Se celebra en Nueva York, en los días 25 a 27 de junio de 2001, la XXVI Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas, dedicada a la pandemia del VIH/SIDA.
A su Excelencia,
Señor Kofi Annan
Secretario general de la Organización de las Naciones Unidas
La celebración en Nueva York del 25 al 27 de junio de una Sesión especial de la Asamblea general de las Naciones Unidas encargada de examinar, bajo diferentes aspectos, el problema del VIH/sida, es una iniciativa sumamente oportuna y deseo expresarle, al igual que a todas las delegaciones presentes, mis mejores auspicios, deseando que vuestras labores constituyan una etapa decisiva en la lucha contra la enfermedad.
La epidemia de VIH/sida representa indudablemente una de las catástrofes más grandes de nuestra época, en particular para África. No se trata sólo de un problema de sanidad, pues la infección tiene consecuencias dramáticas para la vida social, económica, y política de las poblaciones.
Aliento los esfuerzos que se están realizando en este momento a nivel nacional, regional e internacional para responder a este desafío, gracias a la elaboración de un programa de acción orientado a la prevención y al tratamiento de la enfermedad. El anuncio que usted ha hecho de la creación del Fondo mundial «sida y salud» es un motivo de esperanza para todos. Deseo de todo corazón que las tomas de posición favorables que se han pronunciado en un primer momento se concreten rápidamente en un apoyo efectivo.
La temible difusión del sida se inscribe en un universo social caracterizado por una seria crisis de valores. En este dominio, como en otros, la comunidad internacional no puede ignorar su responsabilidad moral; al contrario, en la lucha contra la epidemia, tiene que inspirarse en una visión constructiva de la dignidad del hombre e invertir en la juventud, ayudándole a que crezca en una madurez afectiva responsable.
La Iglesia católica sigue afirmando, con su magisterio y su compromiso al lado de los enfermos de sida, el valor sagrado de la vida. El esfuerzo que realiza, tanto en la prevención como en la asistencia de las personas afectadas, muchas veces en colaboración con las instituciones de las Naciones Unidas, se inscribe en el marco del amor y del servicio a la vida de todos, desde la concepción hasta su ocaso natural.
Me preocupan particularmente dos problemas que sé que serán tratados con gran atención en los debates de la sesión especial.
La transmisión del VIH/sida de la madre al niño es una cuestión sumamente dolorosa. Mientras en los países desarrollados, gracias a terapias adaptadas, se logra reducir sensiblemente el número de niños que nacen con el virus, en los países en vías de desarrollo, en particular en África, quienes vienen al mundo con la infección son muy numerosos, lo cual constituye un grave sufrimiento para las familias y la comunidad. Si añadimos a este sombrío cuadro el desamparo de los huérfanos de padres muertos de sida, nos damos cuenta que nos encontramos ante una situación que no puede dejar indiferente a la comunidad internacional.
El segundo problema es el del acceso de los enfermos de sida a los tratamientos médicos y, en la medida de lo posible, a las terapias anti-retrovirales. Sabemos que los costes de estos medicamentos son excesivos, a veces incluso exorbitantes, para las posibilidades de los ciudadanos de los países más pobres. La cuestión comprende diferentes aspectos económicos y jurídicos, entre los que se encuentran ciertas interpretaciones del derecho a la propiedad intelectual.
En este sentido, me parece oportuno recordar lo que subrayaba el Concilio Vaticano II y que menciono en la encíclica «Centesimus Annus» sobre el destino universal de los bienes de la tierra: «Por su naturaleza misma, la propiedad privada tiene también un carácter social, fundado en la ley del destino común de los bienes» («Gaudium et spes», n. 71, «Centesimus Annus», n. 30). En virtud de esta hipoteca social, traducida en el derecho nacional, entre otros modos, con la afirmación del derecho de cada individuo a la salud, pido a los países ricos que respondan a las necesidades de los enfermos de sida de los países pobres con todos los medios disponibles, para que estos hombres y mujeres, probados en su cuerpo y en su alma, puedan tener acceso a las medicinas que necesitan para curarse.
No puedo terminar este mensaje sin agradecer a los sabios y a los investigadores del mundo entero sus esfuerzos para encontrar terapias contra este terrible mal. Mi gratitud se dirige también a los profesionales de la salud y a los voluntarios por el amor y la competencia que han demostrado en la asistencia humana, religiosa y médica de sus hermanos y hermanas.
Invoco las bendiciones de Dios Todopoderoso para todos aquellos que están comprometidos en la lucha contra el VIH/sida, en primer lugar para los enfermos y sus familiares, así como para los participantes en la Sesión especial.
Ciudad del Vaticano, 21 de junio de 2001
IOANNES PAULUS II
[Texto original, francés. Traducción realizada por Zenit]