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Ser mujer ¡Que maravilla!

Ser mujer ¡Que maravilla!

Claudia Salas


Carta del Papa Juan Pablo II a la Mujer

Últimamente se lee y se escucha mucho sobre la discriminación de la mujer,
sobre su derecho a ser igual que el hombre, tener las mismas
oportunidades, etc. Y esto es cierto: la mujer tiene derecho al mismo
respeto y a las mismas oportunidades porque poseen la misma dignidad de
seres humanos.

Pero de ahí a querer “hacerse” igual al hombre hay mucha diferencia.
“La mujer es el más maravilloso de todos los seres que existen”
.

Las mujeres se caracterizan por ciertas cualidades “subjetivas”.
Subjetivas no por poco reales sino por dirigirse al sujeto, a la persona
como fin y como referencia. El hombre en cambio se caracteriza por una
conciencia más objetiva, más fría de las cosas; para ellos son más
importantes los logros materiales, las ganancias objetivas, los pasos
dados; la mujer se interesa más por las personas, por sus sentimientos y
sus disposiciones frente a algo que ha de acometerse.

Ambas cosas son necesarias, sin ellos viviríamos en un mundo
desorganizado, dirigido por lo subjetivo y sin ellas en una sociedad
inhumana, donde sólo cuentan los logros materiales. Por supuesto que
existen mujeres muy organizadas y objetivas y hombres muy sensibles y
capaces de comprender y atender esas necesidades interiores de los demás.
Pero si no existiera la mujer , el mundo sería más duro, más frío y menos
hermoso.

Hay que admirar en los hombres: el ser capaces de mantener cada aspecto de
la vida en su lugar, por separado, y no permitir que se mezclen las
situaciones y vivencias. Eso les facilita sacar adelante lo que tienen
entre manos aunque otros aspectos de su vida estén bajo presión. Buena
parte de las mujeres, juntan todo. Lo mezclan todo, no logran dejar fuera
del trabajo la discusión con la hermana; ni estar tranquila con los amigos
cuando los negocios funcionan mal.

La mujer es siempre una. Aunque eso a veces causa problemas; es un don
valiosísimo: poder contemplar siempre las cosas en su integridad, incluido
el ser humano, y ser capaces de considerar todos los elementos en juego.
Así no se pierde de vista el conjunto y al mismo tiempo se consideran
todos los detalles.

Otra cualidad que podemos considerar es la fortaleza. Si hablamos
de fuerza física, los hombres se llevan el trofeo, pero si hablamos de
fortaleza interior, la situación es menos clara y con frecuencia son las
mujeres las vencedoras. Nadie puede negar que una mujer reacciona mejor
ante las dificultades, que su fortaleza interior la lleva a salir adelante
y sacar adelante a los suyos mejor que el hombre. Encontramos un ejemplo
en aquellas mujeres que ante una dificultad familiar, social o económica
extraen de su interior una gran fortaleza y, sin que nadie lo imagine,
sacan a sus hijos adelante en condiciones extremadamente difíciles.

En las mujeres los sentimientos y emociones tienden a involucrarse
en todos los aspectos de la vida; pero en determinadas situaciones se
pueden dejar en un segundo plano para concentrarse en aquello que
realmente nos importa. Por el contrario, a los varones les es más difícil
superar ciertas distracciones cuando intentan llevar a cabo una tarea,
necesitan un ambiente que les garantice el poder concentrarse en lo que
desean. En un reportaje sobre accidentes automovilísticos, afirmaban que
la mujer es más hábil a la hora de conducir con un grupo de niños
bulliciosos y activos dentro del coche. Ella puede mantenerse tranquila
mientras que los hombres tienden a desesperarse porque no poseen el
silencio y la tranquilidad necesarios.

Y... lo más importante para una mujer: pueden ser madres. Y ¿qué?, los
hombres pueden ser padres. No es lo mismo. Nunca será lo mismo. La unión,
la comunicación que se produce entre la madre y el bebé desde antes de su
nacimiento, sentir que va creciendo, que comienza a moverse, que se
alimenta a través de ella, que depende de la madre, es un tesoro y una
fuente de realización y felicidad increíbles. Un hombre nunca llegará a
compartir lo que una madre comparte con su hijo por muy buen padre que sea
y por muy cercano a sus hijos que esté.

Si esto fuera lo único que los distinguiera, si no tuviese ninguna otra
cualidad, bastaría esto para que ser mujer valiera la pena. Y si se junta
con todo lo demás. ¡Díganme qué más se puede pedir!

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser
humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la
cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace
guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia
en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino
al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio
de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo
familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu
sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los
ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política,
mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una
cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la
vida siempre abierta al sentido del misterio , a la edificación de
estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de
las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y
fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a
vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente
la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la
intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y
contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
Juan Pablo II, Carta a la Mujer