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Pureza

Juan Pablo II dice: La pureza no es sólo abstenerse de la impureza, o sea, la templanza. No se trata simplemente de permanecer célibes, porque la virginidad no se limita al solo “no”, sino que contiene un profundo “sí” en el orden esponsal: el darse por amor de manera total e indivisa” La vocación al celibato es profundamente personal, irrepetible.  

Pero hay que cuidar el corazón, y observar ¿qué afectos entran en él?... Porque hoy día es necesario ser rebeldes y no querer ser como la masa que se mueve en un ambiente enrarecido, los que estamos convencidos de que la castidad es una virtud para vivirla, NO tenemos derecho a tener “los pies de barro”, es decir, debilidades en este campo.

San Pablo dice: No nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que os dio su Espíritu Santo (1 Tesalonicenses 4, 7-8).  

Un filósofo europeo, Tomás Melendo, dice: Facilitamos el amor cuando somos apacibles, cuando no resultamos hoscos, lejanos, por estar tan atentos a nuestro propio bienestar. Al no permitir que esa persona nos ame, impedimos que crezca como persona. Podemos mejorar en muchos aspectos, pero como personas sólo mejoramos cuando acrisolamos la categoría de nuestros amores. Así, tengo que descansar para poder sonreír y querer más a quienes tengo que querer. ¿Por qué tengo que querer a los demás? Porque son personas. Ser persona es ser principio y término de amor. Tengo que amar a mi familia, amigas y amigos, y a los que no conozco, incluso al que se ha degradado, al que es drogadicto.  

¿Cuál es el bien que he de desear para las personas a las que quiero? Debo procurarles todos los bienes, no sólo los materiales. Debo querer para ellos la honestidad, la rectitud, el optimismo, la existencia... Todos los bienes del ser amado se resumen en dos: que esa persona exista y que sea buena. Amar es desear que esa persona se desarrolle, sea mejor y alcance la plenitud a la que está llamada. Cuando se ama todo el universo resplandece, vemos una belleza que antes era desconocida: todo se transfigura. La gente suele decir que el amor es ciego. Lo ciego no es el amor, sino el odio.  

Lo que puede perder al ser humano es la soberbia de la vida, que acostumbra ir unida a la impureza. Dice el apóstol San Juan: “Si alguno ama al mundo el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo: las pasiones desordenadas, las curiosidades malsanas (concupiscencia de los ojos) y la arrogancia del dinero, no vienen del Padre, sino del mundo. El mundo pasa y sus pasiones desordenadas también. Pero el que hace la voluntad de Dios tiene la vida eterna” ( 1ª Juan 2, 15-17)..  

Es una pura ilusión pretender mantenernos inmunes al espíritu mundano, si lo que entra a oleadas en nuestro interior, por los ojos y por los oídos, no es otra cosa que el centellear de sus colores, la sensualidad de sus imágenes, la falsa inocencia de sus “desnudos”, la violencia de sus escenas. El mundo más peligroso no es el que nos combate, sino el que nos atrae; no es el que nos odia, sino el que nos acaricia (Cantalamessa).  

La experiencia de siglos dice que hay que evitar la ocasión de pecar, por eso no se puede ver todo. Es necesario aprender a “guardar la vista”, por ejemplo, en los puestos de revistas y en el cine. La pureza es un don, y se le da al que lucha por ser humilde. No se trata de decir: “yo puedo y otros no”, porque entonces es cuando fácilmente se cae en impurezas. La pureza va de la mano de la sencillez y de la humildad.  

((Se sugiere encuadrar lo que sigue:))  

ÚLTIMAS PALABRAS DE SANTA JACINTA, NIÑA VIDENTE DE FÁTIMA  

Los pecados que llevan más almas al infierno son los pecados de la carne.

Vendrán modas que han de ofender mucho a Nuestro Señor.

Si los hombres supiesen lo que es la eternidad, harían todo para cambiar de vida.

Los hombres se pierden porque no piensan en la muerte de Nuestro Señor y no hacen penitencia.

Muchos matrimonios no son buenos, no agradan a Nuestro Señor.