Dos males aquejan, corroen y minan letalmente la estructura intelectual y religiosa de las personas en general, tanto creyentes como agnósticos. Son el relativismo en el razonar y la incoherencia en el obrar.
Los afectados por el virus del relativismo -una epidemia muy extendida-afirman y creen que no hay verdades absolutas. Nada es verdad ni mentira.
Todo es del color del cristal con que se mira.
La verdad ha dado paso a la opinión. Es bueno o verdadero lo que la mayoría piensa, vota o admite. Nadie está en posesión de la verdad. Es verdadero o es bueno lo que a cada uno le parece. De aquí el marasmo de opiniones y comportamientos que se ven y se admiten como naturales.
La razón es sencilla: Si todo vale, todo es opinable y todo es bueno.
Sobran los dogmas y sobra la moral. Fuera la Religión, fuera la Iglesia, fuera Dios. Nadie me tiene que mandar y menos imponer nada. Me basta mi conciencia. El virus de la incoherencia ha afectado a la generalidad de las personas, sin excluir a los más creyentes y practicantes. Creen pero no practican.
Admiran a Cristo pero no le siguen. Conocen casi todo, pero no lo viven.
Predican pero no dan trigo. Se llaman católicos pero desoyen al Papa.
Piensan SÍ, pero hacen NO.
Mientras no nos vacunemos contra estos virus, los estragos en las personas, las familias, la sociedad, la Iglesia y en el mundo serán incontables.