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Alegrarnos con la venida de Jesús, Nuestro Salvador

ALEGRARNOS CON LA VENIDA DE JESÚS, NUESTRO SALVADOR

Mensjae de monseñor Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio, en preparación de las celebraciones de Adviento y Navidad

(20 de noviembre de 2009)

“Salta, llena de gozo, hija de Sión,

lanza gritos de alegría, hija de Jerusalén.

Pues tu rey viene hacia ti,

Él es santo y victorioso

Zac. 9, 9

 

Queridos hermanos y hermanas:

 El tiempo litúrgico de Adviento que nos disponemos a recorrer con la liturgia de la Iglesia, nos conduce hasta el encuentro con el Salvador. Revivimos la esperanza de los justos de Israel y somos animados por la actualización del misterio de la Encarnación. Es tiempo de espera, confiando en la misericordia de Dios y alentados en el corazón con la verdad de su Palabra: Y la Palabra se hizo carne. El espíritu de este tiempo es un espíritu de alegría, de una alegría verdadera, que no es provocada artificialmente ni procede de los sentidos exteriores. Es alegría fundada en la comunión con Dios, en el encuentro con su Hijo, en la gracia del Espíritu Santo, y por eso la vivimos en una intimidad gozosa, compartida por todos los que creemos en Jesucristo.  

 La experiencia de nuestros Padres, su peregrinación a lo largo de la historia, desde la Creación hasta el cumplimiento en Jesucristo, nos enseña a tener paciencia, a interpretar los signos, a hacer de este tiempo un tiempo de gozo, porque el Señor no defrauda. Y la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios, algo tan extraordinario que está fuera de las condiciones habituales de nuestra naturaleza humana, acontecen, sin embargo, en un ámbito tan sereno, difunden tanta paz y consuelo, que la misma espera se vuelve comunión anticipada. Lo hace el creyente con la certeza de su fe, como lo canta en la liturgia: “El Señor se ha de manifestar; si demora, espéralo, porque vendrá y no tardará” ( cf. Hab 2, 3)     

Celebrar la Navidad

“La generosidad de Dios Salvador acaba de manifestarse a todos los hombres; nos enseña a rechazar la vida sin Dios y las codicias mundanas, y a vivir en el mundo presente como seres responsables, justos y que sirven a Dios. Ahora nos queda aguardar la feliz esperanza, la manifestación gloriosa de nuestro magnífico Dios y Salvador, Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para rescatarnos de todo pecado y purificar a un pueblo que fuese suyo, dedicado a toda obra buena”

Tit 2, 11-13

El Señor Jesús viene a los corazones de quienes lo buscan y desean, a los corazones que lo esperan, con perseverancia y amor. Si nos preparamos con esta actitud de fe, sin duda recibiremos con su visita aquellos dones que quiere otorgar a los que Él ama. Son dones espirituales que enriquecen la vida de los hombres, y cuya verdad y sentido se extrañan cuando nos faltan y nos encontramos envueltos o confundidos por otras expresiones más inmediatas y sensibles.

 Celebrar la Navidad es recibir al Hijo de Dios, es una actitud de fe, esperanza y amor. Creemos que este Niño viene del cielo; su llegada en medio de nosotros, y en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, nos reconcilia y da vida nueva. Esperamos con esperanza teologal, porque la existencia de los hombres en la tierra se modifica, recibe un soplo que la transforma para comenzar a ser lo que será definitivamente. El amor del Padre, que nos entrega a su Hijo, llena nuestra vida y nos convoca a una respuesta también de amor.

La Venida de Jesús  

“Todas estas escrituras proféticas se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que, perseverando y teniendo el consuelo de las Escrituras, no nos falte la esperanza”.

Rom 15,4

Navidad no es una fiesta como otras, aunque sea más universal, más entrañable. En realidad, estamos recibiendo una visita, que esperábamos y necesitábamos, mucho más de lo que nosotros mismos podemos pensar. Y Jesús llega y nos trae sus regalos. La costumbre y los usos sociales intentan traducir una realidad más honda, invisible: festejar, alegrarse, ofrecer regalos, son apenas un gesto exterior, material, reflejo pálido e insuficiente de su sentido verdadero. Alegrarse en la Navidad es reconocer la presencia de Jesús, y por Él percibir las huellas de Dios en el mundo, entre nosotros. Jesús es quien revela al Padre, y a partir de su Venida todo adquiere sentido, de acuerdo a las Escrituras.

 El Hijo de Dios nació en nuestra naturaleza. Santificó así lo que, desde la Creación, el mismo Dios vio como bueno, y robusteció su significación, para que cuanto en la tierra ha sido dado a los hombres para su felicidad y progreso, sea también anticipo de otros dones, de mayores riquezas, que no se agotan ni decaen, sino que permanecen para siempre. El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres alcanzáramos a vivir con Dios, a poseer la santidad y crecer en ella, contemplarlo y conversar con Él. 

 Al hacerse hombre, humilde, pobre y pequeño, la Palabra se hizo cercana, comprensible, elocuente, y nos comenzó a enseñar, con la predicación y el ejemplo, lo que necesitamos saber y poner por obra para alcanzar la Vida verdadera, Su Vida, la Vida que Él nos trajo. La Navidad nos permite comprender el sentido de todo lo creado, y que nosotros estamos orientados hacia la eternidad, para vivir esa Vida.

El fruto de la presencia del Verbo en el mundo  

“Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y unan la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”

Fil 4,6

Celebramos la Navidad porque el Señor está presente. Nos lo recuerda su imagen, creada por Dios y representada en cada hermano nuestro. Nos lo recuerda también lo que hay de bueno y de sano en nuestra familia humana, en la cultura y el trabajo, en la sociedad y en las familias, en todas las edades y en las diferentes condiciones. Y su voz reclama con fuerza cuando hay injusticia, postergación, diferencias y desigualdad, que son una afrenta a Aquél de quien los que sufren son imagen verdadera.

 Por eso, la fe en la Encarnación del Hijo de Dios tiene como respuesta consecuente la pasión por el bien y la justicia. Es conociendo y amando a Dios que podemos descubrirlo en cada hermano. Y por ello manifestar al mundo, a los Estados, a los poderosos, pero también a los que piensan que no tienen responsabilidades tan grandes ni recursos eficaces, que la Venida del Señor nos llama a reconocerlo en todos los hermanos, especialmente los más pequeños, y que debemos transformar las cosas, para que el Mesías, por medio de la Iglesia, de nosotros, sus discípulos, y de todos los hombres de buena voluntad, instaure en el tiempo el régimen de la verdad y la justicia. Adviento y Navidad son tiempo de oración, de súplica, de acción de gracias, para que se cumpla la Promesa, y podamos conservarnos en la alegría y en la paz.

La preparación durante el Adviento      

“Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de las obras de Cristo, por lo que envió a sus discípulos a preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Jesús les contestó: Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos, ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los  sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso aquél para quien yo no sea motivo de escándalo!”

Mt 11, 2-6

Tenemos en claro, ante los ojos, el significado de la Venida del Señor, ¿pero cómo vamos a lograrlo? La liturgia del Adviento nos conduce y enseña: primero, está el clamor del deseo, la llamada ardiente para que descienda la Salvación. La recorrida por los escritos proféticos, con los anuncios de la promesa y los intentos, discontinuos y débiles, por actuar de acuerdo con ella, ponía en el acento de los santos antiguos el tono de la urgencia, de la insistencia. Luego, con Juan el Bautista llega el testimonio, como penitencia por las faltas y propuesta de conversión. En fin, los acontecimientos del nacimiento y la infancia de Jesús, en el marco íntimo de una familia sencilla de Galilea, nos van acercando el cumplimiento de las promesas y expresan su inminencia en episodios que no tienen características heroicas y tremendas, como los grandes hechos de la historia, sino en el diálogo del corazón divino con el humano, mostrándonos el camino a seguir.

 Atendamos a la naturaleza de la liturgia del Adviento, a las referencias al Antiguo Testamento, a los personajes puros y trasparentes que son María, José, a los personajes sencillos como los pastores, a los arriesgados y generosos como el bautista y los Magos de Oriente, que supieron descubrir en esos hechos y palabras el Misterio que estaba sucediendo. Esa misma sensación de asombro y maravilla que determinó su entrega y su compromiso, es la que en todos los tiempos ha convocado a los cristianos, y tiene que suscitar en nosotros la misma respuesta, descubriendo esos signos de la presencia del Mesías.

Navidad en nuestra Patria

¿Qué lugar preparamos entre nosotros para recibir al Mesías? En el interior de cada uno, pero también en los ámbitos que compartimos, en los hogares, en las escuelas, en los lugares de trabajo, en las comunidades, en la sociedad ... 

La acogida del Señor y el envío misionero: La Misión Continental nos urge a que recibamos al Niño y su mensaje con corazón de discípulos, para trasmitir el Evangelio a todos los hombres. La primera comprobación es que, lamentablemente, como cristianos, no terminamos de aceptar las condiciones del Bautismo, la gracia de la Confirmación, el alimento de la Eucaristía, para volcarnos con convicción y generosidad en el esfuerzo misionero, evangelizador. En nosotros y por nosotros, nace cada día el Salvador, y por nuestro medio quiere llegar a los hermanos. En el Año sacerdotal que estamos celebrando, el Papa Benito XVI nos dirige una llamada a la santidad de vida y a la esencialidad de nuestros propósitos y acciones; es una ocasión para renovar el espíritu de los sacerdotes, y a su ejemplo, de los demás ministros y consagrados y de todos los bautizados, con una entrega más profunda y comprometida en el discipulado y la misión.

La pobreza en el mundo y la caridad del cristiano: Repetidas veces los Obispos argentinos han señalado las difíciles condiciones por las que atraviesan muchos hermanos y hermanas nuestros: inseguridad, injusticia, manipulación, dependencia, marginación, carencias materiales, espirituales y educativas. No basta con denunciarlo, porque a fuerza de decirlo desde todos los sectores nos hemos ido acostumbrando a todo ello, pero sin resolver nada. La caridad debe ser inteligente, creativa, eficiente, si no, no es caridad. El Redentor vino al mundo para establecer un reino de justicia y de paz, y 2000 años de cristianismo no han terminado de convertir los corazones de los hombres. Nosotros, los cristianos ¿estamos dispuestos a ser generosos, a privarnos de algo para compartirlo con quienes tienen necesidades y carencias, a fomentar en los niños y jóvenes el sentido de la caridad, a promover entre los empresarios, además de una gestión justa y respetuosa de los derechos de empleados y de usuarios, una participación significativa en el esfuerzo social, educativo, promocional?

Construir en la verdad y hacer el bien: Pero los únicos males no son los de la economía y la administración política. Hay una causa que produce efectos aún peores, y es el relativismo moral y la falta de aprecio por la verdad. Las palabras están vaciadas de su contenido, y un término admite diversas comprensiones, confiriendo así, desde el exterior, una legitimidad adventicia, una corrección puramente formal y de conveniencia, a conductas y situaciones que son aberrantes. Esta confusión que se encuentra en las prácticas políticas (clientelismo, dádivas, subsidios, que son en realidad como una compra de voluntades y mantienen en la dependencia) se da también en la legislación y la justicia. 

 Es así que este año recibimos al Niño de Belén, Príncipe de la Paz, Rey de Justicia, con un fallo judicial que permite las uniones entre personas del mismo sexo, con la amenaza de leyes que atentan contra la vida inocente y la esencia y la estabilidad de la familia, con propuestas educativas que invaden los ámbitos de la libertad y responsabilidad de los padres y dificultan el ejercicio de la misión formadora integral de la Iglesia, con facilidades y hasta elogios para comportamientos que deforman la conciencia de los jóvenes, que no fomentan la virtud del trabajo y la honestidad, y parecen premiar los peores ejemplos.

Y con todo ...

... seguimos celebrando con esperanza, con el deseo de renovarnos nosotros primero, para crecer en el espíritu de la Navidad, y hacerlo presente, contagioso, operativo. Nos sostiene la certeza que el amor de Dios es poderoso y eficaz, y que la tarea no depende solamente de nosotros. Se nos confía su ejecución, su continuidad, pero el soplo que la inspira y anima no es el resultado de nuestra imaginación o inteligencia, sino que viene de Dios mismo, que amó tanto al mundo que envió a su Hijo único. 

 Que esta fiesta de Navidad que vamos a celebrar, preparada debidamente por una santa participación en la liturgia del Adviento, nos conceda encontrarnos muy cerca del Señor, y que la actualización de su nacimiento nos comprometa para contribuir con más generosidad y más fruto a la Venida de su Reino. La Virgen María, que esperó en silencio la Promesa, que acompañó con solicitud a su Hijo en la tierra, y se alegra ahora en la gloria del Cielo, nos enseñe y aliente en este camino.

Mons. Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio