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Perseverancia

Con este último artículo llegamos al principio. ¿Al principio? ¿Me habré equivocado o se habrá equivocado el editor de catholic.net al escribir estas palabras? No. No ha habido ninguna equivocación en ninguno de nosotros. Lo confirmo: con este último artículo llegamos al principio. Al principio de la historia de tu vida que de ahora en adelante deberás escribir de cara a Dios.

Son muchas cosas las que hemos aprendido juntos en esta serie. No he pretendido ni con mucho abarcar todo lo referente a un programa de vida. Podríamos continuar incesantemente nuestra charla ahondando en diversos puntos, ejemplificando quizás un poco más algunos pasajes que podrían parecer oscuros. Pero este no es nuestro cometido. Tan sólo he querido dejarte un par de alas para que volaras hacia la santidad. ¿He logrado mi objetivo? No lo sé. La respuesta me la darás tú con tu vida de santidad. Y es más. No me la darás a mí, sino a Dios y a la humanidad que tanto necesitan de santos en nuestros días.

Quién eres en realidad

Ahora te conoces un poco más. Al bajar a tu interior, al hacer la experiencia de ti mismo buscando el hombre o la mujer perfecta que Dios espera de ti, te habrás dado cuenta quién eres en realidad. Después de una labor de purificación te has quitado el maquillaje de todo aquello que no es Dios para buscarlo cada día más “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Te habrás dado cuenta en cuantos aljibes rotos estabas buscando la felicidad. Depósitos de agua en donde encontrabas placer, que no es lo mismo que felicidad. Pozos aparentemente llenos de agua, pero que eran engañosos, pues en su profundidad no existían veneros de agua viva sino fango y lodo que sólo enturbiaban cada día más tu vida. De alguna manera conocer la diferencia entre el bien y el mal, entre lo pasajero y lo permanente, entre el tiempo y la eternidad, entre la vida y la muerte, es sin duda fruto de una conciencia cada vez más clara, más delicada que te acompaña en tu vida como herramienta indispensable para adquirir la santidad.

Vencerse a sí mismo

Habrás comenzado a experimentar una mayor fuerza de voluntad. Un aprender a vencerte a ti mismo a pesar de las circunstancias personales o ambientales adversas a tu programa de vida. No está mal el sentirse con ganas de tirar todo por la borda cuando las dificultades arrecian. Lo malo es dejarnos llevar de esas circunstancias y acabar en un día con meses y quizás años de trabajo. Para “fabricar” la santidad se necesitan años, para destruirla, tan sólo unos segundos. Por ello, la fuerza de voluntad que has adquirido será siempre de gran ayuda, siempre y cuando la pongas en práctica cada vez que sea necesario. Y me parece que todos los días es necesario aplicarnos una buena dosis de férrea voluntad, máxime en el mundo en el que vivimos.

Te has acercado más a Dos a través de la oración, de la confesión y de la Eucaristía como alimento indispensable de tu alma. Comienzas a moverte en la dimensión de lo espiritual sin perder los pies en la tierra: “Tener el alma en el cielo y los pies en la tierra”.

En pocas palabras, ahora conoces la ruta de tu vida y cuentas con los aparejos necesarios para llegar a puerto seguro.

¿Qué sigue?

La pregunta inevitable es ¿y ahora qué? Por un lado nos damos cuenta que ya no somos los de antes, pero por otra parte aún no hemos alcanzado lo que nos hemos propuesto en nuestro programa de vida. Entonces, ¿qué hemos comenzado a hacer? Hemos comenzado a vivir un catolicismo integral. Integral con una doble vertiente: personal y social. Personal porque está abarcando toda la persona humana con sus valores físicos intelectuales, volitivos, afectivos, espirituales y morales. Y social pues debe extenderse a todos los niveles de nuestra vida social: comenzando con nuestra familia, en nuestra actividad profesional o estudiantil, con nuestras amistades, con todas aquellas personas con las que convivimos diariamente y sobretodo con las que más necesidad pueden tener de nosotros, ya sea en lo espiritual o en lo material.

Este catolicismo integral al que nos ha portado nuestro programa de reforma de vida no es a prueba del tiempo. Es necesario renovarlo, estar al pendiente de los avatares que sobre él puedan acaecer. Existe en primer lugar el peligro del desgaste de la vida diaria. Podemos dejarnos superar por los golpes que nos da la vida, o simplemente por esa erosión constante y continua a la que nos sometemos todos los días y que sin darnos cuenta va rebajando cotidianamente le frescura de nuestra entrega. Cuántas veces nos sucede que después de la experiencia de una jornada de desierto o de retiro espiritual volvemos con mucho entusiasmo a combatir nuestro defecto dominante. Y sin embargo después de unas semanas, de unos meses, esa frescura se ha ido marchitando y lo que nos parecía ligero, lo que no nos costaba trabajo parecería que con el paso del tiempo ha ido acumulando quién sabe de dónde, un peso insoportable. Es el desgaste de la vida diaria.

O bien puede ser ese cansancio del alma en el cotidiano ejercicio de las virtudes que nos hace siempre cuesta arriba el camino de la santidad. Lo sabemos: no somos ángeles, somos santos y llevamos en nuestra carne mortal el constante punzón de la tentación por seguir el camino más fácil, la senda menos perfecta, lo que se acomoda más a nuestras pasiones. Y el trabajar un día y otro día contra nuestro defecto dominante, ver que avanzamos poco o nada, o incluso que llegamos a retroceder puede causarnos malestar y como los boxeadores en el cuadrilátero cuando se ven apabullados por el adversario, sentir unas ganas terribles de “arrojar la toalla”, sacar una bandera o un pañuelo blanco y pedir paz por un instante.

Un peligro siempre latente es el debilitamiento de nuestro carácter al estarse oponiendo constantemente al forcejeo de las pasiones rebeldes. Si bien nuestra fuerza de voluntad es nuestra gran aliada, es cierto también que no estamos hechos de acero y que tarde o temprano vamos a sufrir las consecuencias de un ablandecimiento de nuestro carácter. Los muros pueden ser de piedra, pero hasta la piedra más dura tiende a horadarse.

Debemos por lo tanto estar alertas y no pensar que la perseverancia en la lucha por el bien, en la carrera por adquirir la santidad es así de fácil y sencillo. No basta hacernos el firme propósito de querer cumplir con el programa de reforma de vida. Debemos poner medios para perseverar en su cumplimiento.

Perseverar, seguir adelante, no desfallecer una vez que se ha iniciado el camino.

Los medios

Busca los mejores medios para perseverar. Aquellas formas en las que puedas renovar tu espíritu para no dejarlo marchitar por el sol y el bregar de la lucha cotidiana. Date un tiempo para retirarte de todo y buscar la frescura de tu entrega. ¿Qué te parece una jornada de oración al mes, un día de completo retiro y aislamiento, donde tu alma pueda encontrar nuevamente el espacio vital para crecer, fortalecerse, recobrar fuerzas? Los atletas tienen también sus tiempos de descanso para dejar que los músculos se recuperen después de un arduo esfuerzo. ¿Crees que tu alma puede ir en la vida sin reposo, sin serenidad, sin un tiempo de encuentro entre ella y su creador?

¿Cómo te vendría el buscar un grupo de oración en donde cada semana pudieras refrescar tus ideales y ponerlos en común? Alguien ha dicho que el sentirse acompañado en la lucha por el bien da más ánimos que la soledad en la lucha.

¿Qué me dices de tu participación en un apostolado organizado, de grandes miras, que te ayude a poner por obra todo aquello que estás adquiriendo con tu programa de reforma de vida? Un apostolado renueva tu alma, te hace crecer al buscar siempre dar lo mejor de ti mismo a los demás.

La lista podría ser infinita. Lo importante es que pongas los medios para perseverar en este camino que has iniciado.