral está dictada por Dios debido a su solicitud por el verdadero bien de la creación, y, en particular por el bien del hombre. Precisamente este bien ha sido inscrito por Dios en la Alianza que ha establecido con el hombre: tanto en la primera Alianza con Adán, como en la Alianza del Sinaí, a través de Moisés y, por último, en la definitiva, revelada en Cristo y establecida en la sangre de su redención (Cfr. Mc 14, 24; Mt 26, 28; 1 Cor 11, 25; Lc 22, 20).

9. Visto en esta perspectiva, el pecado como 'desobediencia' a la ley se manifiesta mejor en su característica de 'desobediencia' personal hacia Dios: hacia Dios como Legislador, que es al mismo tiempo Padre que ama. Este mensaje expresado ya profundamente en el Antiguo Testamento (Cfr. Os 11,1-7), hallará su enunciación más plena en la parábola del hijo pródigo (Cfr. Lc 15, 18)19, 21). En todo caso la desobediencia a Dios, es decir, la oposición a su voluntad creadora y salvífica, que encierra el deseo del hombre de 'alcanzar su propio fin al margen de Dios' (Gaudium et Spes 13), es 'un abuso de libertad' (Ib.).

10. Cuando Jesucristo, la vigilia de su pasión, habla del 'pecado' sobre el que el Espíritu Santo debe 'amonestar al mundo', explica la esencia de este pecado con las palabras: 'porque no creyeron en mí' (Jn 16, 9). Ese 'no creer' a Dios es en cierto sentido la primera y fundamental forma de pecado que el hombre comete contra el Dios de la Alianza. Esta forma de pecado se había manifestado ya en el pecado original del que se habla en el Génesis 3. A ella se refería, para excluirla, también la ley dada en la Alianza del Sinaí: 'Yo soy Yahvéh, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios que a mí' (Ex 20, 2)3). A ella se refieren así mismo las palabras de Jesús en el Cenáculo y todo el Evangelio y el Nuevo Testamento.

11. Esta incredulidad, esta falta de confianza en Dios que se ha revelado como Creador, Padre y Salvador, indican que el hombre, al pecar, no sólo infringe el mandamiento (la ley), sino que realmente 'se levanta contra' Dios mismo, 'pretendiendo alcanzar su fin al margen de Dios' (Gaudium et Spes 13). De este modo, en la raíz de todo pecado actual podemos encontrar el reflejo, tal vez lejano pero no menos real, de esas palabras que se hallan en la base del primer pecado: las palabras del tentador, que presentaban la desobediencia a Dios como camino para ser como Dios; y para conocer, como Dios, 'el bien y el mal'.

Pero, como hemos dicho, también en el pecado actual, cuando se trata de pecado grave (mortal), el hombre se elige a sí mismo contra Dios, elige la creación contra el Creador, rechaza el amor del Padre como el hijo pródigo en la primera fase de su loca aventura. En cierta medida todo pecado del hombre expresa ese 'mysterium iniquitatis' (2 Tes 2, 7), que San Agustín ha encerrado en las palabras: 'Amor sui usque ad contemptum Dei': El amor de sí hasta el desprecio de Dios (De Civitate Dei, XIV, 28).

Pecado personal y su dimensión social (5.XI.86)

1. En las catequesis de este ciclo sobre el pecado, considerado a la luz de la fe, el objeto directo del análisis es el pecado actual (personal), pero siempre en referencia al primer pecado, que dejó sus secuelas en los descendientes de Adán, y que por eso se llama pecado original. Como consecuencia del pecado original los hombres nacen en un estado de fragilidad moral hereditaria y fácilmente toman el camino de los pecados personales si no corresponden a la gracia que Dios ha ofrecido a la humanidad por medio de la redención obrada por Cristo.

Lo hace notar el Concilio Vaticano II cuando escribe, entre otras cosas: 'Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente' (Gaudium et Spes 13). En este contexto de tensiones y de conflictos unidos a la condición de la naturaleza humana caída, se sitúa cualquier reflexión sobre el pecado personal.

2. Este tiene esa característica esencial de ser siempre el acto responsable de una determinada persona, un acto incompatible con la ley moral y por consiguiente opuesto a la voluntad de Dios. Lo que comporta e implica en sí mismo este acto lo podemos descubrir con la ayuda de la Biblia. Ya en el Antiguo Testamento encontramos diversas expresiones para indicar los distintos momentos o aspectos de la realidad del pecado a la luz de la Divina Revelación. Así, a veces es llamado simplemente 'el mal' ('ra!' )ra')): el que comete pecado hace 'lo que es malo a los ojos del Señor' (Dt 31, 29). Por eso el pecador, considerado también como 'impío' (rasa )rasa!)), es el que 'olvida a Dios' (Cfr. Sal 9, 18), el que 'no quiere conocer a Dios' (Cfr. Job 21, 14), en el que 'no hay temor de Dios' (Sal 35, 2), el que 'no confía en el Señor'(Sal 31, 10), más aún, el que 'desprecia a Dios' (Sal 9, 34), creyendo que 'el Señor no ve' (Sal 93, 7) y 'no nos pedirá cuentas' (Sal 9, 34). Y además el pecador (el impío) es el que no tiene miedo de oprimir a los justos (Sal 11, 9), ni de 'hacer la injusticia a las viudas y a los huérfanos' (Cfr. Sal 81, 4; 93, 6), ni tampoco de 'cambiar el bien con el mal' (Sal 108, 2)5). Lo contrario del pecador es, en la Sagrada Escritura, el hombre justo (sadiq )sadiq)). El pecado, pues, es, en el sentido más amplio de la palabra, la injusticia.

3. Esta injusticia, que tiene muchas formas, encuentra su expresión también en el término pesaáá)pesa¿), en el que está presente la idea de agravio hecho a otro, a aquel cuyos derechos han sido violados con la acción que constituye precisamente el pecado. Sin embargo, la misma palabra significa también 'rebelión' contra los superiores, tanto más grave si está dirigida contra Dios, tal como leemos en los Profetas: 'Yo he criado hijos y los he hecho crecer, pero ellos se han rebelado contra mí' (Is 1, 2; cfr. también, p.e., Is 48, 8- 9; Ez 2, 3).

Pecado significa también 'injusticia' (!awoñ, -'awoñ- en griego aoicia, anomia). Al mismo tiempo, esta palabra, según la Biblia pone de relieve el estado pecaminoso del hombre, en cuanto culpable del pecado. En efecto, etimológicamente significa 'desviarse del camino justo' o también 'torcedura' o 'deformación': ¡Estar verdaderamente fuera de la justicia!. La conciencia de este estado de injusticia aflora en esa doliente confesión de Caín: '¡Es demasiado grande mi culpa para obtener perdón! (Gen 4, 13); y en esa otra del Salmista: 'Mis iniquidades pesan sobre mi cabeza, pesan sobre mí como pesada carga' (Sal 37, 5). La culpa (injusticia) comporta ruptura con Dios, expresada con el término ht (hata), que etimológicamente significa 'falta contra uno'. De ahí, la otra actitud de conciencia del Salmista: '¡Contra Ti sólo pequé!' (Sal 50, 6).

4. También según la Sagrada Escritura, el pecado, por esa esencial naturaleza suya de 'injusticia', es ofensa a Dios, ingratitud por sus beneficios, además de desprecio a su santísima Persona. '¿Por qué pues has despreciado la Palabra del Señor haciendo lo que es malo a sus ojos?', pregunta el Profeta Natán a David después de su pecado (2 Sm 12, 9). El pecado es también una mancha y una impureza. Por eso Ezequiel habla de 'contaminación' con el pecado (Cfr. Ez 14, 11), especialmente con el pecado de idolatría que muchas veces es parangonado por los Profetas al 'adulterio' (Cfr. Os 2, 4. 6)7). Por eso también el Salmista pide: 'Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve' (Sal 50, 9).

En este mismo contexto se pueden entender mejor las palabras de Jesús en el Evangelio: 'Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre Del corazón del hombre salen los malos propósitos; las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades hacen al hombre impuro' (Mc 7, 20- 23. Cfr. Mt 15, 18-20). Hemos de observar que en el léxico del Nuevo Testamento no se le dan al pecado tantos nombres que se correspondan con los del Antiguo: sobre todo se le llama con la palabra griega 'anomia' (= iniquidad, injusticia, oposición al reino de Dios: cfr., p.e., Mc 7,23; Mt 13, 41; 24, 12; 1 Jn 3, 4). Además con la palabra 'amartia' (= error, falta); o también 'ofeilhma' (= deuda )p.e., 'perdónanos nuestras deudas'); = pecados, cfr. , p.e., Mt 6, 12; Lc 11, 4).

5. Acabamos de escuchar las palabras de Jesús que describen el pecado como algo que proviene 'del corazón' del hombre, de su interior. Ellas ponen de relieve el carácter esencial del pecado. Al nacer del interior del hombre, en su voluntad, el pecado, por su misma esencia, es siempre un acto de la persona (actus personae). Un acto consciente y libre, en el que se expresa la libre voluntad del hombre. Solamente basándose en este principio de libertad, y por consiguiente en el hecho de la deliberación, se puede establecer su valor moral. Sólo por esta razón podemos juzgarlo como mal en el sentido moral, así como juzgamos y aprobamos como bien un acto conforme a la norma objetiva de la moral, y en definitiva a la voluntad de Dios. Solamente lo que nace de la libre voluntad implica responsabilidad personal: y sólo en este sentido, un acto consciente y libre del hombre que se oponga a la norma moral (a la voluntad de Dios), a la ley, al mandamiento y en definitiva a la conciencia, constituye una culpa.

6. En este sentido individual y personal la Sagrada Escritura habla del pecado, ya que éste por principio hace referencia a un determinado sujeto, al hombre que es su artífice. Aunque en algunos pasajes aparece la expresión 'el pecado del mundo', el anterior sentido no queda descalificado, al menos en lo que se refiere a la causalidad y responsabilidad del pecado: lo puede ser solamente un ser racional y libre que se encuentre en este mundo, es decir, el hombre (o en otra esfera de seres, también el espíritu puro creado, es decir, el 'ángel', como hemos visto en catequesis anteriores).

La expresión 'el pecado del mundo' se encuentra en el Evangelio según San Juan: 'Este es el Cordero de Dios, este es el que quita el pecado del mundo' (Jn 1, 29); (en la fórmula litúrgica dice: 'los pecados del mundo'). En la primera Carta del Apóstol encontramos otro pasaje que dice así: 'No améis al mundo ni lo que hay en el mundo Porque lo que hay en el mundo ) las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero), eso no procede del Padre, sino que procede del mundo' (1 Jn 2, 15)16). Y con estas palabras aún más drásticas: 'Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del maligno' (1 Jn 5, 19).

7. ¿Cómo entender estas expresiones sobre el 'pecado del mundo'?. Los pasajes recordados indican claramente que no se trata del 'mundo' como creación de Dios, sino como una dimensión específica, casi un espacio espiritual cerrado a Dios en el que, sobre la base de la libertad creada, ha nacido el mal. Este mal transferido al 'corazón' de los primeros padres bajo el influjo de la 'antigua serpiente' (Cfr. Gen 3 y Ap 12, 9), es decir, satanás, 'padre de la mentira', ha dado malos frutos desde el principio de la historia del hombre. El pecado original ha dejado detrás de sí esa 'inclinación al pecado' ('fomes peccati'), es decir, la triple concupiscencia que induce al hombre al pecado. A su vez los muchos pecados personales cometidos por los hombres forman casi un 'ambiente de pecado', que por su parte crea las condiciones para nuevos pecados personales, y de algún modo induce y arrastra a ello a cada uno de los hombres. Por eso, el 'pecado del mundo' no se identifica con el pecado original, pero constituye casi una síntesis o una suma de sus consecuencias en la historia de cada una de las generaciones y por consiguiente de toda la humanidad. De ello resulta que llevan sobre sí una cierta impronta de pecado también las distintas iniciativas, tendencias, realizaciones e instituciones, incluso en aquellos 'conjuntos' que constituyen las culturas y las civilizaciones, y que condicionan la vida y el comportamiento de cada uno de los hombres. En este sentido se puede quizá hablar de pecado de las estructuras, por una especie de 'infección' que desde los corazones de los hombres se propaga a los ambientes en los que viven y a las estructuras por las que está regida y condicionada su existencia.

8. El pecado pues, aun conservando su esencial carácter de acto personal, posee al mismo tiempo una dimensión social, de lo cual hablé en le Exh. Apostólica postsinodal sobre la reconciliación y la penitencia, publicada en 1984. Tal como escribía en ese documento, 'hablar de pecado social quiere decir, ante todo, reconocer que, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. Es esta la otra cara de aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la Comunión de los Santos, merced a la cual se ha podido decir que 'toda alma que se eleva, eleva al mundo'. A esta ley de la elevación corresponde, por desgracia, la ley de descenso, de suerte que se puede hablar de una comunión del pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero' (Reconciliatio et Poenitentia, 16).

Después la Exhortación habla de pecados que de modo particular merecen ser calificados como 'pecados sociales'; tema del que nos ocuparemos aún en el ámbito de otro ciclo de catequesis.

9. De lo dicho se deduce con bastante claridad que 'el pecado social' no es lo mismo que el bíblico 'pecado del mundo'. Y sin embargo hay que reconocer que para comprender el 'pecado del mundo' hay que tomar en consideración no sólo la dimensión la dimensión personal del pecado, sino también la social. La Exhort. Reconciliatio et Poenitentia continúa: 'No existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana. Según esta primera acepción, se puede atribuir indiscutiblemente a cada pecado el carácter de pecado social' (Recontiliatio et Poenitentia, 16). Al llegar a este punto podemos concluir observando que la dimensión social del pecado explica mejor por qué el mundo se convierte en ese específico 'ambiente' espiritual negativo, al que alude la Sagrada Escritura cuando habla del 'pecado del mundo'.

  

El pecado, la verdadera alienación (12.XI.86)

1. Las consideraciones sobre el pecado desarrolladas en este ciclo de nuestras catequesis, nos obligan a volver siempre a ese primer pecado del que se habla en Gen 3. San Pablo se refiere a él como a la 'desobediencia' del primer Adán (Cfr. Rom 5, 19), en conexión directa con esa transgresión del mandamiento del Creador concerniente al 'árbol de la ciencia del bien y del mal'. Aunque una lectura superficial del texto puede dar la impresión de que la prohibición se refería a una cosa irrelevante ('no debéis comer del fruto del árbol'), quien hace un análisis de él más profundo se convence con facilidad de que el contenido aparentemente irrelevante de la prohibición simboliza una cuestión totalmente fundamental. Y esto aparece en las palabras del tentador quien, para persuadir al hombre a que actúe contra la prohibición del Creador, lo anima con esta instigación: 'Cuando comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal' (Gen 3, 5).

2. A la luz de este hay que entender, según parece, que ese árbol de la ciencia y la prohibición de comer sus frutos tenían el fin de recordar al hombre que no es 'como Dios': ¡es sólo una criatura!. Sí, una criatura particularmente perfecta porque esta hecha a 'imagen y semejanza de Dios', y con todo, siempre y sólo una criatura. Esta era la verdad fundamental del ser humano. El mandamiento que el hombre recibió al principio incluía esta verdad expresada en forma de advertencia: Recuerda que eres una criatura llamada a la amistad con Dios y sólo El es tu Creador: 'No quieras ser lo que no eres!. No quieras ser 'como Dios'. Obra según lo que eres, tanto más cuanto que ésta es ya una medida muy alta: la medida de la 'imagen y semejanza de Dios'. Esta te distingue entre las criaturas del mundo visible, te coloca sobre ellas. Pero al mismo tiempo la medida de la imagen y semejanza de Dios te obliga a obrar en conformidad con lo que eres. Sé pues fiel a la Alianza que Dios-Creador ha hecho contigo, criatura, desde el principio.

3. Precisamente esta verdad, y por consiguiente el principio primordial de comportamiento del hombre, no sólo ha sido puesto en duda por las palabras del tentador referidas en Gen 3, sino que además ha sido radicalmente' contestado'. Al pronunciar esas palabras tentadoras, la 'antigua serpiente', tal como le llama el Apocalipsis (Ap 12, 9), formula por primera vez un criterio de interpretación al que recurrirá luego el hombre pecador muchas veces intentando afirmarse a sí mismo e incluso crearse una ética sin Dios: es decir, el criterio según el cual Dios es 'alienante' para el hombre, de modo que si éste quiere ser él mismo, ha de acabar con Dios (Cfr., p.e., Feuerbach, Marx, Nietzsche).

4. La palabra 'alienación' presenta diversos matices de significado. En todos los casos indica la 'usurpación' de algo que es propiedad de otro. ¡El tentador de Gen 3 dice por primera vez que el Creador ha 'usurpado' lo que pertenece al hombre-criatura!. Atributo del hombre sería pues el 'ser como Dios' lo cual tendría que significar la exclusión de toda dependencia de Dios. De este presupuesto metafísico deriva lógicamente el rechazo de toda religión como incompatible con lo que el hombre es. De hecho, las filosofías ateas (o antiteístas) sostienen que la religión es una forma fundamental de alienación mediante la cual el hombre se priva o se deja expropiar de lo que le pertenece exclusivamente a su ser humano. Incluso al crearse una idea de Dios, el hombre se aliena a sí mismo, porque renuncia en favor de ese Ser Supremo y feliz imaginado por él, a lo que es originaria y principalmente propiedad suya. La religión a su vez acentúa, conserva y alimenta este estado de autodesposesión en favor de un Dios de creación 'idealista' y por eso es uno de los principales coeficientes de la 'expropiación' del hombre de su dignidad, de sus derechos.

5. Sobre esta falsa teoría, tan contraria a los datos de la historia y a los datos de la sicología religiosa, quisiera hacer notar aquí que presenta varias analogías con la narración bíblica de la tentación y de la caída. Es significativo que el tentador ('la antigua serpiente') de Gen 3, no ponga en duda la existencia de Dios, y ni siquiera niegue directamente la realidad de la creación; es verdad que en ese momento histórico eran para el hombre hasta demasiado obvias. Pero, a pesar de ello, el tentador (en la propia experiencia de criatura rebelde por decisión libre) intenta meter en la conciencia del hombre ya 'al principio', casi en 'germen', lo que constituye el núcleo de la ideología de la 'alienación'. Y con ello opera una radical inversión de la verdad sobre la creación en su esencia más profunda. En lugar del Dios que dona generosamente al mundo la existencia (el Dios- Creador), en las palabras del tentador, en Gen 3, se presenta a un Dios 'usurpador' y 'enemigo' de la creación, y especialmente del hombre. En realidad el hombre es precisamente el destinatario de una particular dádiva divina, al haber sido creado 'a imagen y semejanza de Dios'. De este modo la verdad es excluida por la no-verdad; es cambiada en mentira, porque queda manipulada por el 'padre de la mentira', tal como el Evangelio llama al que ha obrado esta falsificación al 'principio' de la historia humana: 'El es homicida desde el principio porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de los suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira' (Jn 8, 44).

6. Al buscar la fuente de esta 'mentira', que se encuentra al principio de la historia como raíz del pecado en el mundo de los seres creados y dotados de la libertad a imagen del Creador, vienen nuevamente a la memoria las palabras del gran Agustín: 'Amor sui usque ad contemptum Dei' (De Civitate Dei, XIV, 28). La mentira primordial tiene su fuente en el odio, que lleva al desprecio de Dios: contemptus Dei. Esta es la medida de negatividad moral que se ha reflejado en el primer pecado del hombre. Esto hace comprender mejor lo que San Pablo enseña cuando califica el pecado de Adán como 'desobediencia' (Cfr. Rom 5, 19). El Apóstol no habla de odio directo a Dios, sino de 'desobediencia', de oposición a la voluntad del Creador. Este es el carácter principal del primer pecado de la historia del hombre. Bajo el peso de esta herencia la voluntad del hombre debilitada e inclinada hacia el mal, estará permanentemente expuesta a la influencia del 'padre de la mentira'. Esto se constata en las distintas épocas de la historia. Lo atestiguan en nuestros tiempos los varios modos de negación de Dios, desde el agnosticismo al ateísmo e incluso antiteísmo. De diversos modos se inscribe en ellas la idea del carácter 'alienante' de la religión y de la moral que encuentra en la religión la propia raíz, precisamente tal como había sugerido al principio el 'padre de la mentira'.

7. Pero si se quiere mirar la realidad sin prejuicios y llamar a las cosas por su nombre, hemos de decir francamente que a la luz de la Revelación y la fe, hay que dar la vuelta a la teoría de la alienación. ¡Lo que lleva a la alienación del hombre es precisamente el pecado, es únicamente el pecado!. Es precisamente el pecado el que desde el 'principio' hace que el hombre esté en cierto modo 'desheredado' de su propia humanidad. El pecado 'quita' al hombre, de diversos modos, lo que decide su verdadera dignidad: la de imagen y semejanza de Dios. ¡Cada pecado en cierto modo 'reduce' esta dignidad!. Cuanto más 'esclavo del pecado se hace el hombre' (Jn 8, 34), tanto menos goza de la libertad de los hijos de Dios. Deja de ser dueño de sí, tal como exigiría la estructura misma de su ser persona, es decir, de criatura racional, libre, responsable.

La Sagrada Escritura subraya con eficacia este concepto de alienación, mostrando una triple dimensión: la alienación del pecador de sí mismo (Cfr. Sal 57, 4: 'alienati sunt peccatores ab utero'), de Dios (Cfr. Ez 14, 7: '[qui]alienatus fuerit a me'; Ef 4, 18: 'alienati a vita Dei'), de la comunidad (Cfr. Ef 2, 12: 'alienati a conversatione Israel').

8. El pecado es por lo tanto no sólo 'contra' Dios, sino también contra el hombre. Tal como enseña el Conc. Vaticano II: 'El pecado merma al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud' (Gaudium et Spes, 13). Es ésta una verdad que no necesita probarse con elaboradas argumentaciones. Basta simplemente constatarla. Por lo demás, ¿no ofrecen quizá elocuente confirmación de ello tantas obras de la literatura, del cine, del teatro?. En ellas el hombre aparece debilitado, confundido, privado de un centro interior, enfurecido contra sí y contra los otros, dominado por no-valores, esperando a alguien que nunca llega, casi con la experiencia del hecho de que, una vez perdido el contacto con el Absoluto, acaba perdiéndose a sí mismo.

Por eso es suficiente referirse a la experiencia, tanto a la interior como a la histórico-social en sus distintas formas, para convencerse de que el pecado es una enorme 'fuerza destructora': destruye con virulencia engañosa e inexorable el bien de la convivencia entre los hombres y las sociedades humanas. Precisamente por eso se puede hablar justamente del 'pecado social' (Cfr. Reconciliatio et Poenitentia, 16). Pero dado que en la base de la dimensión social del pecado se encuentra siempre el pecado personal, hace falta sobre todo poner de relieve, lo que el pecado destruye en cada hombre, su sujeto y artífice, considerado en su concreción de persona.

9. A este propósito merece citarse una observación de Santo Tomás de Aquino, según la cual, del mismo modo que en cada acto moralmente bueno el hombre como tal se hace mejor, así también en cada acto moralmente malo el hombre como tal se hace peor (Cfr. S.Th. I-II q.56, a.3; q.63, a.2). El pecado, pues, destruye en el hombre ese bien que es esencialmente humano, en cierto sentido 'quita' al hombre ese bien que le es propio, 'usurpa' al hombre a sí mismo. En este sentido, 'quien comete pecado es esclavo del pecado', como afirma Jesús en el Evangelio de San Juan (Jn 8, 34). Esto es precisamente lo que está contenido en el concepto de 'alienación'. El pecado, pues, es la verdadera 'alienación' del ser humano racional y libre. Al ser racional compete tender a la verdad y existir en la verdad. En lugar de la verdad sobre el bien, el pecado introduce la no verdad: el verdadero bien es eliminado por el pecado en favor de un bien 'aparente', que no es un bien verdadero, habiendo sido eliminado el verdadero bien en favor del 'falso'.

La alienación que acontece con el pecado toca la esfera cognoscitiva, pero a través de la conciencia afecta a la voluntad. Y lo que entonces sucede en el terreno de la voluntad, lo ha expresado quizá del modo más exacto San Pablo al escribir: 'El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. ¡Desgraciado de mí! (Rom 7, 19-20. 21. 24).

10. Como vemos, la real 'alienación' del hombre (la alienación de un ser hecho a imagen de Dios, racional y libre) no es más que 'la esclavitud del pecado' (Rom 3, 9). Y este aspecto del pecado lo pone de relieve con toda fuerza la Sagrada Escritura. El pecado es no sólo 'contra' Dios, es al mismo tiempo 'contra' el hombre.

Ahora bien, si es verdad que el pecado implica según su misma lógica y según la Revelación, castigos adecuados, el primero de estos castigos es el pecado mismo. ¡Mediante el pecado el hombre se castiga a sí mismo!. En el pecado está ya inmanente el castigo, alguno se atreve a decir: ¡Está ya el infierno, como privación de Dios!.

'¿Pero me ofenden a mí (pregunta Dios por medio del Profeta Jeremías), no es más bien a ellos para su vergüenza?' (Jer 2, 19). Y el Profeta Isaías lamenta: 'Nos marchitamos como hojas todos nosotros, y nuestras iniquidades como viento nos arrastran. Has ocultado tu rostro de nosotros y nos has entregado a nuestras iniquidades' (Is 64, 5-6).

11. Precisamente este 'entregarse (o auto-entregarse) del hombre a sus iniquidades' explica del modo más elocuente el significado del pecado como alienación del hombre. Sin embargo, el mal no es completo o al menos es remediable, mientras el hombre es consciente de ello, mientras conserva el sentido del pecado. Pero cuando falta también esto, es prácticamente inevitable la caída total de los valores morales y se hace terriblemente amenazador el riesgo de la perdición definitiva. Por eso, hemos de recordar siempre y meditar con gran atención estas graves palabras de Pío XII (una expresión que se ha hecho casi proverbial): 'el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado' (1946).

  

La pelea contra el poder de las tinieblas (10.XII.86)

1. En la introducción a la Cons. Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, leemos: 'Tiene, pues, ante sí (la Iglesia) al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación' (Gaudium et Spes 2).

2. Es el mundo que tenemos delante en estas catequesis nuestras. Estas se refieren, como es sabido, a la realidad del mal, se decir, del pecado, bien al principio o durante toda la historia de la familia humana. Al intentar reconstruir una imagen sintética del pecado, nos servimos también de todo lo que dice de él la variada experiencia del hombre a lo largo de los siglos. Pero no olvidamos que el pecado es en sí mismo un misterio de iniquidad, cuyo comienzo en la historia, y también su desarrollo sucesivo, no se pueden comprender totalmente sin referencia al misterio de Dios-Creador, y en particular del Creador de los seres que están hechos a imagen y semejanza suya. Las palabras del Vaticano II que acabamos de citar, dicen que el misterio del mal y del pecado, el 'mysterium iniquitatis', no puede comprenderse sin referencia al misterio de la redención, al 'mysterium paschale' de Jesucristo, como hemos observado desde la primera catequesis de este ciclo. Precisamente esta 'lógica de fe' se expresa ya en los símbolos más antiguos.

3. En un marco así sobre la verdad del pecado, constantemente profesada y anunciada por la Iglesia, somos introducidos ya desde el primer anuncio de redención que encontramos en el Génesis. Efectivamente, después de haber infringido el primer mandamiento, sobre el que Dios)Creador fundó la más Antigua Alianza con el hombre, el Génesis nos pone al corriente del siguiente diálogo: 'El Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás?. El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo?. ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?. Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?. Ella respondió: La serpiente me engañó y comí' (Gen 3,9-3).

'El Señor dijo a la serpiente: Por haber hecho eso serás maldita. Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón' (Gen 3, 14-15).

4. Este pasaje del Génesis 3 se inserta armónicamente en el contexto 'Yahvista' al que pertenece, tanto respecto al estilo como al modo de presentar la verdad que conocemos ya desde el examen de las palabras del tentador y de la descripción del primer pecado. A pesar de las apariencias que el estilo del relato bíblico puede suscitar, las verdades esenciales están en él suficientemente legibles. Se dejan captar y comprender en sí mismas, y aún más en el contexto de todo lo que sobre este tema dice la Biblia entera, desde el principio hasta el fin, mediante el sentido más pleno de la Sagrada Escritura (sensus plenior).

Así pues, el pasaje del Gen 3, 9)15 (y también la continuación de este capítulo) contiene la respuesta de Dios al pecado del hombre. Es una respuesta directa al primer pecado, y al mismo tiempo una respuesta en perspectiva, porque se refiere a toda la historia futura del hombre en la tierra, hasta su término. Entre el Génesis y el Apocalipsis hay una verdadera continuidad y al mismo tiempo una profunda coherencia en la verdad revelada por Dios. A esta coherencia armónica de la Revelación corresponde la 'lógica de la fe' por parte del hombre que cree conscientemente. La verdad del pecado entra en el desarrollo de esta lógica.

5. Según el Gen. 3, 9-15, el primer pecado del hombre es descrito sobre todo como 'desobediencia', es decir, oposición al mandamiento que expresa la voluntad del Creador. Lo hemos visto. El hombre (varón y mujer) es responsable de este acto, porque Adán es completamente consciente y libre de hacer lo que hace. La misma responsabilidad se encuentra en cada pecado personal en la historia del hombre, que actúa por un fin. Es significativo a este respecto lo que hace saber el Génesis, es decir, que el Señor Dios pregunta a los dos ) primero al hombre, después a la mujer) el motivo de su comportamiento: '¿Qué es lo que has hecho?'.

De ello se deduce que la importancia esencial del acto está en referencia a este motivo, es decir, a la finalidad del comportamiento. En la pregunta de Dios, el 'qué' significa por qué motivo, pero significa también con qué fin. Y aquí la mujer (con el hombre) se excusa aludiendo a la instigación del tentador: 'La serpiente me engañó'. De esta respuesta hay que deducir que el motivo sugerido por la serpiente: 'Seréis como Dios', contribuyó de modo determinante a la transgresión de la prohibición del Creador y dio una dimensión esencial al primer pecado. Ese motivo no lo tiene en cuenta directamente Dios en su sentencia de castigo: pero sin duda está presente y domina todo el escenario bíblico e histórico como una llamada a la gravedad y a la insensatez de la pretensión de oponerse o de reemplazar a Dios, como una indicación de la dimensión más esencial y profunda del pecado original y de todo pecado que tiene en él su primera raíz.

6. Por eso es significativo y justo que a continuación de la respuesta al primer pecado del hombre, Dios se dirija directamente al tentador, a la 'antigua serpiente', de quien el autor del Apocalipsis dirá que 'tienta a todo el mundo' (Cfr. Ap 12, 9: 'extravía la tierra entera'). En efecto, según el Génesis, Dios, el Señor, dijo a la serpiente: 'Por haber hecho eso, serás maldita'. Las palabras de la maldición dirigidas a la serpiente, se refieren al que Cristo llamará 'el padre de la mentira' (Cfr. Jn 8, 44). Pero al mismo tiempo, en esa respuesta de Dios al primer pecado, está el anuncio de la lucha que durante toda la historia del hombre se entablará entre el mismo 'padre de la mentira' y la Mujer y su Estirpe.

7. El Conc. Vaticano II se pronuncia sobre este tema de forma muy clara: 'A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de lucha continuamente para adherirse al bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo' (Gaudium et Spes 37). En otro pasaje el Concilio se expresa de una forma aún más explícita, hablando de la lucha 'entre el bien y el mal' que se libra en cada hombre: 'El hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal; hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas'. Pero a esta fuerte expresión el Concilio contrapone la verdad de la redención con una afirmación de no menos fuerte y decidida: 'Pero el Señor vino en persona a liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al !príncipe de este mundo (Jn 12, 31), que le retenía en la esclavitud del pecado' (Gaudium et Spes, 13).

8. Estas observaciones del ¿Magisterio de la Iglesia de hoy repiten de forma precisa y homogénea la verdad sobre el pecado y sobre la redención, expresada inicialmente en el Génesis (3, 5), y a continuación en toda la Sagrada Escritura. Escuchemos todavía la Gaudium et Spes: 'Creado por Dios el hombre en el propio exordio de la historia abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios' (Gaudium et Spes, 13). Evidentemente se trata de un pecado en el sentido estricto de la palabra: tanto en el caso del primer pecado, como en el de cualquier otro pecado del hombre. Pero el Concilio no deja de recordar que ese primer pecado lo cometió el hombre 'por instigación del demonio' (Ib.). Como leemos en el libro de la Sabiduría: ' por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen' (Sab 2, 24), parece que en este caso 'la muerte' signifique sea bien el mismo pecado (= la muerte del alma como la pérdida de la vida divina conferida por la gracia santificante), bien sea la muerte corporal despojada de la esperanza de la resurrección gloriosa. Al hombre que ha infringido la ley respecto 'al árbol de la ciencia del bien y del mal', el Señor lo ha alejado del 'árbol de la vida' (Gen 3, 22), en la perspectiva de toda su historia terrena.

9. En el texto del Concilio, con alusión al primer pecado y a sus secuelas en la historia del hombre, se encierra la perspectiva de la lucha anunciada por las palabras atribuidas a Dios en Gen. 3, 15: 'Estableceré hostilidades'. De ello se deduce que si el pecado desde el principio está ligado a la libre voluntad y a la responsabilidad del hombre y abre una cuestión 'dramática' entre el hombre y Dios, también es verdad que el hombre, a causa del pecado está enzarzado (como se expresa justamente el Vaticano II) 'en una dura batalla contra el poder de las tinieblas' (Gaudium et Spes 13) en el dinamismo oscuro de ese mysterium iniquitatis, que es más grande que él y que su historia terrena.

A propósito de ello se expresa bien la Carta a los Efesios: 'Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas' (Ef 6, 12).

Pero también el pensamiento de la cruel realidad del pecado que pesa en toda la historia con una particular consideración a nuestros tiempos, nos vuelve a empujar a la tremenda verdad de esas palabras bíblicas y conciliares sobre 'el hombre enzarzado en la dura batalla contra el poder de las tinieblas'. Sin embargo, no hemos de olvidar que en este misterio de tinieblas se enciende desde el principio una luz que libera a la historia de la pesadilla de una condena inexorable: el anuncio del Salvador.

El primer anuncio del Mesías Redentor (7.XII.86)

1. En la cuarta plegaria eucarística (Canon IV), la Iglesia se dirige a Dios con las siguientes palabras: 'Te alabamos, Padre santo, porque eres grande: porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a Ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y, cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte'.

En armonía con la verdad que expresa en esta plegaria la Iglesia, en la catequesis precedente pusimos de relieve el complejo contenido de las palabras del Gen 3, que constituyen la respuesta de Dios al primer pecado del hombre. En ese texto se habla de la lucha contra 'las fuerzas de las tinieblas', en la que el hombre está comprometido a causa del pecado desde el comienzo de su historia en la tierra: pero al mismo tiempo se asegura que Dios no abandona al hombre a sí mismo, no lo deja 'en poder de la muerte', reducido a ser 'esclavo del pecado' (Cfr. Rom 6, 17). De hecho, dirigiéndose a la serpiente tentadora, Dios le dice así: 'Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre su estirpe y la suya; ella te herirá la cabeza cuando tú la hieras en el talón' (Gen 3, 15).

2. Estas palabras del Génesis se han considerado como el 'protoevangelio', o sea, como el primer anuncio del Mesías Redentor. Efectivamente, ellas dejan entrever el designio salvífico de Dios hacia el género humano, que después del pecado original se encontró en el estado de decadencia que conocemos (status naturae lapsae ). Ellas expresan sobre todo lo que en el plan de salvífico de Dios constituye el acontecimiento central. Ese mismo acontecimiento al que se refiere la IV plegaria eucarística antes citada, cuando se dirige a Dios con esta profesión de fe: 'Y amaste tanto al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como Salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió nuestra condición humana en todo, menos en el pecado'.

3. El anuncio del Gen 3 se llama 'protoevangelio', porque ha en encontrado su confirmación y su cumplimiento sólo en la Revelación de la Nueva Alianza, que es el Evangelio de Cristo. En la Antigua Alianza este anuncio se recordaba constantemente de diversos modos, en los ritos, en los simbolismos, en las plegarias, en las profecías, en la misma historia de Israel como 'pueblo de Dios' orientado hacia un final mesiánico, pero siempre bajo el velo de la fe imperfecta y provisional del Antiguo Testamento. Cuando suceda el cumplimiento del anuncio de Cristo, se tendrá la plena revelación del contenido trinitario y mesiánico implícito en el monoteísmo de Israel. El Nuevo Testamento hará descubrir entonces el significado pleno de los escritos del Antiguo Testamento, según el famoso aforismo de San Agustín: 'In vetere Testamento novum latet, in novo vetus patet', es decir, 'En el Antiguo Testamento el Nuevo está latente, en el Nuevo el Antiguo resulta patente' (Cfr. Quaestiones in Heptateucum, II, 73).

4. El análisis del 'protoevangelio' nos hace, pues, conocer, a través del anuncio y promesa contenidos en él, que Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte. Quiso tenderle la mano y salvarlo. Y lo hizo a su modo, a la medida de su santidad transcendente, y al mismo tiempo a la medida de una 'compasión' tal, como podía demostrar solamente un Dios-Amor.

Las mismas palabras del 'protoevangelio' expresan esa compasión salvífica, cuando anuncia la lucha ('Establezco enemistades!') entre aquel que representa 'las fuerzas de las tinieblas' y Aquel que en el Génesis llama 'estirpe de la mujer' ('su estirpe'). Es una lucha que acabará con la victoria de Cristo ('te aplastará la cabeza'). Pero ésta será la victoria obtenida al precio del sacrificio de la cruz ('cuando tú le hieras en el talón'). El 'misterio de la piedad' disipa el 'misterio de la iniquidad'. De hecho precisamente el sacrificio de la cruz nos hace penetrar en el mismo núcleo esencial del pecado, dejándonos captar algo de su misterio tenebroso. Nos guía de modo especial San Pablo en la Carta a los Romanos cuando escribe: 'si el pecado de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la salvación y la vida' (Rom 5, 18).

5. En el 'protoevangelio' en cierto sentido Cristo es anunciado por primera vez como 'el nuevo Adán' (Cfr. 1 Cor 15, 45). Más aún, su victoria sobre el pecado obtenida mediante la 'obediencia hasta la muerte de cruz' (Cfr. Fil. 2,8), comportará una abundancia tal de perdón y de gracia que superará desmesuradamente el mal del primer pecado y de todos los pecados de los hombres. Escribe también San Pablo: 'Si por culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todo' (Rom 5, 15).

Incluso sin dejar el terreno del 'protoevangelio', se puede descubrir que en la suerte del hombre caído (status naturae lapsae) se introduce ya la perspectiva de la futura redención (status naturae redemptae).

6. La primera respuesta del Señor Dios al pecado del hombre, contenida en Gen 3, no permite, pues, conocer desde el principio a Dios como infinitamente misericordioso. El, desde el primer anuncio, se manifiesta como el Dios que 'tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito' (Jn 3, 16); que 'mandó a su hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados' (1 Jn 4, 10); que 'no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó a la muerte por nosotros' (Rom 8, 32).

Tenemos así la certeza de que Dios, que en su santidad transcendente aborrece el pecado, castiga justamente al pecador, pero en su inefable misericordia al mismo tiempo lo abraza con su amor salvífico. El 'protoevangelio' ya anuncia esta victoria salvífica del bien sobre el mal, que se manifestará en el Evangelio mediante el misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado.

7. Hay que notar cómo en las palabras de Gen 3, 15 'Establezco enemistades', en cierto sentido se coloca en primer lugar a la mujer; 'Establezco enemistades entre ti y la mujer'. No: entre ti y el hombre, sino precisamente: entre ti y la mujer. Los comentaristas desde tiempos muy antiguos subrayan que aquí se opera un paralelismo significativo, El tentador 'la antigua serpiente' se dirigió, según Gen. 3, 4, primero a la mujer, y a través de ella consiguió su victoria. A su vez el Señor Dios, al anunciar al Redentor, constituye a la Mujer como primera 'enemiga' del príncipe de las tinieblas. Ella ha de ser, en cierto sentido, la primera destinataria de la definitiva Alianza, en la que las fuerzas del mal serán vencidas por el Mesías, su Hijo ('su estirpe').

8. Este -repito- es un detalle especialmente significativo, si se tiene en cuenta que, en la historia de a alianza, Dios se dirige antes que nada a los hombres (Noé, Abrahán, Moisés). En este caso la precedencia parece ser de la Mujer, naturalmente por consideración a su Descendiente, Cristo. En efecto, muchísimos Padres y Doctores de la Iglesia ven en la Mujer anunciada en el 'protoevangelio' a la Madre de Cristo, María. Ella es también la que por primera vez participa en esa victoria sobre el pecado lograda por Cristo: está, pues, libre del pecado original y de cualquier otro pecado, como en la línea de la Tradición subrayó ya el Concilio de Trento y, por lo que concierne e especialmente al pecado original, Pío IX definió solemnemente, proclamando el Dogma de la Inmaculada Concepción.

'No pocos antiguos Padres', como dice el Concilio Vaticano II (Cons. Lumen Gentium, 56), en su predicación presentan a María, Madre de Cristo, como la nueva Eva (así como Cristo es el nuevo Adán, según San Pablo). María toma su sitio y constituye lo opuesto de Eva, que es 'la madre de todos los vivientes' (Gen 3, 20), pero también la causa, con Adán, de la universal caída en el pecado, mientras María es para todos 'causa salutis' por su obediencia al cooperar con Cristo en nuestra redención (Cfr. Ireneo, Ad. Haereses, III, 22, 4).

9. Magnifica es la síntesis que de esta doctrina de fe hace el Concilio, del que por ahora nos limitamos a referir un texto que puede ser el mejor sello a las catequesis sobre el pecado, que hemos desarrollado a la luz de a antigua de y esperanza en el adviento del Redentor: 'A la encarnación ha precedido la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo' (Cfr. Lumen Gentium 56)

'Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios es saludada por el ángel de a anunciación como 'llena de gracia' (Cfr. Lc 1, 28), a la vez que Ella responde al mensajero celestial: 'He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1, 38). Así, María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios Omnipotente' (Lumen Gentium 56).

En María y por María, así, se ha transformado la situación de la humanidad y del mundo, que han vuelto a entrar de algún modo en el esplendor de la mañana de la creación.