Antes,
la educación de un adolescente dependía, fundamentalmente, de la
familia y de la escuela. Estos dos ambientes se convertían en los
arquitectos de la personalidad, de los gustos y de los principios del
joven. Podía haber mayor o menor libertad, pero tanto la escuela como
la familia estaban interesados en el bien del joven, no en sacar
provecho de él. Esto no se cumplía, sin embargo, en ciertos regímenes
políticos donde el estado buscaba adueñarse de la voluntad de los
adolescentes utilizándolos para sus fines propios (ej. de la educación
nazi o la educación en los países soviéticos).
Hoy nos encontramos con un nuevo factor muy influyente en la
educación de los adolescentes: los medios de comunicación, considerados
por muchos pedagogos como un verdadero factor de distorsión que,
ciertamente, no buscan el bien de los jóvenes, sino satisfacer
intereses comerciales. Los padres, en general, aman a sus hijos y por
eso tratan de darles lo mejor. Los medios de comunicación ni siquiera
los conocen, así que no esperemos que les darán lo óptimo.
El muchacho recibe modelos de comportamiento a través de los medios
de comunicación. Ve un promedio de seis películas a la semana o su
equivalente en otros programas y eso le crea, precisamente en el
momento de su vida en que es más sensible a la formación de valores,
una serie de criterios basados en los modelos de comportamiento que
asimila casi sin darse cuenta.
El joven sabe que el mundo del cine es recreación, es mentira, no
cuenta la realidad de lo que pasa, los sucesos que le muestran las
películas no han pasado ni pasarán jamás, pero de ver 100 películas, la
mente se llena de referencias y pautas de conducta que influyen
profundamente en el comportamiento del adolescente que aún no ha
desarrollado la capacidad de juicio para discernir las consecuencias e
implicaciones de los actos y modelos que se le presentan.
Un campo típico donde se aprecia claramente la influencia de este
factor educativo distorsionador es el de la educación sexual o
educación para el amor. La mayoría de los criterios de los adolescentes
en este campo están inspirados en las películas que ven, en las escenas
donde dos jóvenes que apenas se acaban de conocer se acuestan y son
felices y ese acto no tiene ninguna consecuencia importante ni
afectiva, ni social, ni psicológica.
En la mente de los adolescentes se queda el concepto del sexo como
un juego exento de responsabilidad. Y con esa "formación" cientos de
jóvenes afrontan el matrimonio. Nadie les explica qué es el amor, cómo
se vive una relación de pareja, etc. Se han formado un concepto erróneo
que guiará todas sus convicciones. Formamos una generación de jóvenes
que viven con un concepto idílico e irreal de la sexualidad y el amor
que no está apoyado en nada sólido.
Todo esto se suma a la gran incertidumbre que vive el adolescente y
no le ayuda en absoluto. Por eso, en este período, que es cuando más
parece que los hijos quieren separarse de los papás, es en realidad
cuando más nos necesitan. El problema es que ahora nos necesitan de
otra forma. Hasta este momento, casi toda nuestra preocupación por
ellos era física: cargar carriolas (cochecito de bebé), bicicletas,
subirlos en brazos, dormirlos, etc. Ahora toda nuestra tarea de padres
se reduce, prácticamente, a dos planos: mental y afectivo.
Mental para pensar qué le pasa, cómo puedo ayudarle, etc., y
afectivo para acompañarle discretamente dándole el cariño que necesita.
Seguramente no aceptará ya que se le bese en público o que se le dé un
abrazo, pero necesita saber que sus papás están cercanos y puede
recurrir a ellos con confianza sin sentirse defraudado por un rechazo.
Esto no es consentir y permitirle todo porque eso resulta
contraproducente para su educación, pero sí implica estar dispuesto a
escucharle.
Muchas veces nos puede parecer que los hijos sólo esperan que sus
padres cubran económicamente sus gastos, sus necesidades reales o no.
Esto es sólo apariencia. Cuando se llega a este punto es que algo no
funcionó bien y fuimos demasiado consentidores, débiles, guías pobres.
En el fondo nos hemos convertido en "padres bancarios" y dejamos la
tarea fundamental que es acompañar a nuestro hijo en sus cambios,
ayudarle serenamente en la búsqueda de sí mismo.
Nuestros hijos esperan de nosotros que seamos "padres educadores"
o, mejor dicho, "padres padres", con todo lo que esto implica de
cercanía, amor, preocupación por ellos, sabia y adecuada orientación.
|