La belleza humana ha significado tantas cosas para los hombres y las mujeres a lo largo del tiempo que siempre ha encontrado un lugar preferido en el corazón de la humanidad. Los griegos la han esculpido, los trovadores medievales la han cantado y los renacentistas la han estampado en óleos y frescos exquisitamente dibujados. Toda una oda a la belleza del hombre y la mujer, que no son sino reflejo de la belleza de Dios, pues no hay que olvidar que Dios también quiere y admira lo bello.
Gimnasios, saunas, aerobics, masajes, mascarillas, ungüentos, son los herederos contemporáneos de ese afán de lucir una figura de acuerdo a los cánones de la belleza, que por cierto, son muy cambiantes.
Si hoy vivieran Fragonard o Rubens bien se hubieran reído de nuestras modelos que aparecen como sombra fugaz, como suspiro de material humano. Y nosotros nos reímos de sus modelos, en donde las carnes más bien rebasan el límite de lo que marcarían las básculas de los actuales “weight-watchers” o vigilantes del peso. Adonis o venus, dulcineas y príncipes azules han desfilado a lo largo de la historia arrancando en ellas y en ellos suspiros de arrobamiento y enamoramiento.
Lo que antes parecía imposible, ahora la ciencia y la tecnología, en su vertiente médica, lo ponen a nuestro alcance.
¿Nos disgustan el color café de nuestros ojos? En la óptica más cercana podemos encontrar lentes de contacto que van desde el azul cielo hasta el violeta intenso de una mora.
¿En el pelo ya asoman las canas? Corramos a la tienda de autoservicio más próxima y compremos un tinte que nos traiga la juventud perdida para reírnos de los que decía Rubén Darío “Juventud, divino tesoro, ya te vas para nunca más volver”.
¿Comienzan a aparecer las tan temibles “patas de gallo” alrededor de nuestra piel, o la papada ya empieza a colgar delatando en cada centímetro de flacidez un lustro más que vamos acumulando? Llega un momento en la vida, en que nos miramos al espejo, y tirando con las manos de la piel del cuello y las mejillas expresamos, ya sea internamente o en voz alta, ¡no me vendría mal una cirugía!
Cualquier cirujano plástico, en cualquier clínica de cualquier ciudad, puede hacernos desde un “mini-lift” hasta una restauración total de nuestra cara. Todo, o casi todo, se puede hacer. Pero ¿lo podemos hacer? ¿La moral, la ética, la Iglesia han dicho algo al respecto? ¿Lo permiten?
Mons. Elio Sgreccia menciona en su Manual de Bioética: El principio de vida física de la persona comporta la obligación consiguiente de la “no disponibilidad” del propio cuerpo, sino es para un bien mayor del cuerpo mismo (principio de totalidad) o para un bien mayor, moral, superior, relativo a la misma persona. En nuestro caso el principio de la totalidad o terapéutico justifica por sí solo la licitud de los transplantes autólogos, incluso de carácter estético correctivo.
No parece haber duda de la licitud de buscar la belleza cuando una intervención quirúrgica reporta un bien mayor a la persona, incluso un sentirse mejor... Pienso, por ejemplo, en los tristísimos y lamentables casos de quemaduras de piel que desfiguran el rostro de hombres y mujeres. Es lógico que una intervención plástica ayudará a sentirse mejor a las personas que han sufrido un accidente, o que incluso han nacido con una malformación física.
Sin embargo podemos cuestionar si esta licitud se aplica en el caso de aquellos hombres y mujeres que quieren aparentar menos años o que se someten a una intervención quirúrgica para modificar alguna parte de su cuerpo o de su rostro.
Si hay algo éticamente ilícito dentro de la cirugía plástica estética, no hay que buscarlo en el deseo de parecer más joven y más atractivo, sino en la obsesión que la belleza infunde en aquellos que la buscan y la llegan a considerar indispensable para poder llegar a ser dignos de ser amados.
Esta obsesión proviene generalmente del alma y no de tal o cual defecto físico. No podemos olvidar que el cirujano no es un mago: él puede cambiar el cuerpo, pero no puede cambiar a la persona.
¿Qué es la Cirugía Plástica?
El término "Plástica" que se aplica a esta rama de la cirugía proviene el griego y se aplica en el sentido de dar forma. La Cirugía Plástica se puede dividir en dos grandes campos: la Cirugía Plástica - Reparadora y la Cirugía Plástica – Estética.
La Cirugía Plástica – Reparadora procura restaurar o mejorar la función y el aspecto físico en las lesiones causadas por accidentes y quemaduras, en enfermedades y tumores de la piel y tejidos de sostén y en anomalías congénitas, principalmente de cara (cráneo, labio, paladar, nariz, orejas), mano y genitales.
La Cirugía Plástica – Estética en cambio, trata con pacientes sanos, y su objeto es la corrección de alteraciones de la norma estética con la finalidad de obtener una mayor armonía facial y corporal o de las secuelas producidas por el envejecimiento. En Cirugía Plástica - Estética la finalidad primordial es aumentar la estabilidad emocional al mejorar la imagen corporal o percepción personal del aspecto físico. Esto se traduce en una mayor seguridad y sensación de bienestar en el ambiente, tanto profesional como afectivo o social, mejorando así la calidad de vida. La cantidad de personas que se someten periódicamente a intervenciones estéticas continúa en aumento.
Si bien la Cirugía Estética fue durante un tiempo un recurso al cual solamente acudían las mujeres, en la actualidad, un número creciente de varones se someten a estas intervenciones.
Aunque la motivación para someterse a una intervención de Cirugía Estética es muy personal, hay factores externos que indudablemente influyen. Tal es, por ejemplo, la orientación actual de nuestra sociedad hacia la juventud y en la cual un aspecto físico joven y dinámico es primordial para poder competir en igualdad de condiciones. Similar importancia tiene un buen aspecto físico en gran parte de las profesiones y en la comunicación con el ambiente social y afectivo. Influye también la moda, hoy orientada hacia un mejor cuidado y mayor exposición del cuerpo.
A veces, el motivo es superar las percepciones que puedan tener los demás con respecto a diversas características físicas . Unos párpados caídos pueden dar una imagen de cansancio o desidia, un abdomen prominente dar una imagen de descuido personal y glotonería , etc. Estos juicios de los demás influyen negativamente y van en detrimento del concepto de autoimagen corporal.
Sin embargo, sean cuales fueren las razones para someterse a intervenciones de Cirugía Estética, es importante que el paciente tenga una idea clara y realista de los objetivos que se pueden alcanzar mediante esta operación, de sus limitaciones y de sus riesgos a fin de poder tomar una libre decisión.
Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética (S.E.C.P.R.E.)
¿ Qué riesgos tiene una intervención estética?
Las posibilidades quirúrgicas en cuanto al resultado deben coincidir con las esperanzas que la persona abriga y deben compensar ampliamente los posibles riesgos, que dependen no sólo de la experiencia y habilidad del cirujano, sino también de la propia calidad de cicatrización y curación del paciente. Las operaciones de cirugía plástica, por supuesto, no están excluidas de los riesgos de tipo general inherentes a cualquier otro tipo de cirugía o de tipo anestésico, ya sea local, regional o general (alergias, problemas cardiocirculatorios, hemorragias, infecciones de tejidos, cicatrización patológica por tendencia a cicatriz hipertrófica o queloidea). Sin embargo, estadísticamente el porcentaje de complicaciones generales en cirugía plástica es extremadamente reducido, entre otras razones por ser una cirugía que generalmente no es intracavitaria (craneal, torácica o abdominal), requiriendo una anestesia menos profunda y por efectuarse casi siempre en pacientes sanos.
Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética (S.E.C.P.R.E.)
Una decisión responsable
Hoy día, ingresar a un quirófano para embellecer la imagen corporal podría considerarse una intervención de rutina. Sin embargo, el ansia por lucir mejor no debe hacer olvidar al interesado una serie de precauciones fundamentales tales como el exhaustivo conocimiento de los riesgos y beneficios posibles, la acertada elección del profesional y una sincera autoevaluación sobre los motivos que llevan a tomar la decisión.
Como en toda acción, para juzgarla, debemos ver la intencionalidad. ¿Por qué lo hacemos? ¿Es por vanidad? ¿Es un capricho? ¿Me ayudará a ser mejor persona? ¿Afectará mi vida espiritual? ¿Mejorará mis relaciones con los demás? Con el paso del tiempo una casa necesita ciertas composturas: la pintamos, cambiamos alfombras, retapizamos los muebles que el sol haya comido el color de las telas. Y nos sentimos mejor, vivimos mejor en nuestro hogar. Y si estos gastos van de acuerdo a nuestro presupuesto, ha sido una buena acción la que hemos llevado a cabo.
Existe mucha información, a veces en exceso y sin parámetros éticos, que invade las revistas y programas de TV, que confunden la información con publicidad y presentan esta especialidad como frívola, cuando en realidad es una decisión seria que debe tomarse responsablemente.
En primer lugar, la persona debe estar emocionalmente estable y contenida, no depositar falsas expectativas en la operación (tales como recuperar una pareja, o tener más éxito laboral o en las relaciones interpersonales) y estar preparada para afrontar el cambio de imagen posterior a la operación.
En una operación de carácter estético valdría la pena que nos preguntáramos por qué queremos hacerlo, cuál es el objetivo que persigo con esa intervención. ¿Son mis motivos y los resultados que obtendré lo suficientemente válidos cómo para someter mi salud y mi vida a los riesgos que implica una cirugía y una anestesia?
Por ejemplo, si lo que se busca con la cirugía es complacer al cónyuge, se tendrá que valorar si la satisfacción que le aportará, es superior al riesgo que se correrá en la operación y al costo económico de la misma.
Si la cirugía estética se busca como una posibilidad para proporcionar una imagen más adecuada y positiva, mejorando la autoestima y, por lo tanto, su calidad de vida y la de los que le rodean, habrá que preguntarse si ese gasto va de acuerdo con el presupuesto familiar o por el contrario nos va a desequilibrar de tal forma que dejemos desatendidos aspectos prioritarios o esenciales en la familia como pueden ser la comida, el vestido, la habitación o la educación de los hijos.
No existe ninguna razón por la que uno deba exponerse a una operación, por menos invasiva que parezca, sin tener total conocimiento de lo que esto implica, para poder hacer un balance costo/beneficio en el momento de tomar la decisión. Repetimos: el cirujano no es un mago, sólo puede mejorar las formas físicas, no los problemas familiares o del alma.