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Carnavales

Ayer como hoy y siempre la celebración de los carnavales ha sido objeto de controversia. Podríamos decir que en cuestión de gustos no hay nada legislado ni definitivo. Sin pretensiones conclusivas me decantaría por dar un SÍ a los carnavales, cuando son manifestaciones artísticas, festivas y creativas del humor e ingenio del pueblo. Y un NO a los carnavales, cuando son sólo exhibición de groserías, de chabacanerías, de faltas de respeto a personas e instituciones.

Bienvenida la ocurrente crítica, la sátira, la caricatura y hasta la chirigota para el común entretenimiento. No es de recibo la horterada, la cutrez y el insulto gratuito por carencia de imaginación. El dinero del pueblo es sagrado.

Hoy como ayer y siempre, el papel de bufón en la sociedad, cumple un necesario cometido catártico, pero en sus justos límites. Traspasados éstos, aunque amparados por el disfraz y el anonimato, tales celebraciones pueden dejar un amargo sabor de boca, tanto en los participantes como en los espectadores. ¿Podrá alguien justificar tales eventos para emplear la violencia, la venganza, los abusos sexuales o la burla de la Religión?. No es de recibo en modo alguno el parodiar a la Iglesia y a sus ministros o el hacer mofa y chacota de sus dogmas, ritos o sacramentos.

A los responsables, organizadores y autoridades les incumbe el decisivo papel de orientación y educación del pueblo llano, para que los carnavales sean lo que deben ser: sanos festejos populares. Nunca ocasión para exaltar lo soez, lo chabacano, lo inmoral y el libertinaje.