Pasar al contenido principal

Reflexión y autenticidad: Dos expresiones de amor

Se
ha escrito que "los padres son culpados por los fracasos en la
educación, pero no son entrenados", creo que esta acusación es verdad.
Son los mismos padres a quienes se acusaba de prepararse para todo,
menos para las dos funciones más importantes en su vida: casarse y
tener familia.

Ahora cabe la pregunta: ¿Qué hacen los padres para entrenarse? De
nada sirve maldecir la oscuridad. Es necesario encender una lámpara, la
que sea, incluso, aunque fuera sólo un cerillo.

La primera tarea es la reflexión. No basta tener un hijo para
convertirse automáticamente en educador consumado. No basta estar
físicamente presente a este hijo. Es la base pero es insuficiente.

Son necesarios padres conscientes, que reflexionen y piensen. Esta
reflexión se impone por varios motivos: el primero es por ser la
educación una tarea esencialmente preventiva, prospectiva. ¿Cuántos
padres tienen un plan para la educación de sus hijos? ¿Cuántos padres
tienen pensado cómo será la siguiente etapa de su hijo, qué cambios va
a haber y qué nueva política se necesitará en la educación? ¿No es
verdad que se deja mucho para el momento?

Entonces, si el hijo sale sin problemas, pues qué bueno; pero si
surgen imprevistos, a muchos padres les sorprende desprevenidos. De ahí
comienzan los sobresaltos, los remedios al vapor, tal vez las medidas
drásticas y precipitadas, las emergencias, etc.

Hay que pensar por anticipado. Los dos padres ya lo deben tener
bien platicado y tienen que trazar ya las líneas generales de la
estrategia. Los hijos pasan delante de ustedes sólo una vez.

Los padres, centinelas natos

Hay otro motivo de urgencia, los padres son los guardianes más
importantes de la educación de los hijos. La escuela o las demás
instituciones a las que se manda a los niños no pueden estar al tanto
como los padres.

Las instituciones tienen la ventaja y la desventaja de ser
instituciones, es decir, organizaciones físicas, permanentes, pero por
lo mismo, lentas en evolucionar, lentas en reaccionar. Los padres, al
contrario, son centinelas natos: ellos son los que deben percatarse de
cualquier movimiento raro en el horizonte, ellos son los que deben
tomar medidas mientras "el enemigo" está lejos; no esperar a tenerlo ya
en casa.

El niño, un ser en constante transformación

Otro motivo por el que es necesaria la reflexión es la realidad
misma del niño. Es un ser en constante transformación y no hay marcha
atrás (a diferencia de otros procesos de producción). Por tanto, el
mejor servicio que le podemos prestar a un hijo es vigilar esta
transformación y esto no se da sin una reflexión seria y contante.

Esto puede exigir a los padres un poco de estudio. No se trata de
ser expertos psicólogos. Pero sí deben conocer con exactitud las fases
de desarrollo y las características más normales de cada fase.

¡Cuantos padres no sabrían enumerar en forma sencilla las
características, el caudal de información que nos proporciona hoy la
psicología educativa!

Es un mal educador aquel que no aprovecha los instrumentos que
tiene a su favor. Será por flojera o por presunción: “¿A mí me van a
enseñar?”, será por falta de tiempo (explicación, pero no excusa,
porque hay que darle tiempo a las prioridades) o por lo que usted
quiera, pero el que sufrirá será el hijo.

Tal vez alguien diga: "Soy un buen padre" o "soy una buena madre."
Pero tal vez se puede ser mejor. A veces se puede mejorar algo en la
educación de los hijos, algo en sí muy pequeño pero que tal vez se
repita muchas veces al día, muchas veces al año y se puede convertir en
un importante elemento de educación, por efecto de esta suma.

Por ejemplo, una mamá que se da cuenta del efecto nocivo de sus
gritos en el niño, tal vez eliminará un grito al día; son 365 días al
año y multiplicado esto por varios años nos daremos cuenta del bien que
se habrá hecho al niño.

Tendemos a ser víctimas de la rutina, hay que ser inventivos, si se
puede dar a los hijos este regalo de la reflexión, hay que dárselo.

La autenticidad ejemplar en los padres

Además de la reflexión, hay otra faceta en la educación que no
conviene olvidar. Es la autenticidad personal de los padres. Educar de
verdad es un reto personal. Educar de verdad no es jugar un rol, una
pieza teatral. Hay una transmisión inevitable de la realidad personal
de los padres, debido a la convivencia con los hijos: aquí no cabe el
engaño.

A veces se ve mucha incoherencia aquí: se ve padres que se
preocupan por mandar a sus hijos a escuelas donde se eduquen bien en
virtudes y valores, e incluso están dispuestos a pagar colegiaturas
exigentes, sin embargo, ellos no practican estos mismos valores.

Esto es sabotear toda la labor educativa. Hay que tratar de vivir
lo que se trata de enseñar, si se es honesto con uno mismo. Ciertamente
nadie será perfecto, o la exacta encarnación de lo que uno enseña. Los
hijos deben ver en sus padres la intención sincera por practicar lo que
predican. Y esto es lo hermoso de la educación.

Se ha dicho que tenemos dos juventudes: una que fue la nuestra y
otra la de nuestros hijos. Hay que crecer con ellos. Hay que
comprometernos con todo aquello que les enseñamos.

El mejor patrimonio que unos padres pueden dejar a sus hijos es su
cuadro de valores. Todo lo demás es secundario y se puede perder. Pero
si tienen sus valores bien cimentados, tendrán dentro de ellos mismos
la fuente de la felicidad.

Ahora bien, estos valores se transmiten por vivencia, por
transparencia personal de los padres. Esta autenticidad de los padres
también necesita reflexión, autocrítica y sinceridad. Pero ese
"sacrificio" se lo debemos a los hijos. Esos hijos que pueden crecer de
repente, en un abrir y cerrar de ojos. Que no tengamos que
arrepentirnos por no darles lo mejor de nuestro amor, que es la
autenticidad de nuestro ser.