Tercer milenio: Un punto de partida
Ya dejaremos de oír hablar de cambio de milenio, pues hemos cruzado el umbral del 1 de enero del 2001, después del nacimiento de Jesucristo. ¿Final de una época? ¿Un punto de partida? Quizá ha habido tanta discusión sobre cuándo comenzaba el siglo y el milenio que entre las dos posibilidades muchos no han disfrutado de este acontecimiento.
En este siglo pasado hemos visto los desastres de las guerras mundiales y los regímenes ateos y anti-humanos con cientos de millones de muertos (algunos barajan las cifras de 10 millones en la primera guerra mundial, 50 millones en la segunda, 70 millones las víctimas del comunismo ruso, 6 millones de víctimas judías del nazismo...), y la posibilidad que hemos vivido de la aniquilación total por la guerra atómica. Al comenzar un nuevo siglo, podemos preguntarnos: ¿han desaparecido estos peligros de aniquilación? ¿Qué hemos de esperar, después de un siglo XX lleno de “cultura de la muerte”? Un acoso a las personas que sigue destrozando vidas en estos días precisamente en la Tierra Santa (en Belén, la ciudad donde nació Jesús para darnos un camino digno para vivir, ahí se está atacando la vida) como también en otros lugares del mundo como Indonesia. Por no decir los “desechos humanos”, vidas no invitadas a llegar al mundo o “apresuradas” a dejarlo...
Las Navidades del 2000 celebramos el culmen del Jubileo del bimilenario de la primera Navidad, en que nació Jesús de Nazaret. Todo el mundo ha adoptado esta manera de contar los años a partir de esa fecha. Hemos tenido una preparación larga, de 6 años, en todo el orbe cristiano. El día de Reyes ha terminado este año jubilar “puente”, paso entre lo viejo y lo nuevo (no se ha puesto un día de celebración, sino que ha sido un año el tiempo de festejarlo).
En la Capilla Sixtina vaticana Miguel Angel representó el momento de la creación del hombre a través del dedo de Dios y de Adán a punto de tocarse. Este dedo de Dios no cesa de guiar la historia e infundir la esperanza. Esa mano alargada que se ofrece a Adán y le da vida no se ha acortado. A “aquel instante del misterio insondable, en que la vida humana comienza sobre la tierra” se refirió Juan Pablo II en aquella Nochebuena, y el rostro eterno de Dios “que brilla en el rostro de un Niño” sigue presente hoy, infundiendo esperanza en el mundo, en medio de los desastres: “Niños maltratados, humillados y abandonados, mujeres violentadas y explotadas, jóvenes, adultos, ancianos marginados, interminables comitivas de exiliados y prófugos, violencia y guerrilla en tantos rincones del planeta”. Precisamente mientras el Papa decía estas palabras, 14 personas fueron asesinadas y otras 47 heridas en atentados en iglesias de Indonesia durante las celebraciones de la noche de Navidad.
Podríamos seguir con los males en el mundo, y en la prensa vemos que no faltan visiones apocalípticas: en un mundo así, ¿habrá futuro? La respuesta está en la sencillez del nacimiento de Jesús: “por más densas que parezcan las tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del triunfo de la Luz surgida en la Noche Santa de Belén”, añadió Juan Pablo II.
Pienso que en esta perspectiva son válidas las palabras de la canción de Gloria Estefan: “como después de la noche / brilla una nueva mañana / así también en tu llanto / hay una luz de esperanza. / Como después de la lluvia / llega de nuevo la calma / el año nuevo te espera / con alegrías en el alma. / Y vamos abriendo puertas / y vamos cerrando heridas / porque en el año que llega / vamos a vivir la vida... / pasito a paso en la senda / vamos a hallar la salida. / Como después de la siembra / nace la fruta madura / así después de las penas / llega la buena fortuna. / Después de cada tropiezo / el corazón se levanta. / Después de cada lamento / hay una voz que te canta... / Como a través de la selva / se van abriendo camino, / así también en la vida / se va labrando el destino”.
“No te hagas ilusiones...” podría decir alguien. ¡Naturalmente que hay que hacerse ilusiones! Podemos decir que este comienzo este año nos presenta una oportunidad de ilusionarnos. El fracaso no existe, es experiencia para afrontar el futuro con ganas, y así no pactaremos con la mediocridad sino que creeremos llenos de esperanza que lo mejor está siempre por llegar.