Tiempo para Dios
La mayor parte de las personas tienen, misteriosamente, el deseo de llegar a la intimidad con Dios; y esto es posible; darle un tiempo a Dios. Cada persona tiene su manera propia de orar, sin embargo, en la oración no cuenta tanto lo que hacemos sino lo que Dios hace. No podemos ponernos delante del sol sin broncearnos, ni ponernos delante del fuego sin calentarnos, y sin embargo Dios, durante ese tiempo, en secreto, realiza sus obras en nuestra alma. Todos los frutos que hay de la oración no son consecuencia de nuestros pensamientos, tienen su fuente en Dios. ¡Solo en el Cielo conoceremos los resultados de nuestra oración!
Dice el profeta Jeremías: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3).
Lo primero sería fijar unos minutos diarios dedicados en exclusiva al Señor; a Él le gusta que le dediquemos tiempo. Luego, hay que partir de que somos amados por Dios, y dejarnos amar como somos. ¿Temas para hablar con Dios? Hay que hablar de Él, de ti, penas y alegrías, planes y preocupaciones. Cuando decimos: “Señor, te amo”, ya lo dijimos todo.
El hombre está hecho para hacer oración, para la alianza. Dios espera esa confidencia nuestra. Si no vamos al paso de Dios es por falta de oración. La realidad es como la vemos en la oración. Hay que ser decididamente sobrenaturales. Vamos a apostarle a la oración. La dignidad de nuestra vocación se nos descubre en la oración.
Juan Arintero, dominico español, llegó a decir que el mejor método para hacer oración es no tener ninguno. Señalaba que el guía por antonomasia era el Espíritu Santo cuyas inspiraciones no pueden ser sometidas a la estructura de un método. A su juicio, el peligro está en tener miedo al Espíritu que sopla donde quiere y, a veces, en direcciones que pueden parecer humanamente desconcertantes (Renace la mística, p. 150 y ss). Arintero repite a menudo que los miembros más activos de la Iglesia son los contemplativos.
México tiene el 1er lugar de adoradores nocturnos. Cuenta con 4 millones. La súplica a Dios agranda el corazón y nos dispone a recibir más gracias. El activismo desmedido impide la vida intensa dentro de nosotros. Si se me mueve el piso por algo es que me he alejado de Dios. Si hay deseos de agradar a Dios, habrá oración, pero mientras no digamos “hágase tu Voluntad”, no hacemos oración.
¿Por qué debo de alzar mi mente a Dios? Porque si no rezo, no se disciernen los espíritus, no entiendo a las almas, ni sé lo que quiere Dios de mí. Si rezo sé lo que es mejor para mí. Hemos de rezar para que se nos ocurran cosas, para tener iniciativas en nuestra vida interior. Dice Benedicto XVI, que el Espíritu Santo nos puede hacer ingeniosos en la caridad (cfr. Mensaje XXII Jornada Mundial de la Juventud, 2007). Juan Pablo II decía que si no hay ideas hay poca oración.