Para
ser hombres de bien es preciso tomar una resolución firme de actuar
según las reglas objetivas que nos muestra la razón. Sin embargo,
nuestra conciencia no es infalible; requiere educación. De ahí nuestra
deber de aceptar dos obligaciones en relación a ella: obedecerla y
formarla.
Obedecer a la conciencia
A menudo es difícil obedecer a la conciencia. Tomás Moro, Canciller
de Inglaterra en el s. XVI, fue decapitado por su buen amigo, el rey
Enrique VIII, por negarse a reconocerlo como cabeza de la Iglesia en
Inglaterra. Fue un problema de conciencia. Pero ordinariamente, las
dificultades surgen de nuestro interior: las pasiones, la soberbia y el
egoísmo tiran de nosotros en dirección opuesta a la que debemos seguir.
Un obstáculo particular de nuestra época es la tendencia al
racionalismo. Cuando no alcanzamos a comprender el por qué de una norma
u obligación, rehusamos obedecerla.. Esto contrasta curiosamente con la
experiencia diaria de la vida, en la que aceptamos sin mayor dificultad
un sinnúmero de leyes y fenómenos que no comprendemos plenamente. Pocas
personas podrían dar una explicación científica seria del magnetismo,
de la electricidad o de la gravitación de los cuerpos; los demás nos
conformamos con admitir que son una realidad y que funcionan.
Tal vez deberíamos ser más consecuentes en el campo moral y admitir
que, aunque las proposiciones éticas son de suyo razonables, no siempre
seré capaz de descubrir sus porqués con mi entendimiento,
especialmente si no soy perito en la materia. Esto no elimina mi
responsabilidad, la cual brota de un principio general que comprendo en
sí o de la libre aceptación de una autoridad que me comprometo a
obedecer.
Formar una conciencia recta
Nuestra conciencia no es infalible y, de hecho, se equivoca.
Algunas veces se debe a una formación deficiente. Es posible, por
ejemplo, que un niño crezca con un sentido equivocado de lo que
significan algunos valores de notable importancia moral, como el perdón
de nuestros enemigos, la honradez, la pureza y la obediencia a la
autoridad legítima. También ocurre que personas dotadas de valores
sanos se equivocan al afrontar circunstancias nuevas o imprevistas. La
conciencia es un juicio humano e imperfecto, que requiere educación y,
a veces, corrección.
Toda persona debería al menos conocer suficientemente las
obligaciones morales de su propio estado y profesión: un médico debería
conocer la ética médica; una pareja casada, sus deberes mutuos y para
con sus hijos; un hombre de negocios, sus obligaciones para con sus
empleados, así como los principios de la justicia y la caridad. ¿Cómo
imaginar a un cristiano que ignora los Diez Mandamientos y la enseñanza
moral básica de Cristo y de su Iglesia? Estas obligaciones morales son
los principios objetivos, los puntos de referencia para nuestra conciencia.
Tomado del libro: Construyendo sobre roca firme
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