La madurez de una persona está en su conciencia y en su responsabilidad, pero ahora vamos a tratar de dos virtudes fundamentales del carácter. Jesús dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11, 29); “bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra” (Mt. 5, 4).
¿Y qué es la mansedumbre? La mansedumbre está constituida de paciencia y de benevolencia, de indulgencia y de misericordia. La mansedumbre es un modo de proceder divino, en cambio “la violencia puede ser, entre otras cosas, la manifestación de una autoridad o de una postura que se siente débil” (Juan Antonio González Lobato).
La mansedumbre abandona las pretensiones del amor propio y consiente pacíficamente en lo que piden los otros. Es más que una virtud, es una gracia que empapa toda la personalidad. Pues es necesario hacerse violencia a sí mismos –controlarse- para abandonar toda violencia.
Quien la tiene escucha una llamada, sabe ser atento, y trata bien las cosas que usa. La mansedumbre se vive con las personas y con las cosas. Su misión es la de ser de Dios.
Quien vive la mansedumbre respeta a Dios y las cosas de Dios: entre éstas, los seres humanos tienen un lugar preferente. Hace falta además mucha paciencia con la propia alma. El que quiera ser apóstol necesita cuidar de no perder los nervios.
La mansedumbre quita al dolor su amargura y tiene la fuerza eficaz de desarmar a cualquier adversario. La persona mansa no critica a los demás, y cuando debe juzgar, pone misericordia en sus juicios. Es preciso imitar esa mansedumbre que manifiesta Jesús en su diálogo con la samaritana; pero el cristiano no conservará esa mansedumbre si no está dispuesto a ceder frecuentemente en su derecho, a sufrir a diario y en ocasiones, cruelmente.
“La omnipotencia de Dios es su mansedumbre, por eso la mansedumbre es la manera de ser de Cristo” (González Lobato).
La libertad la necesitamos para obedecer, por eso es más virtud cuando más gusto se pone en la obediencia, cuando más ilusión y alegría –que son amor- animan a hacer lo que se debe hacer. La libertadse enriquece con la verdad, pues consiste en elegir lo mejor y hacerlo.
Cuenta un cuento que un samurai ya anciano vivía cerca de Tokio y corría la leyenda de que no había quien lo venciera.
Cierto día, un guerreo apareció por allí; era famoso por su técnica de la provocación y quiso competir con el samurai. Los jóvenes se opusieron, pero el viejo aceptó el desafío.
Juntos, todos se dirigieron a la plaza de la ciudad. El joven comenzó a insultar al anciano, le aventaba piedritas y le escupió en la cara y le grito insultos; pero el viejo permaneció impasible. Durante horas hizo todo lo posible por provocarlo. Al final, el impetuoso guerrero se retiró.
Los maestros le preguntaron:
—Pudiste usar tu espada, ¿cómo soportaste tanta indignidad?
El maestro les preguntó:
—Si alguien llega ante ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?
—Al dueño del regalo, respondió uno de ellos.
—Pues los insultos, la envidia y la rabia pertenecen a quien los lleva consigo.
¿Y qué es la humildad? La humildad es la verdad. El orgullo es un problema universal que no se resuelve mientras cada uno de nosotros no reconozca que está personalmente implicado en el asunto.”Si alguien quiere adquirir la humildad –afirma C.S. Lewis-, creo que puedo decirle cuál es el primer paso. El primer paso es darse cuenta de que uno es orgulloso. Y este paso no es pequeño... Si piensas que no eres vanidoso, es que eres vanidoso de verdad” (Cfr. Mero Cristianismo, p. 141).
El problema más fundamental en el hombre consiste en no saber asumir sus carencias. Vale la pena afrontar los problemas del yo. La soberbia no sólo genera falta de paz interior, sino que enturbia también las relaciones con los demás (Michel Esparza).
El autor del libro La autoestima del cristiano. Michel Esparza, dice que el orgullo es competitivo y cegador. Escribe: “Lo peor que tiene el orgullo es que es insaciable y competitivo”. El orgullo de cada persona –escribe Lewis- está en competencia con el orgullo de todos los demás. Es por que yo querría ser el alma de la fiesta por lo que me molestó tanto que alguien más lo fuera. Dos de la misma especie nunca están de acuerdo. Lo que es necesario aclarar es que el orgullo es esencialmente competitivo –es competitivo por su naturaleza misma-, mientras que los demás vicios son competitivos sólo por accidente. El orgullo no deriva del placer de poseer algo, sino sólo de poseer algo más de lo que el vecino posee.
La gente no está orgullosa de ser rica, inteligente o guapa. Están orgullosos de ser más ricos, más inteligentes o más guapos que los demás. Es la comparación lo que nos vuelve orgullosos: el placer de estar por encima de los demás. Una vez que el elemento de competición ha desaparecido, el orgullo desaparece.
Dos hombres pueden competir por una misma mujer. El hombre orgulloso se quedará con ella, no porque la desee, sino para demostrar que él es el mejor.
Casi todos los males del mundo que la gente atribuye a la codicia o al egoísmo son, en mucha mayor medida, el resultado del orgullo. En la sociedad actual no se trata de ser competente sino de ser competitivo.
Los peligros de la soberbia no sólo se derivan de ser competitiva, sino de ser cegadora. La soberbia distorsiona la realidad. Es como un virus que se introduce en lo más recóndito y no suele ser combatido porque el interesado no sabe que está infectado.
La soberbia introduce un elemento de falsedad tanto en la percepción de uno mismo, como en la percepción de los demás. Lleva a ver a los demás como rivales potenciales que ponen en peligro la propia excelencia. “Desde el momento en que tenemos un ego –explica Lewis-, existe la posibilidad de poner a ese ego por encima de todo –de querer ser el centro- de querer, de hecho, ser Dios. Ese fue el pecado de Satán”.
A la larga el orgullo resulta ser el peor de los vicios y la humildad la más importante de las virtudes.
Entonces hay que comenzar por tener sed de conocer la verdad y luego, amor a la verdad, ¿Cuáles son las características de Satanás? La soberbia, la mentira, la desobediencia y la rebeldía. Si no quiero parecerme a él, obviamente, debo ser humilde, sincero, obediente y manso.