Problemas emocionales
es una expresión amplia y vaga que engloba fenómenos de intensidad y
profundidad diversa y cuyo significado se precisa e integra a medida
que se estudia cada vez más sobre el comportamiento humano. En la
calificación de un acto como anormal o problema no va implícito un juicio moral, sino un juicio psicobiológico.
La niñez se caracteriza por la sucesión de períodos de desarrollo y
actividades físicas y psíquicas -por lo tanto, de formas de
comportamiento- muy diversas. Estos periodos se relacionan con la
maduración de las estructuras nerviosas –por lo tanto, con la
adquisición de aptitudes- y con el establecimiento de variados tipos de
relaciones, cada vez más íntimos y complejos, con el ambiente, donde la
interacción con los padres juega un papel muy importante en el
desarrollo del comportamiento y en la adquisición de aptitudes.
En la infancia, el criterio sobre la conducta –así como el criterio
sobre el desarrollo físico y psíquico-, es inseparable de la edad.
En cada edad, es normal la conducta del niño cuando concuerda con las
posibilidades de actividad física, psíquica, de relación interpersonal,
de adaptación a las normas morales, que la madurez de las estructuras
nerviosas y del funcionamiento orgánico permite en ese momento.
En este aspecto, los padres son quienes deben reconocer cuando el
niño alcanza una etapa en su desarrollo, quizá esto sea más fácil de
decir que de detectar, ya que cada conducta del niño en algún momento
puede ser considerada normal y en otro anormal, dependiendo, como ya se
mencionó, de la edad en que la presenta, la etapa del desarrollo por la
que pasa, la situación que vive. Conductas como succión del pulgar,
berrinches, terquedad, curiosidad sexual, así como otras que parecieran
problemas, son normales en cierto momento, por lo tanto no hay que
alarmarnos. A su vez, para considerar algo como patológico después de
la edad esperada, es necesario que se presente el problema por un
periodo aproximado de 3 a 6 meses, ya que ante algunas situaciones los
niños reaccionan con conductas de etapas anteriores, las cuales
desaparecerán quizá prontamente.
Por ejemplo, un niño de 9 años que se comporta como un niño normal
de 2 años mojará la cama, tal vez se ensuciará, no tolerará las
frustraciones, tendrá rabietas, será cruel, hablará un poco mal y
pensará de forma ilógica, sin duda a los 9 años esto ya no es normal.
Por lo tanto, lo que es a los dos años normal debido a que sus
estructuras neuromusculares y psíquicas –es decir, su fuerza y
coordinación muscular, su capacidad de acción voluntaria, el grado de
desarrollo de su inteligencia y sus centros y vías nerviosas- tienen un
nivel maduracional que le permite sólamente realizar tales actos. Sin
embargo, a los 9 años estas conductas se consideran anormales porque
existe ya, normalmente, la madurez somatopsíquica que se requiere para
tener el suficiente control y actuar tolerando la frustración, con un
mayor desarrollo de lenguaje y pensamiento.
Con lo anterior podemos decir que una conducta se vuelve anormal si
resulta inapropiada para la edad y situación del sujeto y cuando no es
algo ya pasajero; este criterio se basa en las conductas
características o mayormente presentadas en los niños a ciertas edades.
Cuando se habla de la etiología de problemas emocionales
infantiles, se debe considerar que puede haber distintas causas que los
provocan.
Existen en primera instancia dos grandes grupos en los cuales podemos clasificar los síntomas:
1) Factores orgánicos: los síntomas son expresión de la función
insuficiente o perturbada de un sistema nervioso que, global o
parcialmente, no ha alcanzado madurez o desarrollo normal o ha sufrido
una lesión.
2) Factores psíquicos: los síntomas surgen por la acción de
factores que perturban la vida afectiva. Casi siempre son elementos de
la vida de relación.
Es importante destacar que los factores orgánicos y psíquicos no
actúan en forma separada sino que combinan su acción y se influyen
recíprocamente. Si bien las lesiones orgánicas y las causas de orden
físico determinan en general, cuadros de patología definida y
sintomatología precisa, a su acción se agrega, en casi todos los casos,
la de factores psíquicos que producen a veces modificaciones complejas.
Muchos de los problemas que presenta un niño se relacionan con sus
pensamientos conscientes e inconscientes. Con frecuencia, no sabe
expresar con palabras, ni cómo traducir lo que le sucede. Es por eso
que lo expresa a través de la conducta y de los síntomas.
Para entender qué acontece en cada persona, es muy importante
establecer una comunicación, con esto se habla de la forma en que se
transmite sentimientos, pensamientos, órdenes, tomando en cuenta tanto
la edad, el momento, la circunstancia y la personalidad del niño, de
manera que las palabras realmente sirvan para comunicar y no para
dañar.
Estas fallas se ven desde explicaciones simples que llevan al niño
a una errónea concepción de las cosas. Por otro lado, la comunicación a
veces no tiene el mismo significado para quien la da que para quien la
recibe y, por tanto, el mensaje no es completo. Esto ocurre comúnmente
cuando uno cree que todo el mundo está pensando igual que uno y por lo
tanto creemos que todos saben nuestras necesidades.
Otro punto importante en la comunicación es la capacidad de
expresar sentimientos, la cual en ocasiones no se fomenta; esto es
claro cuando los padres dicen frases a sus hijos que obstaculizan la
comunicación de los estados emocionales y los problemas. Los padres
deben sensibilizarse para crear un ambiente preciso de confianza para
abrir la comunicación, ya que muchas veces los padres están tan
ocupados que no se han dado cuenta de que sus hijos presentan problemas
emocionales, de ahí el valor que tiene hablarles, escucharles para que
nos digan qué les sucede y comprender qué es lo que en realidad
necesitan y detectar cuándo necesitan ayuda profesional.