Hoy, tras una larga espera, tengo que escribir esta nota que quisiera no estar escribiendo. Nuestro Santo Padre, nuestro querido Juan Pablo segundo, nuestro Papa amigo, el primero que ha visitado México, ha muerto hace unas pocas horas. De alguna manera, esperaba que éste fuera sólo una falsa alarma más; que otra vez nos sorprendiera a todos regresando tomar con fuerza el timón de al Iglesia que no abandonó hasta el último momento. Hoy, al terminar la octava de la Pascua, en la fiesta del Señor de la Misericordia, nuestro Papa nos ha dejado. Desde que murió, no he podido dejar de pensar en aquella hermosa oración que antes se rezaba en todas las iglesias de México y aún escuchamos de vez en cuando: "Oh Jesús, pastor eterno de las almas, dígnate mirar con ojos misericordia a esta porción de tu grey amada. Señor, gemimos en la orfandad…”
Hoy, en cierta manera, hemos quedado huérfanos. Y, como huérfanos, nos sentimos solos, nos sentimos tristes, nos sentimos abandonados y no tenemos otra opción que voltear los ojos al cielo y pedir: "Danos un Papa santo" Sí, Padre del cielo, nos regalaste un Papa santo y ahora que pedimos que su sucesor sea, por tu misericordia, tan santo como nuestro Santo Padre Juan Pablo segundo. Y no porque nos lo merezcamos, sino porque lo necesitamos. Porque somos un pueblo duro, un pueblo difícil, porque necesitamos un pastor santo y fuerte, que nos guíe, que nos acompañe, que nos dé consuelo y que nos exija amar.
Hoy, Señor, te queremos pedir, no sólo por él sino, sobre todo, por nosotros. Él, estamos seguros, ya goza de tu gloria; somos nosotros los que nos quedamos débiles y huérfanos. Ten piedad de nosotros, recuerda tu cariño por los huérfanos y las viudas y no nos dejes en el desamparo. Dale al nuevo sucesor de Pedro, que tu Espíritu Santo nombrará en estos días próximos, todas las gracias necesarias para que guíe a este tu pueblo, tan débil, tan difícil, tan complicado, tan pecador, pero que tanto te ama.
En este momento, estoy seguro, estás recibiendo a nuestro Santo Padre en el cielo; seguramente estás diciendo "Ven, siervo bueno y fiel, a la morada que te he preparado…." Y él, con esa sonrisa de niño que cautivó nuestros corazones, lo verá todo, se maravillara de todo, te agradecerá tantas bondades, tantas atenciones y delicadezas que tuviste con él, y se asombrará, en su humildad, de que tú puedas estarlo premiando. Seguramente estará pensando: "Sólo soy un siervo inútil, sólo hice lo que tenía que hacer…" Y, con toda certeza, también se maravillara al saber que su Iglesia le pueda estar tan agradecida.
Y verá a Emilia, su mamá, y ella le dirá lo orgullosa que está de él, y verá a María, nuestra Madre, y ella le dirá que también lo quiere mucho. San Pedro saldrá a su encuentro y lo llevará a conocer a san Gregorio Magno, a san Pío quinto y a san Pío décimo y a otros papas santos. Santo Tomás de Aquino lo buscará, junto con San Alberto Magno y lo llevarán a que conozca a los grandes sabios que tienen su morada en el cielo. Y verá a sus compañeros de escuela y le dirán Lolek, como cuando era joven. Y su felicidad no tendrá fin, porque verá a Dios cara a cara, porque ya está para siempre en el hogar para el que Dios nos creó.
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Publicado en El Observador de la Realidad. Querétaro, Qro. 10 de Abril de 2005