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Prólogo Catecismo de la Iglesia católica

PRÓLOGO

"PADRE, esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).
"Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim 2,3-4). "No hay bajo el
cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos"
(Hch 4,12), sino el nombre de JESUS.

I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios

1  Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí
mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que
tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar,
está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle
con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a
la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como
Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En él y por él,
llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por
tanto los herederos de su vida bienaventurada.

2  Para que esta llamada resuene
en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles
el mandato de anunciar el evangelio: "Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).
Fortalecidos con esta misión, los apóstoles "salieron a predicar por
todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban" (Mc 16,20).

3  Quienes con la ayuda de Dios
han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se
sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes
en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido
guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a
transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la
comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch
2,42).

II Transmitir la fe: la catequesis 

4  Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos
 
en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo (cf. Juan Pablo II, CT 1,2).
 

5  En un sentido más específico, "globalmente, se puede considerar aquí que la
catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos
que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada
generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la
plenitud de la vida cristiana" (CT 18).

6  Sin confundirse con ellos, la
catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión
pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para
la catequesis o que derivan de ella: primer anuncio del Evangelio o
predicación misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer;
experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración
en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero (cf. CT 18).

7  "La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No
sólo la extensión geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino
también y más aún su crecimiento interior, su correspondencia con el
designio de Dios dependen esencialmente de ella" (CT 13).

8  Los periodos de renovación de la Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es la época de S. Cirilo de Jerusalén y de S. Juan Crisóstomo, de S. Ambrosio y de S. Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.
 

9  El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los
Concilios. El Concilio de Trento constituye a este respecto un ejemplo digno
de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus constituciones y
sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y
que constituye una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana;
este Concilio suscitó en la Iglesia una organización notable de la
catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos como S. Pedro
Canisio, S. Carlos Borromeo, S. Toribio de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la
publicación de numerosos catecismos.

10  No es extraño, por ello, que, en el
dinamismo del Concilio Vaticano segundo (que el Papa Pablo VI consideraba como
el gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya
atraído de nuevo la atención. El "Directorio general de la
catequesis" de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas
a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones
apostólicas correspondientes, "Evangelii nuntiandi" (1975) y
"Catechesi tradendae" (1979), dan testimonio de ello. La sesión
extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió "que sea
redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre
la fe como sobre la moral" (Relación final II B A 4). El santo Padre,
Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los Obispos
reconociendo que "responde totalmente a una verdadera necesidad de la
Iglesia universal y de las Iglesias particulares" (Discurso del 7 de
Diciembre de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara la
petición de los padres sinodales.

III Fin y destinatarios de este Catecismo

11 Este catecismo tiene por fin
presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales
y fundamentales de la doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la
moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la
Iglesia. Sus fuentes principales son la Sagrada Escritura, los Santos Padres,
la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Está destinado a servir "como
un punto de referencia para los catecismos o compendios que sean compuestos en
los diversos países" (Sínodo de los Obispos 1985. Relación final II B
A 4).

12 Este catecismo está destinado principalmente a los responsables de
la catequesis: en primer lugar a los Obispos, en cuanto doctores de la fe y
pastores de la Iglesia. Les es ofrecido como instrumento en la realización de
su tarea de enseñar al Pueblo de Dios. A través de los obispos se dirige a
los redactores de catecismos, a los sacerdotes y a los catequistas. Será
también de útil lectura para todos los demás fieles cristianos.

IV La estructura de este Catecismo

13 El plan de este catecismo se inspira
en la gran tradición de los catecismos los cuales articulan la catequesis en
torno a cuatro "pilares": la profesión de la fe bautismal (el
Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la
oración del creyente (el Padre Nuestro).

Primera parte: la profesión de la fe

14 Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe
bautismal delante de los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el
Catecismo expone en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que
Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a
Dios (Sección primera). El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace
al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los
articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro Bautismo -la fe
en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo,
nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia (Sección
segunda).

Segunda parte: Los sacramentos de la fe

15 La segunda parte del
catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una vez por todas por
Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se hace presente en las acciones
sagradas de la liturgia de la Iglesia (Sección primera), particularmente en
los siete sacramentos (Sección segunda).

Tercera parte: La vida de fe

16 La tercera parte del catecismo presenta el fin último del hombre, creado a
imagen de Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante
un obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios
(Sección primera); mediante un obrar que realiza el doblemandamiento de la
caridad, desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Sección segunda).

Cuarta parte: La oración en la vida de la fe

17 La última parte del Catecismo trata del sentido y la importancia de la oración en la vida de los creyentes (Sección primera). Se cierra con un breve comentario de las siete peticiones de la oración del Señor (Sección segunda). En ellas, en efecto, encontramos la suma de los bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.
 

V Indicaciones prácticas para el uso de este Catecismo

18 Este Catecismo está concebido como una exposición orgánica de
toda la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Numerosas
referencias en el interior del texto y el índice analítico al final del
volumen permiten ver cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe.

19 Con frecuencia, los textos de la Sagrada Escritura no son citados
literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante cf). Para una
inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso recurrir a los textos
mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento de trabajo para la
catequesis.

20 Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña, con ello
se indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico, apologético o
de exposiciones doctrinales complementarias.

21 Las citas, en letra pequeña,
de fuentes patrísticas, litúrgicas, magisteriales o hagiográficas tienen
como fin enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han
sido escogidos con miras a un uso directamente catequético.

22  Al final de cada unidad temática, una serie de textos breves resumen en fórmulas
condensadas lo esencial de la enseñanza. Estos "resúmenes" tienen
como finalidad ofrecer sugerencias para fórmulas sintéticas y memorizables
en la catequesis de cada lugar.

VI Las adaptaciones necesarias

23 El acento de este Catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar
a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado a la
maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el
testimonio (cf. CT 20-22; 25).

24 Por su misma finalidad, este Catecismo no se
propone dar una respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el
método, a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades,
de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a
quienes se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones
corresponden a catecismos propios de cada lugar, y más aún a aquellos que
toman a su cargo instruir a los fieles:

El que enseña debe "hacerse todo
a todos" (1 Cor 9,22), para ganarlos a todos para Jesucristo...¡Sobre
todo que no se imagine que le ha sido confiada una sola clase de almas, y que,
por consiguiente, le es l ícito enseñar y formar igualmente a todos los
fieles en la verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo! Que
sepa bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién nacidos, otros como
adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de todas sus fuerzas... Los
que son llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la
enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres, acomodar
sus palabras al espíritu y a la inteligencia de sus oyentes (Catech. R.,
Prefacio, 11).

25 Por encima de todo, la Caridad. Para concluir esta
presentación es oportuno recordar el principio pastoral que enuncia el
Catecismo Romano:

Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser
puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es
preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer
el Amor de Nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto de
virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro
término que el Amor (Catech. R., Prefacio, 10).