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Una píldora venenosa

He leído cómo Napoleón llevaba colgada al cuello una píldora para suicidarse (una mezcla de veneno y opio). El 12 de abril de 1817, en un momento de depresión, la tomó. Sobrevivió entre vómitos y espasmos, pero su esperanza ya agonizaba por entonces, era su prematuro Waterloo. ¿Qué le abocó al intento de suicidio? No podemos meternos en el interior de quien ha perdido la ilusión y vive ahogado en el estanque del pesimismo: a veces es debido a enfermedades mentales, y otras muchas a lanzarse en la búsqueda de la felicidad por vías equivocadas: dinero, fama o placeres y vida cómoda... Pero hay algo en nuestro interior que nunca llega a saciarse, eso que está por encima de búsqueda de bienes materiales y que alguno ha denominado el “instinto de superación espiritual”. Pienso que sí, que necesitamos luchar por mejorar y darnos a los demás. Sin vida de comunión, la existencia es negra y desnuda, la esperanza se pierde, la vida se vuelve esclerótica y se pierde la alegría de vivir, pasamos a ser un "cadáver viviente".

Una canción de Luz Casal habla del paso del tiempo como del “veneno sobre mi piel”, pero sigue la canción hablando de esta necesidad: “yo quisiera volver a encontrar la pureza, nostalgia de tanta inocencia, que tan poco tiempo duró...” En un comentario anónimo a esa “píldora venenosa colgante” de Napoleón, decía: “En mi cuello cuelga un crucifijo. Para mí es el símbolo del Amor y de la Vida. Y lo llevo porque sé que el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad -aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido, si espera y confía. Con mi ‘amuleto’ no temo ningún Waterloo. La victoria de la vida está ya ganada”. Este paralelismo me pareció genial, pues es como un secreto para encontrar ese sentido a todo, aún al dolor.

Juan Pablo II nos dice que no basta denunciar los efectos letales de la cultura de la muerte. “Hace falta más bien regenerar continuamente el tejido interior de la cultura contemporánea, entendida como mentalidad vivida, como conjunto de convicciones y comportamientos, como estructuras sociales que la mantienen». Hay que profundizar en la tristeza vital y sus causas, y no sólo en las opciones del individuo sino también las decisiones legislativas, políticas y de la investigación científica, pues a veces parece progresista lo que va contra el hombre y su dignidad.

Por ejemplo, se publicó el dato de que más de un 90% del gasto sanitario de Seguridad Social en cada persona se realiza en el último año de su vida, de manera que los gastos que el Estado realiza en bien de una persona son bien pocos si quitamos este último año, y el ahorro que supone una muerte prematura es mucho. En Estados Unidos hay algunos tipos de “testamento vital” que indican que no se quiere seguir viviendo si el tratamiento cuesta más de una cierta cantidad de dinero. Pienso que aunque esto viene bastante bien a la caja pública, que cotiza del individuo mientras está bien pero no gasta demasiado en su etapa final, siempre es inhumano. No hay que dejar nunca de poner los medios ordinarios de dar hidratación a una persona enferma, y alimentarla para que no muera.

Pienso que se está poniendo de moda una mentira y es la de que es bueno morir antes que sufrir. Cuanto más se repite una mentira, esta va pasando a ser considerada como algo verdadero, por la fuerza de los que la repiten, y cuanto más absurda, más es creída. Quizá no tiene mucha duración la moda de una mentira que se presenta como verdad, pero en el caso de los que han muerto ya no hay marcha atrás. Sería bueno que sin perder el tiempo en disputas inútiles se estableciera en distintos frentes públicos un diálogo esclarecedor, donde se pueda hablar y escuchar con enriquecimiento de las dos partes sin dejarse llevar por estereotipos y eslóganes hechos a la moda, es decir difundir una cultura de la vida «que mire al progreso integral del hombre».

Quien tiene fe encuentra un sentido final a la vida y no tiene miedo a la muerte, sabe –decía hace poco Juan Pablo II - que «la vida vencerá: para nosotros ésta es una esperanza segura. Sí, vencerá la vida, porque la verdad, el bien, la alegría y el verdadero progreso están de parte de la vida. Dios, que ama la vida y la da con generosidad, está de parte de la vida». Cristo es «la Resurrección y la Vida». El que «ha dado su vida para vencer nuestra muerte y para asociar al hombre a su resurrección».

La «cultura de la vida» tiene como tres valores fundamentales, sin los cuales «no se puede tener una sociedad sana ni garantía de paz y justicia»: la defensa de la vida desde su concepción hasta la muerte, la promoción de la familia y la tutela del ambiente.