Alejandro
es un chico de 12 años, hijo de una familia de clase media alta y bien
integrada. En su hogar hay unión, afecto, normas que respetar y valores
por difundir.
Hace unos días estaban en un lugar público en donde los asientos no
eran suficientes para el número de personas que estaban ahí; sin
embargo, la familia de Alejandro, como había llegado temprano, estaba
cómodamente sentada.
Al poco rato llegaron varias señoras mayores y entonces la mamá de
Alejandro se le ocurrió pedirle a su hijo que se levantara y ofreciera
con amabilidad ¡y caballerosidad! el asiento a una de las señoras.
Alejandro abrió tamaños ojos por la sorpresa y muy indignado contestó: ¿Qué te pasa? ¡Tú quieres que haga el oso!
Por más que la mamá trató de persuadirlo de que no se trataba de
hacer ningún ridículo sino que era una buena acción y además un signo
de buena educación, no hubo poder humano que convenciera al hijo de que
debía ceder su asiento.
La señora se quedó con cierta frustración interior pues se preguntaba: ¿Esta
es la clase de educación que les he transmitido a mis hijos? ¿Por qué
si para mí y mi esposo son muy importantes los valores como la
amabilidad, el respeto, el afán de servir a los demás... por qué
nuestros hijos no lo ven de la misma manera?
Siguió pensando y no pudo evitar sentirse un poco triste. Lo que
pasó en esta ocasión, es muy común en las familias. Los padres creen
estar transmitiendo unas conductas específicas y valores, pero los
chicos... ni en cuenta. Como que no les cae el veinte, y eso tiene su explicación.
¿Qué nos pasa?
Si en una familia los padres tienen muchos valores que quieren
transmitir a los hijos y resulta que no lo consiguen, como en el caso
de Alejandro, ¿qué es lo que pasa? Pues resulta que faltaron los
mecanismos adecuados para transmitirlos.
Por lo general, los padres de familia utilizan los siguientes factores de motivación, aunque no de la manera más conveniente:
1. Las palabras o sermones. Contrariamente a lo que se cree, ayudan muy poco, lo mejor es dar mensajes cortos o concretos.
Los adolescentes son los menos indicados para este tipo de
motivaciones ya que parece como si se les desarrollara una hormona que
justamente a los dos minutos del sermón les causara una sordera
impenetrable. Lo que educa es la gota diaria de esos mensajes cortos y
concretos. Esta estrategia ayuda también a formar criterios.
2. El ejemplo: Sirve pero no basta. El problema con el
ejemplo es que está contaminado; los padres pueden dar el mejor ejemplo
a sus hijos, pero si se mide el tiempo que se pasa con sus amistades o
simplemente viendo la televisión realmente es un riesgo, ya que no se
sabe quién gana. Ahora, si sus padres le dan mal ejemplo y la
televisión o su medio ambiente también... ¡hay que ver los resultados!
3. Que caigan en la cuenta o que les caiga el veinte.
Esto es lo que más educa a los hijos y lo más difícil de lograr. Un
papá puede repetirle a su hijo mil veces que la droga es mala y darle
un buen ejemplo, a lo mejor ni fuma, pero le va a ayudar mucho más a su
hijo si un día, con alguna buena excusa, le pide a su hijo que lo
acompañe a un hospital donde haya toxicodependientes para que vea lo
que sufren en verdad los drogadictos. Ahí, sencillamente sobran las
palabras.
La experiencia personal es lo que más educa los valores. Un papá no
puede meter sus experiencias en lo interior de su hijo, pero puede
provocar crear las circunstancias para que el hijo las viva.
4. Comparación de valores. Exponer casos donde el mismo hijo
pueda comparar y sacar conclusiones sobre los valores y antivalores.
Puede hacerlo que compare, por ejemplo, la vida de una persona que ha
vivido sin el menor respeto por lo demás con la vida de otra que tiene
el comportamiento contrario.
5. Comentar hechos o casos donde indirectamente se le mande un mensaje y se tome en cuenta su opinión.
También esto sirve para que se dé cuenta de que las cosas suceden. Al
comentar el accidente de un muchacho de su edad, puede aprovechar para
hacer referencia a un antivalor como es la falta de responsabilidad de
manejar una moto a alta velocidad.
6. Video club en el hogar. Cada semana un miembro de la
familia por turno elige una película y los demás tienen que aportar sus
comentarios y sus juicios al final de la misma.
7. Comentar con los hijos y con sus amigos algún valor determinado.
Para esto es necesario tratar bien a los amigos y ganar su confianza.
Se prepara la ocasión, que puede ser en el momento de ofrecerles un
refresco y preguntarles que opinan de un problema como pidiéndoles
consejo. Esa pequeña discusión informal los llevará a sacar
conclusiones, a que les caiga el veinte sin necesidad de sermones.
Como el hogar es la fuente donde nacen casi todos los valores, los
padres de familia necesitamos primero educarnos a nosotros mismos y
después utilizar todos los mecanismos motivacionales para seguir la
buena y próspera formación de los hijos.
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