En 1605 se publicó la primera parte de El Quijote de la Mancha, por eso en 2005 se cumplen 400 años de su edición.
A lo largo de las tres salidas, el Quijote recorre la Mancha y parte de Aragón y Cataluña. “La modernidad del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal cambiar el mundo para mejorar, aun cuando, tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión. Pero también es una novela de actualidad, porque Cervantes, para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna. Aunque no lo sepan, los novelistas contemporáneos que juegan con la forma, distorsionan el tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes” (Vargas Llosa).
Como ocurre con las obras maestras, el Quijote nunca se agota porque ella evoluciona con el paso del tiempo y se recrea a sí misma en función de las estéticas y los valores de cada cultura, pues sus tesoros nunca se extinguen.
EL NARRADOR
Tal vez el aspecto más innovador de la forma narrativa en el Quijote sea la forma como Cervantes encaró el problema del narrador. ¿Quién va a contar la historia? La respuesta que Cervantes dio a esta pregunta inauguró una sutileza y complejidad en el género que todavía sigue enriqueciendo a los novelistas modernos.
¿Quién cuenta la historia de don Quijote y Sancho Panza? Dos narradores: el misterioso Cide Hamete Benengali, a quien nunca leemos directamente, pues su manuscrito original está en árabe, y un narrador anónimo, que habla a veces en primera persona pero más frecuentemente desde la tercera de los narradores omniscientes, quien, supuestamente, traduce al español, adapta, edita y a veces comenta el manuscrito de aquél. Ésta es una estructura de caja china —comenta Vargas Llosa—: la historia que los lectores leemos está contenida dentro de otra, anterior y más amplia, que sólo podemos adivinar. La existencia de estos dos narradores introduce en la historia una ambigüedad y un elemento de incertidumbre sobre aquella “otra” historia, la de Cide Hamete Benengali, algo que impregna a las aventuras de don Quijote y Sancho de un sutil relativismo, que contribuye a darle autonomía y una personalidad original.
Pero estos dos narradores no son los únicos que cuentan en esta novela: muchos personajes los sustituyen refiriendo sus propios percances o los ajenos.
EL TIEMPO
Como el narrador, el tiempo es también un artificio, algo fabricado en función de las necesidades de la anécdota. Hay, de un lado, el tiempo en el que se mueven los personajes de la historia, y que abarca, más o menos, un poco más de medio año, pues los tres viajes del Quijote duran, el primero, tres días, el segundo un par de meses y el tercero unos cuatro meses. A este periodo hay que sumar dos intervalos entre viaje y viaje (el segundo, de un mes) que el Quijote pasa en su aldea, y los días finales hasta su muerte. En total, unos siete u ocho meses.
Ahora bien, en la novela ocurren episodios que, por su naturaleza, alargan considerablemente el tiempo narrativo, hacia el pasado y hacia el futuro. Muchos de los sucesos que conocemos a lo largo de la historia, han sucedido ya, antes de que empiece, y nos enteramos de ellos por testimonios de testigos o protagonistas, y a muchos de ellos los vemos concluir en lo que sería el “presente” de la novela.
Pero el hecho más notable y sorprendente del tiempo narrativo, dice Mario Vargas Llosa, es que muchos personajes de la Segunda parte de Don Quijote de la Mancha, como es el caso de los duques, han leído la Primera parte. Así nos enteramos de que existe otra realidad, otros tiempos, ajenos al novelesco, al de la ficción, en los que el Quijote y Sancho Panza existen como personajes de un libro, en lectores que están, algunos dentro, y otros, “fuera” de la historia, como es el caso de nosotros, los lectores de la actualidad. Esto tiene consecuencias trascendentales para la estructura novelesca.
Además, la perennidad del Quijote se debe a la elegancia de su estilo, en el que la lengua española alcanzó una de sus más altas cumbres.
(Martha Morales, tomado de un ensayo de Mario Vargas Llosa titulado “Una novela para el sigloXXI”).