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Un milagro, otra forma de ser mamá

Hoy hablaremos de milagros. Pero yo no voy a teclear; lo hará Pili, una de nuestras lectoras. Y es que ella sabe bien que los milagros existen,
que se dan; aunque no siempre sucedan del modo deslumbrante e inesperado con que los imaginamos.

«Más o menos un año después de mi matrimonio, empecé a preocuparme porque no quedaba embarazada. ¡Fue un periodo difícil! Pasé por varios médicos; hice muchos exámenes. Pero todos decían lo mismo: fertilización in vitro.

Nosotros estábamos en desacuerdo con los métodos de reproducción artificiales que nos proponían, pues podían implicar abortos y otras complicaciones. Y pensábamos que queríamos hacer la voluntad de Dios y no la nuestra. Si Él nos quería dar hijos, ya se las ingeniaría.
Mientras tanto, me deprimía cuando veía a una mujer embarazada: “¿Porqué yo no?”, me decía. Además, me hundía cuando alguna mujer comentaba que no quería tener hijos; y peor aún era escuchar que alguien había abortado. Tantas personas como nosotros deseando un bebé, ¡y ellos matando niños! Nunca pensé que yo iba a pasar por esto.
 

Mi suegra me insistía mucho en que adoptáramos un niño. Pero tenía temor, pues era algo desconocido que no sabía cómo manejar. Por ello seguía pidiéndole un milagro a la Santísima Virgen y a los santos. E incluso le ofrecí a nuestro Señor que si nos daba un hijo, lucharíamos por que siguiera su camino; y que si Él nos lo pedía para servirle como sacerdote, se lo daríamos de corazón aunque nos costara mucho. Pero Él tiene sus caminos y hace las cosas en el momento perfecto.

Pasaron casi ocho años en que tuvimos que emplear mucho tiempo para cuidar de mi suegra y mi madre en sus largas enfermedades. Dedicación que, de haber tenido hijos, no podríamos haberles ofrecido. Pero luego que murieron llegó la respuesta del cielo. En una inesperada llamada telefónica me preguntaban: “¿Usted está interesada en adoptar a un bebé recién nacido?” “¿Yo…? Sí, yo, ¿por qué no? ¿Por qué no adoptar?” Así que visité el hogar y al momento que vi a la criatura, supe que sería mi hijo. No puedo explicar cómo, pero tenía esa certeza dentro de mí. ¡Al fin, un hijo llegó del cielo! Fue una locura, pero también uno de los momentos más felices de mi vida y la de mi esposo.

Un año más tarde, nuevamente de improviso, recibí otra llamada telefónica: “¿Quieres un hermanito para tu bebé? Nace en un mes y medio”. Y luego otra: “¡Ya eres mamá!”.
El bebé nació prematuro. Tuvimos que dejarlo algunos días en incubadora hasta que lo pudimos traer a casa. Nadie se lo esperaba. Nos reíamos de imaginarnos a mi mamá y a mi suegra, prendidas del manto de Jesús, pidiendo otro bebé. Fue nuevamente una locura, pero llena de una felicidad indescriptible.

No podemos imaginar quererlos más, y sin embargo, cada día que pasa los amamos con mayor fuerza. Llegar a casa y ver una sonrisa dibujada en sus caritas, nos hace olvidarnos de cualquier problema, cualquier dificultad. No hay palabras con las que podamos agradecer a Dios por esas dos bendiciones.»