Existe una marcada tendencia en ciertos predicadores "progres" de la PALABRA, por hacer más grato, llevadero y asequible el evangelio de Jesús al hombre de hoy día. Hoy la gente busca una religión a la carta. Una Iglesia a su medida. No acepta imposiciones de ningún tipo. Rechaza todo lo que contraríe sus apetencias o impulsos naturales. Resulta obsoleto eso de "condenación eterna", de "maldición o reprobación divinas". No desea otra norma o mandamiento que su capricho o voluntad. Seguirá sólo lo que le gusta o apetece. Nadie que le dicte lo que es bueno o malo. Por eso se busca quien regale sus oídos con lo que se quiere oir. Nada de compromisos, de exigencias, de renuncias, de cruz, de hacerse violencia, de negación personal etc... Quieren un evangelio edulcorado, un Jesús complaciente y sumamente amoroso y comprensivo con toda clase de comportamientos de las personas etc.
Y lo más triste y lamentable de todo, es que, por desgracia, se encuentran hoy, dentro de la misma comunidad eclesial, pastores que, por congraciarse con su parroquia, auditorio o fieles, tergiversan el mismo Evangelio, predican medias verdades, silencian lo que desagrada o presentan un Jesús mutilado.
Mal camino y peor pastoral es obrar de este modo, pensando que "no hay que asustar a la gente" por ejemplo con las postrimerías, las verdades eternas o los diez mandamientos. El pretender reducir el evangelio a un puro humanitarismo, a un inmanentismo gratificante y consolador, o una moral de consenso o del todo vale, es, a mi corto entender, hacer rebajas de evangelio, cosa que nunca se ha visto en la Iglesia católica.