Seguramente que todos nos habremos encontrado con esos errores, al leer o al escuchar, que nos llevan a entender exactamente lo contrario de lo que nos estaban diciendo. Esto solemos agrandarlo cuando son los demás quienes malinterpretan lo que nosotros les decimos.
Resulta muy impresionante la diferencia diametral que puede derivarse de un pequeño rasgo. Antes de entrar en el tema, lo invito a que escriba en un papel las letras “n” y “v”. Caligráficamente hay muy poca diferencia. Es más, se podría decir que bastaría con poner una de ellas de cabeza para igualarlas. Y no dudo que en la escritura manuscrita de algunas personas pudieran confundirse.
Un ejemplo de las discrepancias que se pueden dar al cambiar una sola letra lo hallamos en la enorme diferencia que existe entre Civismo y Cinismo. Un pequeño trazo y nos encontramos ante dos realidades que prácticamente se contraponen.
En nuestra sociedad el civismo sufre un grave deterioro. El cinismo, por el contrario, está a la alza y esto no se da solamente entre los funcionarios públicos, ¡qué va! Se da en todos los niveles y en todos los ambientes, comenzando en el hogar, es decir, en la institución educadora por excelencia.
Resultaría imposible enumerar todas las manifestaciones de un sano civismo, sin embargo, quizás nos convenga fijarnos en algunas de ellas. Civismo, etimológicamente hablando, tiene relación con “civitas” en latín, que significa ciudad, entendiéndose como comunidad unida por el lugar que se comparte, dentro de un orden establecido por leyes, reglamentos y normas sociales. Lo cual nos pone en contacto con los demás exigiéndonos vivir en una benéfica relación que va mucho más allá de la simple “no agresión”.
Es cierto que algunas personas constituidas en autoridad se aprovechan de su condición para beneficio propio. Pero el civismo lo construimos todos, y una forma de ponerlo en práctica es exigiendo nuestros derechos por las vías reglamentarias sin conformismos cómodos, cuando no cobardes.
El civismo es una actitud compuesta por el ejercicio de varias virtudes como la solidariedad, el respeto, la cooperación, el servicio, la tolerancia, la justicia, la fortaleza, y ¿por qué no?, también la cortesía y el buen humor.
Como siempre, el centro de entrenamiento en estas y todas las virtudes habrá de constituirse en el hogar. Pero mientras los padres de familia sigan preocupándose por que cada hijo tenga su propia televisión, su Ipod, su computadora, etc., “para que no se peleen”, no estarán educando en ellos una actitud cívica positiva con todas las obligadas consecuencias para propios y extraños.