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Con el mazo dando

El Maestro estaba bien cansado. Había tenido, como dicen, una jornada de Napoleón. Curó a muchísimos enfermos y predicó largas horas. Ahora duerme plácidamente en la popa, con la cabeza sobre un cojín. Yo puedo imaginar a una señora acercándose a Jesús antes de que se fuese y regalándole el cojín. Las mujeres son fabulosas para este tipo de detalles. Me hacer pensar en Verónica, que, según la tradición de la Iglesia, enjugó con un paño el rostro sangriento de Jesús durante el via crucis y la imagen del divino rostro se quedó impresa en el paño.

La escena es hermosa. Los discípulos reman tranquila y rítmicamente. No quieren despertar al Maestro. Él merece descansar. Meten los remos en el agua y los sacan con cuidado para no hacer ruido y sobre todo para no salpicar al Señor. De repente, como pasa frecuentemente en el Mar de Galilea, se levanta la borrasca. El viento sopla cada vez más fuerte y el barquito comienza a tragar agua. Reman con más fuerza, pero no van ni por delante ni por detrás. Están atascados y la pequeña nave va a la deriva.

En ese momento hacen la única cosa lógica que pudieron haber hecho. Pidieron ayuda al Maestro. Él llamó al viento y le dijo: «¡Cállate, enmudece!». Éste le obedeció enseguida y se produjo la bonanza. El silencio era tan repentino que casi se podía escucharlo. Era como esa sensación que uno siente cuando está en el ojo del ciclón.

Jesús les echó en cara su falta de fe. Les dijo: «¿Por qué tenían miedo ¿Aún no tienen fe?» Nos da a entender que cuando uno tiene fe, se ilumina el miedo. Parece ser que está invitándonos a la confianza total en Él.

Parece ser que muchas veces no ponemos nuestra confianza en Él, sino en otras cosas. Tenemos la tendencia a apostar todo sobre los bienes materiales. Cuando éstos no fallan, sentimos mucha debilidad moral. Todos sabemos que lo que da seguridad verdadera no es el tener dinero en la bolsa, sino a Cristo en el alma. En otras palabras, el estar en estado de gracia lleva al hombre a tener una confianza inquebrantable. Es importante tener a Cristo en nuestro “barco”, es decir, en nuestra alma. No sentimos su presencia, pues parece “estar durmiendo” plácidamente, pero allí está.

Lo que da miedo al hombre, le crea una inseguridad y hasta le da favor es el sentirse solo ante los problemas. Busca una mano amiga. Cuando esta mano amiga es Dios, comienza a sentir seguridad a pesar de estar en la borrasca de la vida ordinaria. Lo que los discípulos debieron haber hecho era el seguir remando y sacando agua de barquito, confiando en que Jesús iba a bendecir su esfuerzo. Pero ellos se desesperaron y buscaron el milagro, la solución fácil a sus problemas.

Sepamos poner en práctica ese dicho popular tan sabio: “A Dios rogando, pero con el mazo dando”.