Como
no era la esposa perfecta, su marido planeó el crimen perfecto... Un
hombre carga su pistola... Una mujer descubre su hombro aporreado y
lloriquea... El hombre gruñe: Quiero ver muerta a mi mujer, y destroza el cuadro con su fotografía...
Es: La Muerte Antes del Alba.
¡Qué enganchadores son estos anuncios de películas! ¡Un premio a
sus productores! Tienen genio e ingenio, chispa, novedad y gracia.
Ellos logran lo que ninguno.
¿A quién no le encandila ver sangre, cuchillos, pistolas y
moretazos? Aunque algunos lo condenen, la verdad es que todos, o casi
todos, encuentran en ello un no sé qué que agrada.
Desde 1960, Leonard Eron, psicólogo de la Universidad de Michigan,
realiza un estudio con 875 niños de tercero de primaria y afirma que grandes dosis de violencia en la televisión hacen actuar a los niños agresivamente y considerar este mundo terrorífico.
Los niños absorben toda escena y la graban en su mente. Por
ejemplo, los niños normales de México ven 17 horas de televisión a la
semana. Basta que sólo 4 de ellas sean violentas para haber visto 87
mil 600 minutos de salvajismo al año.
La sangre en pantalla no mana de un golpe, salpica. Penetra en el alma mansamente como la lluvia.
¿Por qué no se dosifica los programas brutales para salpicar de
sangre sólo de vez en cuando? ¿Por qué no se elige o se busca otros
programas más felices, graciosos o más humanos?
La televisión es hoy una escuela de valores o de antivalores. ¿Por
qué no seleccionar lo mejor de ella para los hijos, así como se les
procura la mejor escuela?
Seguramente de esta manera se educará a los hombres en la paz, en
la convivencia fraterna y en el respeto mutuo, y no en el terror, en el
barbarismo y en la lucha egoísta.
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