“Las vocaciones que llegan al convento en los albores del Tercer milenio suelen ser más frágiles que aquellas que llegaban en los años cincuenta.” Tal ha sido la confesión de una maestra de novicias, avanzada ya en edad, pero siempre joven en su interior. Con la sabiduría que dan los años vividos en contacto con el Señor y con las almas, unida a una intuición femenina exquisita, esta formadora tenía razón. “La primera lección que yo recibí al entrar en la Congregación, fue la explicación de las constituciones. Hoy tengo que comenzar con la explicación del Padrenuestro”. Y no es este comentario algo para escandalizarnos, sino para tomar conciencia de la situación en la que vivimos. Sin cargar demasiado las tintas o querer dramatizar la situación, estamos asistiendo a una falta de formación religiosa en el mundo juvenil, que es el mundo de dónde llegan principalmente las vocaciones. Esta generación de jóvenes, nacida alrededor de los años ochenta, es hija directa de aquellos que hicieron el movimiento de 1968. Jóvenes que en su tiempo quisieron cambiar el mundo y la sociedad, destruyendo a su paso todo aquello que fuera viejo o tuviera sabor a tradicional. El resultado lo estamos palpando en sus hijos. Poca formación humana, raíces culturales perdidas u olvidadas, cinismo o despreocupación (pasotismo se diría en España) por la vida.
Y ya que un fenómeno social no puede valorarse por un solo factor, es necesario tomar en cuenta también la influencia de los medios de comunicación social. En primer lugar por la posible atrofia que han causado en la capacidad de pensar. “La cuestión es que, en general, la cultura de la imagen creada por la primacía de lo visible es portadora de mensajes "candentes" que agitan nuestras emociones, encienden nuestros sentimientos, excitan nuestros sentidos y, en definitiva, nos apasionan. El saber es logos, no es pathos, y para administrar la ciudad política es necesario el logos. La cultura escrita no alcanza este grado de "agitación". Y aun cuando la palabra también puede inflamar los ánimos (en la radio, por ejemplo), la palabra produce siempre menos conmoción que la imagen. Así pues, la cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución. Y así los agrava.”1
Otro fenómeno no menos importante lo es sin duda la revolución sexual que en los años sesenta comenzó a formar el pensamiento de la sociedad en materia sexual. Y no es que la materia sexual en cuanto tal sea la que rige el mundo, de acuerdo al pensamiento freudiano, sino querer dividir la unidad del acto sexual entre procreación y placer, se llega a la banalización del ser humano, considerándolo como objeto de uso, como objeto de placer. Una visión tal del hombre incide profundamente en la cultura de la sociedad y en los individuos. “Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.”2
1 Giovanni Sartori, Homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, Madrid, 1998. 2 Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25.7.1968, n. 17.
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Y, sin querer abarcar todos los fenómenos, no podemos dejar a un lado el aspecto que en ciertas esferas del mundo se ha dado con respecto al uso de los bienes materiales, generando un consumismo desenfrenado y un materialismo que centra la felicidad únicamente en el tener, dejando a un lado el ser.
Y sin embargo, bien sabemos que Dios sigue llamando a hombres y mujeres a la vida consagrada. Esta es una certeza que mantiene viva la esperanza en quien realiza una labor de pastoral vocacional. “Las dificultades actuales, que no pocos Institutos encuentran en algunas regiones del mundo, no deben inducir a suscitar dudas sobre el hecho de que la profesión de los consejos evangélicos sea parte integrante de la vida de la Iglesia, a la que aporta un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica. Podrá haber históricamente una ulterior variedad de formas, pero no cambiará la sustancia de una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en El, a cada miembro de la familia humana. Con esta certeza, que ha animado a innumerables personas a lo largo de los siglos, el pueblo cristiano continúa contando, consciente de que podrá obtener de la aportación de estas almas generosas un apoyo valiosísimo en su camino hacia la patria del cielo. (…) Las dificultades provenientes de la disminución de personal y de iniciativas, no deben en modo alguno hacer perder la confianza en la fuerza evangélica de la vida consagrada, la cual será siempre actual y operante en la Iglesia. Aunque cada Instituto no posea la prerrogativa de la perpetuidad, la vida consagrada, sin embargo, continuará alimentando entre los fieles la respuesta de amor a Dios y a los hermanos. Por eso es necesario distinguir entre las vicisitudes históricas de un determinado Instituto o de una forma de vida consagrada, y la misión eclesial de la vida consagrada como tal. Las primeras pueden cambiar con el mudar de las situaciones, la segunda no puede faltar.”3 Pero no todos son puntos negativos para quien tiene que formar a las nuevas vocaciones. Por las experiencias que muchos jóvenes han tenido en el mundo, llegan a la vida consagrada con una conciencia mayor del significado de la vida consagrada, con una voluntad un poco más decida en vivir con profundidad este tipo de vida.
Ante este panorama complicado de luces y sombras al que se debe enfrentar la persona que tiene la tarea de acompañar espiritualmente al candidato para la vida consagrada en su camino de discernimiento, conviene que esté dotado no sólo de dones personales específicos para esta labor, sino, de las ciencias espirituales y humanas que más puedan servirle en esta misión. Deberá tener muy clara y concreta la visión de lo que es la vocación y la misión que tendrá que realizar como guía o director espiritual. Por vocación no pensemos que es simplemente un llamado al estado de la vida consagrada. Es, antes que nada, un descubrir la misión a la que Dios lo ha llamado. Misión que comienza primero con la vid misma. “El ser humano, en efecto, es « llamado » a la vida y al venir a la vida, lleva y encuentra en sí la imagen de Aquél que le ha llamado. Vocación es propuesta divina a realizarse según esta imagen, y es única-singular-irrepetible precisamente porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y es llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de Dios. Ahí encuentra su nombre y su
3 Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, nn. 3 y 63.
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identidad; afirma y pone a seguro su libertad y su originalidad.”4 Deberá por tanto ser un experto conocedor en lo que es la vida humana. “Más que como una elección, la vida se abre como una respuesta. Mejor aún, nuestra existencia es también una respuesta. La vida en cuanto tal, es un don magnífico, fruto de un gran amor, especial y exclusivo. La vida nos viene otorgada sin haber sido capaces de hacer algo para merecerla. La primera vocación es por tanto, la llamada a la vida.”5
Debemos tomar en cuenta que iniciar un camino de discernimiento vocacional en nuestros tiempos comporta situaciones del todo inesperadas o nuevas, que antes lejanamente podrían pensarse. “Aconsejar (a un joven con inquietudes vocacionales) no significa otra cosa que ayudarlo a tomar conciencia. Si bien la pregunta de fondo podrá estar disimulada más o menos en una serie de preguntas secundarias, por lo demás puramente informativas, que el joven mismo podría responder (...) Lo único que podrá hacer es escucharlo respetuosamente, y escuchándolo enseñarle a escuchar el propio corazón para discernir, poco a poco, en medio de una serie de deseos y motivaciones superficiales, el propio deseo profundo, aquel que lo comunica con Dios.”6 En este enseñar a escuchar la persona que acompaña al joven deberá conocer los procesos por los cuales se desarrolla la respuesta que debe dar el joven. No se trata de marcar las pautas al joven, pues nos encontramos pisando terreno de Dios, es decir, un terreno en que la gracia de Dios actúa incesantemente. El acompañante deberá permanecer como espectador ante estos movimientos de la gracia de Dios, pero como experto de estos movimientos, hará ver al acompañado estos movimientos, así como la mejor manera en que puede responder a la gracia. No podrá prever nada, pues Dios tiene su tiempo, su ritmo para cada persona. Actuará solamente como buen centinela, que en medio de la noche da la voz de alarma para los que están dentro de la ciudad puedan actuar con coherencia a lo que él ve en lontananza. Si viene el enemigo, deberán prepararse para hacerle frente en la batalla. Si viene el rey, deberán prepararse a darle la bienvenida. De igual forma, quien hace las veces de guía espiritual, deberá otear en el horizonte y enseñará al joven a interpretar los signos que ve en su vida. Pero será el joven quien con toda libertad deberá actuar con coherencia frente a esos signos, una vez interpretados a través de un adecuado discernimiento. De ahí que el director espiritual se convierta en un experto conocedor de los signos de Dios, de la psicología del hombre y de los mecanismos que en ciertas ocasiones sigue la repuesta vocacional. Como conocedor de los signos de Dios deberá ser un hombre de profunda oración para conocer y responder a los movimientos de la gracia. Sólo quien en la oración se dispone a aceptar y llevar a cabo la voluntad de Dios para sí mismo, es capaz de guiar a otros. Porque, así como él llega a reconocer la gracia en su alma, las reticencias o respuestas a esta gracia, sólo así podrá convertirse en un guía para otros al descubrir la forma en que Dios actúa en los otros, porque él lo ha experimentado en su vida.
4 Obra Pontifica para las vocaciones eclesiásticas, Documento final del Congreso Europeo sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa, 6.1.1998, n. 13 5 Giuseppe Gamelli, Mandami una m@il, Edizioni Art, Roma, 2004, p. 18. 6 André Louf, Generati dallo Spirito, Edizioni Qiqajon, Comunitá di Bose, Magnano (Bi), 1994, p.188.
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Y en este proceso de ayuda, se servirá también de la psicología como ciencia humana que se interesa “en la investigación del hombre en sus aspectos intrapersonales e interpersonales: no sólo sus emociones, motivaciones y pensamientos, sino también su forma de relacionarse en el contexto familiar y en aquel contexto micro y macro social.”7 De esta forma estará en grado de conocer y ayudar a que el joven dé una respuesta durante los mecanismos que se establecen en el momento de dar una respuesta frente al llamado vocacional.
Si bien los procesos para cada persona son únicos e irrepetibles, sin querer “esquematizar” la gracia de Dios, podemos decir que se darán algunos patrones recurrentes que el acompañador espiritual hará muy bien en identificar. Patrones tanto en la psicología de quien realiza el camino de discernimiento espiritual, como en la psicología de los mecanismos que se dan en el proceso de responder al llamado. Hará muy bien el director espiritual en servirse de estos esquemas psicológicos, pero con la conciencia de que la psicología no le dará una guía segura para las acciones que debe realizar el joven en su proceso de discernimiento vocacional. La psicología no es la adivina de la bola de cristal que saber prever el futuro y por lo tanto tiene respuesta para todo. La psicología, en el caso de la elección vocacional, proporciona algunas herramientas de ayuda para mejor responder al proceso de dar la respuesta a la vocación a la que llama Dios. “La psicología actúa como causa dispositiva, como ayuda que prepara el campo a la semilla (= la gracia del Señor), pero ella misma no tiene una eficiencia causal, no es ella quien hace crecer la semilla.”8 Convendrá también que quien ayuda al joven en la respuesta vocacional establezca y tenga muy en claro qué tipo de psicología utilizará en su recorrido. No todas las escuelas de psicología son iguales, pues parten de predicados diversos. Habrá que escoger aquella que en verdad esté fundamentada sobre la verdad del hombre como lo concibe una sana antropología cristiana. Partir del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, herido por el pecado origina y redimido por Cristo. Partiendo de esta concepción, evitaremos los reduccionismos en dónde el hombre es visto sólo como un producto de fenómenos biológicos, o producto de experiencias pasadas de las cuáles difícilmente puede liberarse, o bien, un ser que se hace a sí mismo, sin referencia a Dios y a su gracia.
Por último, quien acompaña a joven en este itinerario espiritual, deberá ser consciente de la diferencia que existe entre el asesoramiento espiritual y una labor de consulta psicológica o psicoanálisis. Sin despreciar a la psicología, al contrario, ayudándose de ella en su labor de director espiritual, no deberá reducir su labor a la de mera consulta psicológica. Podrá aplicar algunas herramientas de la psicología para conocer mejor el carácter del joven o ayudarlo a superar algunas tendencias o patologías no graves que podrían poner en peligro su vida como persona consagrada, si Dios lo llama por ese camino. Se ayudará también de la psicología de la respuesta vocacional para conocer el momento en que el joven debe actuar, preparándolo y guiándolo en su discernimiento vocacional. Pero lo que no podrá hacer es sustituir su labor de director espiritual por el
7 Tonino Cantelmi, Francesca Orlando, Narciso sismo noi, Edizioni San Paolo, Milano, 2005, p. 5. 8 Maurizio Costa, S.I., Direzione spirituale e discernimento, Edizioni ADP, Roma, 2002, p. 129.
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del psicólogo, pues estaría haciendo una labor que no le corresponde. Si detecta una patología grave que podría poner en entredicho la respuesta del joven, lo mejor es dirigirlo a un buen profesionista de la salud psíquica. Hay ante todo una diferencia fundamental de fines entre aquello que se propone un método psicoanalítico y la dirección espiritual: mientras que el psicoanálisis no puede tener más que un objetivo intramundano e intrahistórico, no es así para con la dirección espiritual. El psicoanalista fundamentalmente se fija como objetivo el ayudar al paciente a salir de aquel síndrome o problema que le procura un sufrimiento que en algunos casos es insoportable, y lo hace a través de las técnicas que conducen al paciente a darse cuenta más claramente de las causas que lo han llevado a aquel estado de malestar o de sufrimiento; se tratará por tanto de remover posiblemente aquellas causas o al menos de aprender a aceptarlas, para convivir con ellas en modo menos doloroso y no más destructivo. El fin que se fija la dirección espiritual es sin lugar a dudas más grande. El padre espiritual cree que cada hombre está inscrito en una historia de pecado y redención. La dirección espiritual debe necesariamente proyectar al creyente dentro de su fin ultraterreno, alcanzable a través del cumplimiento exacto de su misión dentro de la historia.9
9 Lucio C