-Y usted, señor cura, que tanto habla de Dios..., ¿me podría decir dónde se encuentra ese señor, que yo nunca le he visto, ni me he encontrado con él?.
Así de un modo directo y con cierto aire burlón, me interpelaba un vecino mío que alardeaba de ateismo barato, y se jactaba de no pisar la iglesia.
-Amigo mío, le repliqué, ¿me podrías decir tú dónde no se encuentra Dios?. Si tú no te has encontrado con él, quizás es que no le has buscado con rectitud y perseverancia,. Cualquier día, ese señor, que es tu padre, se hará el encontradizo contigo y cuando menos te lo esperes.
Da pena constatar la ceguera con que tantas personas pasan por la vida sin descubrir el rastro ni menos aún, el rostro de Dios. Para infinidad de creyentes, Dios se les manifiesta cada día a la vuelta de cualquier esquina y en multitud de ocasiones gratas o desagradables. No es que sean más listos o inteligentes que los demás. Sólo es que les ilumina la luz de la fe.
Los verdaderos creyentes- no sólo los santos- ven a Dios en todo lo que les rodea. Desde una simple flor del campo, un insecto, un pájaro, un niño, el cielo estrellado, el mar, una puesta de sol, el cariño de los suyos etc. No sólo en la iglesia, sino en los acontecimientos de la vida el cristiano se encuentra con Dios y sabe dialogar espontáneamente con él.
No sé de otro remedio para el ateo, el agnóstico, que la oración confiada del ciego del Evangelio: “¡ Señor que vea¡”, repetido con convicción y perseverancia. Pronto verá a Dios.