CARTA PASTORAL
¡ÁNIMO NO TENGAN MIEDO,
NUESTRA MISIÓN ES EVANGELIZAR!
Norberto Rivera Carrera
Arzobispo Primado de México
¡ÁNIMO, NO TENGAN MIEDO,
NUESTRA MISIÓN ES EVANGELIZAR!
CARTA PASTORAL
A todos los miembros del pueblo de Dios que peregrina en la ciudad de México, y a todas las personas de buena voluntad.
INTRODUCCIÓN
La Iglesia de Jesucristo enviada para anunciar el Evangelio a todos los habitantes de esta gran ciudad de México, ha participado y seguirá participando en la construcción de la sociedad a partir de la ley del amor fraterno.
Esta Iglesia es santa y pecadora a la vez: santa, por su fundador, que es Jesucristo, por la presencia del Espíritu Santo en la construcción de la comunidad, por los diversos medios de santificación, por el fin hacia el que se dirige, el reino de Dios Padre. Pecadora, porque todos sus miembros somos humanos, limitados, expuestos al error y al pecado.
Como parte de la sociedad, la Iglesia es noticia y provoca noticias, unas veces de fe y alegría, como en la última visita del Papa Juan Pablo II a la ciudad de México, para canonizar a Juan Diego Cuauhtlatoatzin y beatificar a los mártires de Cajonos, Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles. Otras veces, con dolor lo reconocemos, de escándalo.
Al ver los errores de los miembros de la Iglesia nos preguntamos por qué Cristo, sabiendo lo que somos, quiso invitarnos a participar en su misión de renovar desde sus cimientos la humanidad y la creación. Con humildad debemos reconocer que esta confianza no es porque la merezcamos, sino porque así ha querido amarnos. De ahí nace que todos los creyentes en Jesucristo, gracias al bautismo, formamos parte de su Iglesia y somos responsables de todo lo que ella es, cada uno de acuerdo a la función propia.
Desde hace tiempo, algunos medios de comunicación social han ido publicando sistemáticamente diversas noticias, expresadas en forma y tono negativos, sobre la Iglesia católica, sobre la persona y gobierno del Santo Padre, sobre los obispos y sacerdotes. Agradezco de corazón a todos los que con la verdad y caridad hacen crítica a la Iglesia ayudando así a su crecimiento y purificación, pero lo que es inaceptable es la sistemática difamación y burla de que es objeto.
La persecución en la Iglesia ha sido siempre un momento fuerte de gracia; dicho fenómeno se ha dado en distintas etapas de la historia de la humanidad, comenzando por Jesús de Nazaret, que estuvo en el blanco de la mirada de autoridades religiosas y grupos diversos de la sociedad judía. Sus doce apóstoles siguieron la misma suerte que el Maestro, pero llenos del Espíritu Santo dieron testimonio del Evangelio hasta el fin de sus días.
Buscando la voluntad de Dios, en comunión con mi Consejo Episcopal aprovecho varios hechos que tocan a algunos de los miembros de la Iglesia y nos cuestionan a todos, para animarlos a tomar con nuevos bríos la misión evangelizadora que Cristo espera de nosotros, invitándolos a aceptar el desafío que implica dar testimonio coherente de nuestra esperanza.
Me sumo así a declaraciones y cartas pastorales que otros hermanos míos en el episcopado, no sólo en México, sino también en otros países han venido publicando, para orientar evangélicamente a sus fieles ante los actuales signos a través de los cuales Dios nos está hablando.
I. VER
Sin detenerme en casos particulares, quiero resaltar determinados hechos que se nos "imponen" a través de algunos medios de comunicación, como queriendo a propósito mantenerlos candentes en la opinión pública. No pretendo ser exhaustivo; me limito a mencionarlos con un breve comentario.
Desprestigio de las autoridades eclesiásticas
El estilo de vida del sacerdote católico es blanco de ataques de diversa índole: por una parte, aparecen opiniones contrarias al celibato, información parcial y propaganda acerca de sacerdotes que han dejado el ejercicio del ministerio sacerdotal y se casan, casos de sacerdotes mujeriegos, homosexuales o pederastas. Por otra parte, se silencian noticias positivas como el aumento de vocaciones sacerdotales, el trabajo con los grupos más desfavorecidos de la sociedad, la entrega diaria y silenciosa de miles de sacerdotes en lugares conflictivos del mundo, aún a riesgo de la propia vida, el influjo benéfico del sacerdote en la vida individual, familiar y comunitaria.
La sociedad capitalina está compuesta por personas de diversa cultura, credo y posición social. Pero esta diversidad es contradictoria, pues caprichosamente se defienden los derechos de unos y se ataca los derechos de otros. Así por ejemplo, aparece como una sociedad muy liberal, anunciando complaciente grupos de proselitismo homosexual por calles y avenidas de la ciudad, editando libros de información para niños y niñas que poco forman la conciencia de los futuros ciudadanos, dejando impunes los cerebros que lucran con la prostitución y la pornografía infantil, ofreciendo a la mujer como gancho imprescindible en los anuncios comerciales, apoyando programas de televisión, cine y red que en nada promueven la superación y la salud mental de los individuos y de las familias. Por otro lado se escandaliza y reclama vehementemente las faltas de algunos clérigos; quizá porque se toma en cuenta la importancia del sacerdote en la conciencia social y se quiere que la hipocresía y el libertinaje ocupen su lugar.
Estamos ante un esfuerzo premeditado orientado a desautorizar la voz profética de los pastores de la Iglesia, que buscan educar la conciencia de los ciudadanos para que se opongan a los poderes de este mundo, condenando todo tipo de pecados personales y sociales que destruyen la convivencia civilizada: manipulación de la vida humana (aborto, anticoncepción, eutanasia, clonación), libertinaje sexual, quebrantamiento de los derechos de las personas, empobrecimiento de la belleza. bondad y verdad en la sociedad.
Palabras e imágenes se quedan grabadas en cualquier tipo de persona; y los medios publicitarios son expertos en ello.
Es de notar que desde el inicio de su pontificado, Juan Pablo II ha dado ejemplo de valentía, coherencia, honestidad y lealtad, interviniendo personalmente cuando ha sido necesario afrontar situaciones, por más difíciles y costosas que puedan resultar. Así lo ha hecho a propósito del contenido de la fe en Jesucristo, del valor de la vida y del matrimonio, de errores históricos de la Iglesia, de los sistemas que esclavizan a la persona, de las faltas de los pastores.
La homosexualidad
En la primavera de este año 2002 los medios de comunicación social dieron amplia cobertura a la confesión pública de prácticas homosexuales y quebrantamiento continuado de la promesa del celibato que hizo un sacerdote en España. La noticia apareció el mismo día en los medios de comunicación internacionales y se le dio amplia difusión, por lo que no deja de causar sorpresa esta inesperada simultaneidad. De este y otros hechos singulares, se aprovechan para inducir la sospecha de la misma conducta en la mayoría del clero y para condenar a la Iglesia por defender todavía el valor evangélico del celibato, como si éste fuese la causa de conductas desviadas en el uso de la sexualidad.
Recordemos que para la Iglesia el celibato es un regalo que Dios da a algunas personas; que la sexualidad es un modo de ser y de relacionarse con los demás que va más allá del mero contacto genital; que todas las personas con tendencias homosexuales son dignas de respeto por ser hijos de Dios, aunque se repruebe los actos homosexuales.
Ordenación sacerdotal de mujeres
No faltan grupos feministas que continuamente critican a la Iglesia católica por no aceptar la ordenación sacerdotal de las mujeres, acusándola de machista (que permite injustamente el ejercicio del sacerdocio únicamente a los varones) y discriminatoria de la mujer (pues se pretende considerar el sacerdocio como un derecho de cualquier persona)
Quienes promueven la ordenación sacerdotal de las mujeres desconocen o no entienden que el sacerdocio ministerial no es un derecho humano, sino un llamado expreso de Jesucristo, una institución hecha por Él para el servicio de la comunidad. También desconocen o no entienden que los grandes en la Iglesia no son los sacerdotes, sino los santos, y que el ejemplo más claro es la Virgen María, quien no fue dotada del carácter sacerdotal por Cristo que sí otorgó a sus apóstoles y, por medio de ellos, a sus sucesores y colaboradores.
El hecho Guadalupano y la canonización de Juan Diego.
Santa María de Guadalupe y su embajador el indio Juan Diego también han sido tomados por algunos como motivo de crítica opuesta a la Iglesia católica. Contra ambos se han publicado diversos artículos y se han realizado programas de radio y televisión. Incluso se ha llegado al grado de ridiculizar la venerada imagen de la tilma con figuras que rayan en la irreverencia, por más que se las defienda como creaciones de la libre expresión.
La pretensión es borrar la tradición de fe viva del pueblo creyente y desconocer el valor de las múltiples investigaciones científicas e históricas que aún continúan realizándose, argumentando con supuestas pruebas apoyadas en testimonios poco serios de contadas personas, como si todos los estudiosos de la venerada imagen hubieran vivido engañados o engañando a la población.
Lo sucedido en la colina del Tepeyac en 1531 tiene fundamentos históricos y ha sido un elemento decisivo en el nacimiento y desarrollo del pueblo mexicano: el mestizaje, la independencia, la unidad cultural, la fe católica sólo se explican si se acepta la importancia del hecho Guadalupano a lo largo de los últimos cinco siglos de nuestra historia.
El Tepeyac de la Morenita y su embajador Juan Diego siguen siendo un lugar privilegiado del pueblo que peregrina para encontrarse con Jesucristo, a través del rostro materno de su Madre, la Virgen Santa María, tal como lo hacía Juan Diego.
II. JUZGAR
La comunidad de los creyentes en Cristo está viviendo en carne propia la profecía de Simeón en la presentación de Jesús en el templo: "Será como un signo de contradicción" (Lc. 2, 34) En efecto, la Iglesia católica predica un mensaje que resulta incómodo para personas y sectores de la sociedad actual capitalina. Nada extraño que en todos los continentes se dé esta campaña orquestada para dos finalidades: debilitar a la Iglesia, desprestigiando su mensaje y sus mensajeros, aprovechándose de todo, incluso de las debilidades individuales y señalando que así no cumple lo que enseña, y que ella y su clero no son mejores que otras instituciones humanas marcadas por la corrupción; rebajar el ideal evangélico, considerando a la Iglesia como una mera sociedad humana que debe regirse por las leyes de las estadísticas, de la democracia.
Pero no hay que extrañarnos ni tener miedo. Esta persecución se encuentra atestiguada en el Antiguo Testamento a propósito de los profetas que, por ser fieles a la misión que Dios les había encomendado, resultaron incómodos para autoridades y sociedad de entonces. Análoga situación viene presentada en el Nuevo Testamento: por ello Herodes mandó encarcelar y degollar a Juan el Bautista; por ello Jesús fue calumniado, acusado de borracho, comilón, amigo de mujeres de vida libertina, perseguido, juzgado injustamente, torturado y asesinado con la muerte en cruz; por ello los apóstoles y muchos de los primeros cristianos fueron perseguidos hasta morir mártires de su fidelidad a Jesucristo.
Ahora bien, la persecución por nuestros pecados está justificada; mientras que por causa de Jesús, se convierte en una bienaventuranza: así vemos cómo los testigos bíblicos perseguidos eran sostenidos por el mismo Espíritu Santo que les sugería lo que tenían que decir y cómo comportarse (Mc 13, 11). Los discípulos de Jesús serán sostenidos por el testimonio de su maestro: "Igual que me han perseguido a mí, los perseguirán a ustedes" (Jn 15, 20), y recordarán sus palabras de aliento para los momentos difíciles: "En el mundo encontrarán dificultades y tendrán que sufrir, pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33), más aún, sabrán encontrar el sentido de la persecución por ser fieles al Señor: "Dichosos serán cuando los injurien y los persigan y digan con mentira todo género de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y salten de alegría, porque su recompensa será grande en el reino de los cielos" (Mt 5, 11)
La Iglesia está convencida de que las comunicaciones modernas, al permitir un gran influjo de información y un mayor sentido de solidaridad entre todos los miembros de la familia humana, pueden contribuir significativamente al progreso espiritual de la humanidad, y de ese modo, a la difusión del reino de Dios. Pero en esta tarea informativa y formativa de la conciencia social, debe brillar la ética sobre lo técnico, la promoción de la persona humana sobre otros intereses, lo espiritual sobre lo material.
Reconociendo y admirando el buen nombre y el quehacer de tantos profesionales del mundo de los medios de comunicación social deploramos que haya otros que informan o escriben notas sobre los asuntos eclesiales sin tener competencia profesional para transmitir a la sociedad una visión objetiva; carecen de una cultura eclesiástica adecuada, bien contrastada, amplia e imparcial de la vida y de la historia de la Iglesia católica, sus hombres e instituciones. Incluso, cuando eligen para sus programas o artículos a eclesiásticos o laicos que expresen supuestamente la postura o pensamiento católico, buscan a personas que en realidad no representan más que a grupos parciales y tendenciosos, y que se limitan a exponer sus opiniones personales en abierta oposición al Magisterio de la Iglesia, y que dejan mucho que desear en cuanto a objetividad y testimonio sencillo y transparente de vida evangélica.
III. ACTUAR
¿Qué hacer para que brille la luz de Cristo ante la tentación del pesimismo, el apocamiento, el desinterés o el desaliento?
Guiados por el Espíritu Santo tenemos que interpretar los reclamos de la sociedad actual como invitación a conocer y valorar lo positivo que tenemos en nuestra Iglesia. Ella ha participado activamente a lo largo de todos los siglos en la creación de diversas manifestaciones de la cultura, como la educación, la arquitectura, la música, la pintura, la familia, la urbanización, la atención a los más desprotegidos, la evangelización.
Confiados en la presencia de Jesucristo en medio de nosotros, descubramos y purifiquemos todo lo que es consecuencia de nuestros pecados; nunca es tarde para cambiar de conducta y dar testimonio alegre del Evangelio.
Siguiendo el ejemplo de Dios Padre providente, que hace salir su sol sobre buenos y malos y que hace caer la lluvia sobre justos y pecadores, hagamos una campaña de oración por quienes persiguen, difaman y calumnian a nuestra Iglesia y sus instituciones, a la vez que invitamos a nuestros detractores a formarse una conciencia objetiva sobre la verdad de la historia y de la vida de la Iglesia.
La Misión permanente en la que nuestra ciudad está comprometida nos pide que nos capacitemos como agentes de evangelización. No podemos conformarnos con la catequesis previa a la recepción de los sacramentos. Es urgente formarnos en todos los aspectos de la vida diaria, de modo que podamos hacer realidad lo que nos dice Cristo a través de su apóstol: "Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que les pida explicaciones. Háganlo, sin embrago, con dulzura y respeto" (1 Pe 3, 15)
El tiempo que estamos viviendo requiere el testimonio de coherencia y entrega a la causa del Evangelio, cada uno de acuerdo a la propia vocación. El bautismo que hemos recibido debe traducirse en acciones concretas diarias de hacer presentes los valores del Evangelio en medio de la sociedad. Este testimonio ha de ser de coherencia y fidelidad, alentados por la convicción de que nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús (Rm 8, 35-37)
Además del propio testimonio, es preciso sumarse a los testimonios vivos que la Iglesia nos ofrece en el gran número de sacerdotes, religiosas y religiosos que desde las parroquias trabajan a favor de las comunidades; o a la gran diversidad de mujeres y hombres que, motivados por la caridad y agrupados en movimientos y asociaciones dedican parte de su tiempo a la atención de los enfermos, ancianos, personas marginadas, a la formación de la niñez, de la juventud y de la familia; o a tantos profesionistas que con su mejor esfuerzo cooperan en el bien común.
Sobre todo incrementemos nuestra esperanza: "y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) La eficacia de todos nuestros esfuerzos está en Jesucristo. Si volvemos la mirada hacia los dos mil años de historia de la Iglesia católica, descubrimos que en ningún momento ha faltado la presencia de Cristo y la asistencia del Espíritu Santo, incluso cuando la decadencia moral y religiosa de la sociedad occidental afectó más a la Iglesia. Cristo no deja de asistirnos, aconsejarnos y guiarnos hacia el Padre del amor misericordioso. Esto debe ser motivo de paz y de alegría en medio de los sufrimientos provocados por la debilidad o traición de aquellos que un día profesaron y predicaron la fe católica.
CONCLUSIÓN
Al terminar esta carta pastoral, dictada por amor a la Iglesia y el deseo de orientar a los agentes pastorales y a todos los fieles de nuestra Arquidiócesis, elevo mi acción de gracias al Señor por cada uno de ustedes, por habernos invitado a participar en la grandiosa tarea de la Evangelización.
México, D. F., 8 de septiembre de 2002, aniversario de la natividad de la Santísima Virgen María.
+ NORBERTO CARDENAL RIVERA C.
ARZOBISPO PRIMADO DE MEXICO.
+ José de Jesús Martínez Zepeda
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la II Vícaría
+ Marcelino Hernández Rodríguez
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la VII Vicaría
+ Felipe Tejeda Garcia, M.Sp.S.
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la III Vícaría
+ Guillermo Ortiz Mondragón
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la I Vicaría
+ Luis Fletes Santana
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la IV Vícaría
+ Rogelio Esquivel Medina
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la VIII Vicaría
+ Jonás Corona Guerrero
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la VI Vícaría
+ Francisco Clavel Gil
Obispo Auxiliar y Vicario Episcopal de la V Vicaría