Los
novios se casan sin conocer totalmente a la pareja. No se trata de
engaños normalmente, sino de la lógica del noviazgo. Durante este
período y hasta el día de la boda, el joven está en actitud de
conquista. Cuando tratamos de conquistar a alguien, es obvio que
tratamos de ocultar, casi inconscientemente, nuestros defectos. Porque,
si nos descubren los puntos débiles... a lo mejor perdemos la
conquista.
El resultado suele ser que, iniciado el matrimonio, aparecen
incompatibilidades que antes no se habían manifestado claramente. A
ella no le gusta visitar museos y a él no le agrada ir al teatro. Pero
hay cosas mayores: ella desea mucha disciplina en casa y él prefiere un
ambiente bohemio; a ella no le gusta que frecuente a sus antiguos
amigos y él no acepta que visite tanto a la mamá.
Cuando crecen los niños aumentan los puntos de desacuerdo, pues
ella desea un colegio de paga para los hijos y él prefiere que se
conceda más libertad a los pequeños...
Antes de seguir adelante, tengamos en cuenta que esto es un proceso
normal. Los esposos no son iguales. Ni pueden ser iguales. Las
diferencias son un trampolín de enriquecimiento mutuo y un gimnasio de
equilibrio. Pero, eso sí, lo esencial es que busquen el acuerdo.
Una barca con un solo remo no puede avanzar. Es preciso que, ante
las diferencias, negocien serenamente buscando la mejor solución. Y,
sobre todo, negocien a solas, sin instrusos que influyan y sin hijos
que se extrañen de ver discutir a los papás.
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