Para
una persona súper ordenada no hay nada más molesto que entrar a su baño
-compartido con el cónyuge- y encontrar la toalla desaparecida, el
jabón en el suelo con peligro de provocar una muerte imprudencial, ropa
tirada en el piso y la pasta de dientes oprimida a lo tonto, justo a la
mitad del tubo, a pesar de ser nueva. ¡Ah!, y sin tapón, por supuesto.
Lo peor de todo es que, quien hizo semejante escándalo -y se encarga de hacerlo todos los días- es el amor de nuestra vida, el príncipe azul, la mujer de mis sueños, en fin, la persona a la que juramos amor eterno, en otras palabras a quien prometimos fidelidad, así es, fi-de-li-dad.
Cuando se pronuncia y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso...,
aunque de alguna manera estamos envueltos en vaporosas nubes, es muy
importante mantener los pies en la tierra, conscientes del compromiso
que se adquiere libremente y por amor.
Alguien dirá: Sí, yo soy capaz de serle fiel en lo adverso, en
la enfermedad y en lo que quiera, todos los días de mi vida, pero que
no me eche a perder esos días con sus detalles insoportables... nunca
sabe dónde quedaron las llaves, siempre se le pasa el pago de los
recibos, se despista y, en lugar de poner champú en el baño, pone un
bote muy parecido, claro, ¡pero con un limpiador que contiene amonia!,
un día por poco me quedo pelón. ¡Yaaaaa no soporto más!
Calma, calma, lamentablemente (al fin y al cabo ya se fueron las
nubes vaporosas) esos detalles insoportables estaban incluidos en el
contrato, no hay más remedio que resignarse, cargar la cruz o hacer lo que expresaba aquella señora cuando cumplió 50 años de matrimonio.
La señora llegó junto con su consorte y demás familiares a la
iglesia llena de flores. Sus nietos les rodeaban y al salir de la
ceremonia todo en aquel lugar era felicitaciones. Entonces alguien
-nunca falta un bromista- le comentó:
-¡Qué aguante! ¿En todos estos años nunca le dieron ganas de pedirle a su marido el divorcio?
-¡Nunca! -contestó rápido la honorable dama-, ni por la mente me ha
pasado, pues no va con mis principios, pero ganas de matarlo, esas las
he tenido todos los días.
Lo que demuestra la respuesta de esta señora es que, la fidelidad
es posible hoy en los matrimonios, aunque deban superar mil detalles
chocantes y a pesar de lo que se observa en el ambiente.
Fidelidad, no es sólamente vivir junto a alguien, con los pies en
la casa y la mente en otra parte. La fidelidad implica ahogar los
detalles negativos con una abundancia de cosas buenas que llenan la
vida de dulzura y la hacen más que soportable.
No puede haber fidelidad total en un amor a medias, en una situación donde continuamente alguien se pregunta: ¿por qué me casé con él/ella?
No vaya usted a decir como aquel señor que traía su anillo de bodas
en el dedo índice de la mano derecha. Un amigo curioso le preguntó: ¿Por qué traes el anillo en el dedo equivocado? Este señor contestó algo serio: Porque me equivoqué de esposa. Continuó hablando el curioso, pues conocía a la señora y no le parecía que fuera para tanto el problema: ¿Y por qué dices que te equivocaste? el otro respondió: Porque estrangula la pasta de dientes en el baño.
Es cierto, muchas veces basta una excusa tonta para destruir un
matrimonio si ese detalle no se atiende a tiempo, con el verdadero
deseo de sobrellevarlo para que ayude al cónyuge a mejorar poco a poco,
con cariño y paciencia.
La fidelidad se logra cuando los esposos -o por lo menos uno de los
dos- están preparados para darse al amor y entregarse sin condiciones,
sin fijar ni establecer medidas.
La fidelidad es para los que al casarse no pensaron en disfrutar de
una vida regalada, sino que se casaron para regalar la vida.
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