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Lecturas Lunes 30 de Marzo de 2009

Lecturas  Lunes 30 de Marzo de 2009

LUNES 30

Santos: San Pedro Regalado, presbítero, y Leonardo Murialdo, fundador. Beato Amadeo de Saboya, duque. Feria (Morado)

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 55, 2)

Ten compasión de mí, Señor, porque me pisotean y acosan todo el día mis enemigos.

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que con el don de tu amor nos colmas de bendiciones, transfórmanos en una nueva creatura, para que estemos preparados a la Pascua gloriosa de tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

Lectura del libro del profeta Daniel: 13,1-9.15-17.1930.33-62

En aquel tiempo vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Quelcías, mujer muy bella y temerosa de Dios. Sus padres eran virtuosos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía una huerta contigua a su casa, donde solían reunirse los judíos, porque era estimado por todos. Aquel año habían sido designados jueces dos ancianos del pueblo; eran de aquellos de quienes había dicho el Señor: "En Babilonia, la iniquidad salió de ancianos elegidos como jueces, que 146 pasaban por guías del pueblo". Éstos frecuentaban la casa de Joaquín y los que tenían litigios que resolver acudían ahí a ellos. Hacia el mediodía, cuando toda la gente se había retirado ya, Susana entraba a pasear en la huerta de su marido. Los dos viejos la veían entrar y pasearse diariamente, y se encendieron de pasión por ella, pervirtieron su corazón y cerraron sus ojos para no ver al cielo ni acordarse de lo que es justo.

Un día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: "Tráiganme jabón y perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño". Apenas salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia donde estaba Susana y le dijeron:

"Mira: las puertas de la huerta están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba contigo y que por eso despachaste a las doncellas". Susana lanzó un gemido y dijo: "No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor". Y dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante.

Al día siguiente, todo el pueblo se reunió en la casa de Joaquín, esposo de Susana, y también fueron los dos viejos, llenos de malvadas intenciones contra ella, para hacer que la condenaran a morir. En presencia del pueblo dijeron: Vayan buscar a Susana, hija de Quelcias y mujer de Joaquín". Fueron por Susana, quien acudió con sus padres, sus hijos y todos sus parientes. Todos los suyos y cuantos la conocían, estaban llorando.

Se levantaron entonces los dos viejos en medio de la asamblea y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los viejos dijeron: "Mientras nosotros nos paseábamos solos por la huerta, entro ésta con dos criadas luego les dijo que salieran y cerro la puerta, Entonces se a acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella, Nosotros estibamos en un extremo de la huerta, y al ver aquella infamia, corrimos hacia ellos y los sorprendimos abrazados. Pero no pudimos sujetar al joven, porque era mis fuerte que nosotros; abrió la puerta y se nos Escapo. Entonces detuvimos a ésta y le preguntamos quien era el joven, pero se negó a decirlo. Nosotros somos testigos de todo esto". La asamblea creyó a los ancianos hablan que habían calumniado a Susana y la condenaron a muerte.

Entonces Susana, dando fuertes voces, exclamo: "Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tu sabes que éstos me están levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mi.” El Señor escucho su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho llamado Daniel, un santo impulso de ponerse a gritar. “Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer”.

Todo el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: “¿Que es lo que estás diciendo?”. Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les respondió: “Israelitas ¿Cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a muerte a una hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro verdad. Vuelvan al tribunal, porque ésos le han levantado un falso testimonio.

Todo el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que Dios mismo te ha dado la madurez de un anciano". Daniel les dijo entonces: "Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a interrogar".

Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: "Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos". El respondió: "Debajo de una acacia". Daniel le dijo: "Muy bien. Tú mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad” Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: "Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime ¿bajo que árbol los sorprendiste abrazados?” El contestó: "Debajo de una encina”. Replicó Daniel: "'También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes.

Entonces toda la asamblea levanto la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en Él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Este conocido relato pretende celebrar la sabiduría del joven Daniel y, de paso, demostrar que Dios nunca abandona a las mujeres y hombres fieles que confían en Él.

Del salmo 22 R/. Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. R/.

Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/.

Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. R/.

ACLAMACIÓN (Ez 33, 11) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, dice el Señor. R/.

Lectura (Proclamación) del santo Evangelio según san Juan: 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y Él sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a Él le dijeron: “Maestro esta mujer a sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?".

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a Él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Antes de erigirse en juez severo de los fallos ajenos hay que pensarlo dos veces recordando que Dios no se precipita a condenar a nadie, segundo: nuestras faltas son probablemente iguales o mayores que las de los demás.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Concede, Señor, a tus hijos, reunidos para celebrar esta Eucaristía, ofrecerte como fruto de su penitencia, una conciencia limpia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO I DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y fuente de salvación darte gracias y alabarte siempre y en todo lugar, Señor. Padre santo. Dios todopoderoso y eterno.

Porque mediante la pasión salvadora de tu Hijo diste a los hombres una nueva comprensión de tu majestad y una nueva manera de alabarla, al poner de manifiesto, por la eficacia inefable de la cruz, el poder del crucificado y el juicio que del mundo has hecho.

Por eso, ahora nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y los santos diciendo: Santo, Santo, Santo

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Jn 8. 10-11)

Jesús le preguntó: Mujer, ¿nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. El le dijo: Yo tampoco te condeno, Vete y ya no vuelvas a pecar,

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Que la fuerza de tus sacramentos nos libre, Señor, de nuestras malas inclinaciones y nos ayude a seguir a Cristo, para acercamos cada vez más a ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.