COLABORACIÓN DEL HOMBRE Y LA MUJER EN LA IGLESIA Y EL MUNDO Y SU APLICACIÓN A LAS RELIGIOSAS EN EUROPA.
Alcances y objetivos del artículo. “Experta en humanidad”.
Así llama a la Iglesia el cardenal Ratzinger, prefecto de la congregación de la Doctrina de la Fe, en el último documento titulado “Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo”. Un documento en el que la Iglesia despliega nuevamente su capacidad de analizar la situación actual a la luz de la revelación, de la tradición y del magisterio. Un documento que hacía ya falta, de frente a diversas interpretaciones que actualmente se está dando con respecto a la cuestión femenina. Nuestro objetivo no es precisamente resumir este documento, ni tampoco describir las líneas magistrales del documento, sino el ofrecer a las religiosas que trabajan en Europa una serie de aplicaciones prácticas, apoyándonos principal pero no exclusivamente, en la exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa. El problema del feminismo y la vida religiosa femenina.
Partimos del análisis que hace el documento sobre las tendencias que se dan actualmente en la interpretación antropológica de la mujer. El cardenal Ratzinger afirma que son dos las tendencias para afrontar la cuestión femenina: “aquella que subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer a fin de suscitar una actitud de contestación... (y aquella) que para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo tiende a cancelar las diferencias, consideradas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural.”1 La respuesta de la Iglesia frente a estas dos posturas es la de reconocer la diferencia de los dos sexos y procurar una colaboración mutua entre el hombre y la mujer.
En no pocas ocasiones se ha dejado sentir la influencia de estas dos posturas en las congregaciones femeninas, así como en algunos de sus organismos más representativos. Llevadas por la primera postura, han reivindicado para sí apostolados, profesiones o estructuras que, consideradas según ellas como parte de una estructura de subordinación de la mujer al hombre, han alienado a la religiosa y la han dejado al margen de la jerarquía. No es raro por lo tanto ver cómo algunas de estas congregaciones u organismos piden la ordenación sacerdotal de las mujeres2 o desviándose de su carisma congregacional renuncian a ejercer apostolados como la animación litúrgica, la catequesis o la educación, para contestar a supuestas posturas machistas que en la historia les habían asignado esos papeles. Observamos también como bajo la segunda tendencia se hacen nuevas interpretaciones de los votos religiosos. Considerados no ya como una expresión del amor a Dios, sino como expresión de un determinismo biológico en donde la diferencia corpórea (sexo) se exataltaba al máximo, ahora se trata de exaltar el género como dimensión estrictamente cultural. De esta forma los votos vienen considerados no como una realidad espiritual, sino como mera relación cultural. Así, el voto de pobreza se entiende como un voto de auto-sostenimiento. La castidad deberá considerarse como un voto de mutua relación y la obediencia será solamente una expresión de la cooperación.
1 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004, n.2. 2 Para cualquier tipo de aclaración conviene leer: Juan Pablo II, Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, 22.5.1994 y Congregación para la Doctrina de la Fe, Respuesta a la duda acerca de la doctrina de la Carta Apostólica <<Ordinatio sacerdotalis>>, 28.10.1995.
2
Ante estas dos tendencias la mujer consagrada no debe olvidar que la recta y adecuada antropología cristiana considera la diferencia de los sexos como inherente a la persona humana: “Distintos desde el principio de la creación y permaneciendo así en la eternidad, el hombre y la mujer, injertados en el misterio pascual de Cristo, ya no advierten, pues, sus diferencias como motivo de discordia que hay que superar con la negación o la nivelación, sino como una posibilidad de colaboración que hay que cultivar con el respeto recíproco de la distinción.”3
Los fundadores, y especialmente las fundadoras, han puesto de relieve la diferencia de los sexos en la puesta en marcha de las Congregaciones religiosas (femeninas) a partir de la vivencia del carisma. El carisma de una congregación religiosa no es otra cosa que la experiencia vivida de una relación personal con Dios, aplicada al nivel humano, cristiano y de la consagración. Esta experiencia se fundamenta en la persona y por lo tanto, respeta la diferencia de los sexos, no contraponiéndola, sino exaltando la colaboración mutua. Dicha experiencia engloba a toda la persona, apoyándose en su sexualidad. El hombre desde su nacimiento está marcado por su sexualidad. Lo femenino o lo masculino engloba toda su persona, no sólo exclusivamente su realidad genital. “La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones...es un elemento básico de la personalidad; un modo de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, de expresar y vivir el amor humano.”4 Un amor humano que en la vivencia del carisma congregacional tiene los cauces para expresarse. El carisma no es la vivencia de unas Constituciones o una regla de vida. Es la expresión hecha vida de un amor hacia Dios. Los fundadores han consignado por escrito la experiencia personal y real de este amor a Dios y a los hombres. Pero esta experiencia respeta las características sexuales de la persona. Y no sólo respeta, sino que favorece la expresión de la diferencia sexual en la vivencia del amor hecho donación en la vida consagrada. Se ama al estilo femenino o masculino. Se ora al estilo femenino o masculino. Se sufre al estilo femenino o masculino. La religiosa que vive fielmente el carisma de su congregación religiosa está enseñando al mundo una forma de ser mujer, en el respeto recíproco de los sexos. Con su donación a Dios y a los hombres enseña que es posible amar con todas las capacidades de su ser como ser humano, sin renunciar a su sexualidad, sino apoyándose precisamente en esa sexualidad. Así, quien ejerce un apostolado educativo en la catequesis, la animación litúrgica o la escuela, está siendo formadora al estilo femenino, bajo la vivencia amorosa del carisma de la congregación. Enseña al mundo, tan sólo con la vivencia de su apostolado, que es posible la colaboración y el enriquecimiento mutuo de los sexos, pues los hombres y las mujeres reciben el beneficio de su trabajo. No polemiza si el tipo de trabajo que le toca realizar cae bajo el campo de la alienación del poder o la cultura. Ella sabe que s trabajo es expresión de algo más que el poder o la cultura. Sabe que su trabajo apostólico es la expresión de su amor a Cristo y a las almas. Y se pone a amar. Pero ama al estilo femenino, son un modo muy peculiar de amar.
En un aspecto más profundo, su relación consigo misma, la mujer consagrada que vive fielmente el carisma de su consagración, se convierte en una escuela viviente para enseñar a los otros a vivir el misterio de la vida, especialmente en una sociedad europea caracterizada por el secularismo y el ateismo5, que tiene su expresión más acertada en una vida sin esperanza. La mujer consagrada se
3 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004, n. 12 4 Congregación para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano. Lineamientos de educación sexual, 1.11.1983, n. 4 5 Juan Pablo II en la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa ha descrito la situación por la que atraviesa Europa y ha indicado las pautas para poder salir de esa vida carente de esperanza.
3
convierte entonces para Europa en un modelo de vida porque ella sabe dar un sentido a la vida. Sin renunciar a su feminidad, sin contraponerla con la masculinidad, vive armoniosamente su feminidad y la expresa en todas las facetas de su vida. Mientras las feministas a ultranza buscan nuevas expresiones en donde la mujer pueda ser ella misma, la mujer consagrada sabe que por el carisma puede dar cauce a su feminidad: ama como mujer, piensa como mujer, se entrega como mujer, expresa su amor como mujer. La lección que puede dar la mujer consagrada europea es una lección de feminidad, ya que enseña la forma en que el ser humano puede alcanzar su realización sin renunciar a su sexualidad.
Y esta labor formativa no la realiza desde una cátedra o desde la escuela. El aula que ella utiliza es el silencio de su ejemplo. No se trata de dar lecciones de sabiduría desde un lugar físico. Ella enseña con su vida que el verdadero feminismo no es la contraposición de los sexos por la negación o la nivelación de los mismos. Ella con su vida enseña que el verdadero feminismo es la colaboración mutua en el respeto y vivencia de la diferencia sexual. Cuando las personas se ven enriquecidas por la forma de ser amados, queridos, ayudados y escuchados por una mujer consagrada, se darán cuenta de la importancia de respetar la diferencia sexual querida por Dios: “<<Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... Creó pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó>> (Gn 1, 26 – 27). La humanidad es descrita aquí como articulada, desde su primer origen, en la relación de lo masculino con lo femenino. Es esta humanidad sexuada la que se declara explícitamente <<imagen de Dios>>.”6 La actualidad de los valores femeninos en la Europa del Tercer milenio.
“Europa necesita un salto cualitativo en la toma de conciencia de su herencia espiritual. Este impulso sólo puede darlo desde una nueva escucha del Evangelio de Cristo. Corresponde a todos los cristianos comprometerse en satisfacer esta hambre y sed de vida. Por eso, la Iglesia siente el deber de renovar con vigor el mensaje de esperanza que Dios le ha confiado y reitera a Europa: <<El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador” (So 3, 17). Su invitación a la esperanza no se basa en una ideología utópica. Por el contrario, es el imperecedero mensaje de salvación proclamado por Cristo. Con la autoridad que le viene de su Señor, la Iglesia repite a la Europa de hoy: Europa del tercer milenio, que “no desfallezcan tus manos” (So 3, 16), no cedas al desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro, porque no se basan en la sólida certeza de la Palabra de Dios. Renovando esta invitación a la esperanza, también hoy te repito, Europa que estás comenzando el tercer milenio, vuelve a encontrarte. Sé tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. A lo largo de los siglos has recibido el tesoro de la fe cristiana. Ésta fundamenta tu vida social sobre los principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en el arte, la literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia no pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el porvenir que se ha de transmitir a las generaciones futuras, puesto que es el cuño de las personas y los pueblos que han forjado juntos el Continente europeo.”7 He elegido comenzar con esta cita de la Ecclesia in Europa, pues sintetiza el análisis de la situación de Europa y las tareas que se deben llevar a cabo. Como un hijo que se ha olvidado de la herencia que ha recibido, Europa busca su futuro fuera de su identidad, atraído por las ideologías de moda, vacías de contenido. Se necesitan personas que sepan continuar la vida de Europa, proyectándola hacia el futuro. Personas que hagan despertar la vida de Europa, que intuyan sus valores más característicos y se lancen a su crecimiento y a su protección.
6 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004, n. 5 7 Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 120
4
No es un camino que se realiza como la planificación estratégica de una obra material. Europa es ante todo un proyecto espiritual, si quiere ser fiel a su pasado, para que le garantice su futuro. Es necesario por tanto contar con personas que tengan una gran sensibilidad espiritual, una delicada capacidad de intuición para saber prever el futuro y una probada esperanza para poner en pie esta nueva realidad. Personas que por su naturaleza puedan intuir una nueva vida, concebirla, hacerla nacer, protegerla y ayudarla a crecer. Y esta persona es la mujer: “La Iglesia es consciente de la aportación específica de la mujer al servicio del Evangelio de la esperanza. Las vicisitudes de la comunidad cristiana muestran que las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en el testimonio del Evangelio... Hay aspectos de la sociedad europea contemporánea que son un reto a la capacidad que tienen las mujeres de acoger, compartir y engendrar en el el amor, con tesón y gratuidad.”8
Y nos referimos concretamente a la posibilidad de concebir una nueva Europa y su capacidad de transmitirla a las nuevas generaciones. Para ello, la mujer consagrada esta en una posición privilegiada: “Entre los valores fundamentales que están vinculados a la vida concreta de la mujer se halla lo que se ha dado en llamar la <<capacidad de acogida del otro>>... la mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades orientadas al despertar del otro, a su crecimiento y a su protección.”9 Asistimos al triste espectáculo de contemplar una Europa que no sabe a dónde va porque no sabe de dónde viene. La mujer consagrada, por la capacidad que tiene para generar la vida no sólo desde el punto de vista físico sino también espiritual, puede educar a las nuevas generaciones de europeos en la construcción de una nueva Europa, basada en los valores espirituales cristianos. Y esto es factible, especialmente si comienza a llevarlo a cabo con las generaciones jóvenes, quienes están siendo educadas por los medios de comunicación social, los amigos, el ocio. “Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas. También se ha de resaltar la contribución específica que los Institutos seculares y las Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a través de su aspiración a transformar el mundo desde dentro con las fuerzas de las bienaventuranzas.”10
La vida de una mujer consagrada es de por sí un testimonio de los valores a los que debe aspirar Europa si quiere ser fiel a sí misma. Si a este testimonio de vida unimos la profunda capacidad que tiene para educar, es decir para proteger, conservar y acrecentar la vida, podemos tener la seguridad de contar con excelentes formadoras de una nueva Europa, pues será ella la que imbuirá de verdadero espíritu cristiano, las realidades sociales. Y esto siempre a través de los hombres y mujeres que deberá concebir desde el evangelio. “Así como la maternidad física le recuerda a la virginidad que no existe vocación cristiana fuera de la donación concreta de sí al otro, igualmente la virginidad le recuerda a la maternidad física su dimensión fundamentalmente espiritual: no es conformándose con dar la vida física como se genera realmente al otro. Eso significa que la maternidad puede encontrar formas de plena realización allí donde no hay generación física.”11 Deberá lanzarse a una labor formativa de los futuros ciudadanos europeos. Muchas veces su papel de formadora la llevará a sustituir al Estado o a la familia, carentes como se encuentran ahora de un proyecto de vida para Europa y sus habitantes.
Y bajando a puntos concretos, podemos mencionar con Juan Pablo II los puntos en dónde la consagrada puede contribuir a la formación de una nueva Europa: “La aportación específica que las personas consagradas pueden ofrecer al Evangelio de la esperanza proviene de algunos aspectos que
8 Ibidem, n. 42 9 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004, n. 13 10 Juan Pablo II, op.cit.n. 41 11 Congregación para la Doctrina de la Fe, op. cit., n. 13
5
caracterizan la actual fisonomía cultural y social de Europa. Así, la demanda de nuevas formas de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar una respuesta en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que los consagrados viven con su entrega total y con la conversión permanente de una existencia ofrecida como auténtico culto espiritual. En un contexto contaminado por el laicismo y subyugado por el consumismo, la vida consagrada, don del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia, se convierte cada vez más en el signo de esperanza, en la medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la existencia. Por otro lado, en la situación de pluralismo religioso y cultural, se considera urgente el testimonio de la fraternidad evangélica que caracteriza la vida consagrada, haciendo de ella un estímulo para la purificación y la integración de los valores diferentes, mediante la superación de las contraposiciones. La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar la creatividad en la atención a los más necesitados, que ha distinguido a tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la tendencia de la sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar con la disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de evangelización en otros Continentes, a pesar de la disminución numérica que se observa en algunos Institutos.”12 La actualidad de los valores femeninos en la vida de la Iglesia en Europa. Para terminar este pequeño artículo haremos un análisis, siempre de la mano de Ecclesia in Europa, de las necesidades que tiene la Iglesia en Europa y de cómo la mujer consagrada, gracias a los valores más netamente femeninos que posee por el hecho de ser mujer, puede colaborar eficazmente en la construcción de la Iglesia en la Europa del tercer milenio.
La exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa gira en torno a la necesidad que tiene Europa de fundamentarse en la esperanza. Construir el evangelio de la esperanza es el leit motiv de toda la exhortación y sobre de ella giran las disposiciones y las invitaciones del Papa. Haciendo un análisis sumario, y quizás con el peligro de dejar a un lado algunos elementos, podemos circunscribir las necesidades de trabajo más importantes a las siguientes: “En varias partes de Europa se necesita un primer anuncio del Evangelio... Europa ha pasado a formar parte de aquellos lugares tradicionalmente cristianos en los que, además de una nueva evangelización, se impone en ciertos casos una primera evangelización... Además, por doquier es necesario un nuevo anuncio a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen... Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera... Europa reclama evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y la resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio... Hoy más que nunca se necesita una conciencia misionera en todo cristiano, comenzando por los Obispos, presbíteros, diáconos, consagrados, catequistas y profesores de religión.”13 Anuncio del evangelio, nuevo anuncio a los bautizados y evangelizadores creíbles con conciencia misionera son los reclamos urgentes de la Iglesia en Europa. Frente a estas necesidades, la mujer consagrada, viviendo el carisma que Dios le ha regalado, puede contribuir enormemente con su feminidad colmar estas necesidades.
El Cardenal Ratzinger en el reciente documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe, anota entre los valores femeninos que más pueden ayudar a la vida en la Iglesia, las disposiciones de escucha, acogida, humildad, alabanza y espera. “Aun tratándose de actitudes que tendrían que ser típicas de cada bautizado, de hecho, es característico de la mujer vivirlas con particular intensidad y naturalidad. Así, las mujeres tienen un papel de la mayor importancia en la vida eclesial,
12 Juan Pablo II, op.cit.n. 41 13 Juan Pablo II, op. cit. nn. 46, 47, 49.
6
interpelando a los bautizados sobre el cultivo de tales disposiciones, y contribuyendo en modo único a manifestar el verdadero rostro de la Iglesia, esposa de Cristo y madre de los creyentes.”14 El anuncio del evangelio implica no sólo una cuestión de forma, sino de fondo. Quien anuncia el evangelio está promoviendo un nuevo estilo de vida, está gestando una nueva vida, de acuerdo con los valores más netamente humanos y cristianos incluidos en el evangelio. Europa necesita que le recuerden el estilo de vida del cuál procede, en el cuál hunde sus raíces, para descubrir su futuro. Un futuro que es una nueva vida, novedosa por la vivencia de los valores evangélicos. La mujer, por su maternidad espiritual, tiene la capacidad de generar una nueva vida, no sólo física, sino espiritualmente. Es la mujer quien muchas veces espera contra toda esperanza, porque sabe intuir nuevas realidades, más allá de los datos materiales que la realidad puede mostrarles. Con su maternidad espiritual, la mujer consagrada puede aportar a la Iglesia en Europa una bocanada de esperanza, como aire fresco en medio de la desorientación y el desánimo que parecen rodear la realidad cristiana. Con su testimonio de vida, en la escuela, la parroquia, la catequesis, el hospital o la hospitalidad, puede convertirse en signo de esperanza de una nueva realidad que está por llegar. A semejanza de María que es capaz de reunir en el Cenáculo a los apóstoles que se encontraban desanimados y perdidos para darles nueva esperanza y esperar la venida de Cristo, así la consagrada puede reunir en torno a sí a los fieles cristianos para animarlos a seguir luchando por una realidad espiritual que ella, como mujer, intuye y los hombres, como hombres, no pueden ver o les es muy difícil percatarse de ella. Mantener la esperanza ha sido siempre una característica netamente femenina y hoy más que nunca Europa tiene necesidad de mantener viva esta esperanza.
En segundo lugar, Europa tiene necesidad de dar un nuevo anuncio a los bautizados. Es conveniente afrontar e hecho que muchos cristianos reducen la vivencia de la religión a una serie de prácticas cultuales sin conexión con la vida: “... se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y un adhesión a la persona de Jesús.”15 No se trata por tanto de transmitir una ideología, una doctrina sino de dar la adhesión vital a un hombre, a Jesús. Y qué mejor que la mujer consagrada para demostrar de lo que una mujer es capaz de hacer cuando se enamora de un hombre. La capacidad que tiene la mujer consagrada de escucha de la palabra, se traducen en una fidelidad a ultranza, por el sólo hecho de responder a un hombre. El período de la renovación, por diversos motivos ha dejado un poco en el olvido la dimensión esponsalicia de la mujer consagrada. Y sin embargo, de la finura, del detalle y del amor que una mujer consagrada tiene para con su Esposo, Europa tiene necesidad para aprender de ella la adhesión amorosa a Cristo. ¿Quién mejor que una mujer enamorada de Cristo para hacer que otros se enamoren vitalmente de Cristo, y de esta forma transformar su vida y la vida social? En tal perspectiva se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro. Aquí se manifiesta lo que el Papa llama el genio de la mujer16.
Por último, Europa tiene necesidad de evangelizadores creíbles con conciencia misionera. La feminidad “es más que un simple atributo del sexo femenino. La palabra designa efectivamente la capacidad fundamentalmente humana de vivir para el otro y gracias al otro.”17 Una persona es creíble cuando da la vida no sólo por el ideal, sino por la persona. La mujer consagrada es capaz de dar su vida por Cristo y por el evangelio, es decir, por una persona y por un ideal. Por esta capacidad que tiene, la mujer consagrada puede acoger y vivir en cada circunstancia de su vida la
14 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004, n. 16 15 Juan Pablo II, op. cit., n. 47 16 Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 29.6.1995, n. 9 – 10. 17 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004, n. 14
7
palabra de Cristo y su mensaje. Es parte de su naturaleza el ser sincera y llevar a la práctica lo que escucha con el corazón, a semejanza de María <<que meditaba y guardaba todas esas cosas en su corazón>> (Lc. 2, 19 – 20). Y es de estos testigos creíbles los que tiene necesidad Europa. Cansados de vivir de palabras demagógicas, hastiados –sin saberlo- de las realidades temporales, buscadores infatigables de sucedáneos espirituales, cuando ven a una mujer consagrada que vive con radicalidad lo que profesa –a la manera de los apóstoles- se sienten atraídos por este estilo de vida. La evangelización y la nueva evangelización de Europa no podrán llevarse a cabo sin el testimonio de vida de la mujer consagrada, pues ella es capaz de presentar con la vida lo que otros presentan