Hay que empezar desde antes
Esto parece obvio, pero es fundamental, es la base del éxito. Si
todos estos tips son aplicados, en la medida de lo posible y según las
necesarias adaptaciones a la edad, desde que el niño acaba de nacer, el
período de la adolescencia puede resultar también conflictivo, pero se
sobrellevará con mayor seriedad.
Especialmente hay que estar atento al cuidado de los ambientes
desde que el niño cumple 11 años. Es el período de la formación de la gramática de valores.
Puede comenzar antes o después según muchas circunstancias, pero hay
que estar muy atento. Ahí se comienza a construir de forma definitiva
el futuro hombre o la futura mujer.
Evitar los obstáculos: timidez, frialdad, preferencias
Muchos padres de familia tienen obstáculos que les parecen
invencibles y que dificultan mucho su papel de educadores. Los hay que
tienen preferencias manifiestas hacia el hijo que les hace más caso o
que más trabajo les costó tener (cosa muy normal, pero que nos quita
ascendiente ante el hermano o los hermanos del consentido).
Encontramos otros que son tímidos y no se atreven a afrontar a sus
hijos ni a ir en profundidad con ellos. Nunca llegan a conocerlos a
fondo, a dejar una huella en ellos, a convertirse en modelos de
comportamiento o puntos de referencia para los hijos. Son papás que
cumplen muy bien su función de sustento de la familia, pero no se
convierten en formadores reales de sus hijos. No disfrutan a sus hijos
ni sus hijos disfrutan de ellos.
Otros son fríos, distantes, no pasan de lo políticamente correcto,
pero no irradian el afecto que los niños necesitan. Crean tensiones
porque no hay naturalidad en el trato; nadie está a gusto, seguro y
confiado delante de ellos. Son padres a los que se llega a temer más
que amar.
Todos estos obstáculos son contraproducentes y quitan eficacia a la
labor formativa creando prejuicios y disposiciones negativas en los
educandos como retraimiento, desconfianza, sospecha y recelos. Hay que
combatirlas con equilibrio evitando caer en los defectos contrarios.
La educación y formación de los jóvenes requiere como base en el
educador: madurez, equilibrio, realismo, objetividad, comprensión,
cercanía y un sano pragmatismo.
Darles más lo que necesitan que lo que quieren
Es muy fácil darle al muchacho todo lo que pide para que no moleste
y tenerlo así aparentemente ganado para nuestra causa. Sin embargo, no
es fácil descubrir qué es lo que realmente necesita el adolescente en
cada momento. Esto requiere estar muy atento para conocer sus
necesidades más profundas y supone una recta intención de darle siempre
lo que es de verdad lo mejor para él.
En el proceso formativo, cada ser humano atraviesa por diversas
etapas y sus necesidades cambian constantemente. No siempre uno mismo
es capaz de descubrir aquello que le va de verdad mejor para su vida.
Muchas veces hace falta orientación, alguien que desde afuera, con
objetividad y experiencia, guíe a la persona, la oriente con serenidad
y razones claras ante las decisiones que tomará, la apoye en las buenas
determinaciones. Esta es una de las funciones más difíciles del
educador y al mismo tiempo, es la que deja mejor fruto en el educando.
Formar y educar con cariño auténtico
Yo tenía un alumno que todos los días sufría una vergüenza terrible
cuando su mamá, al dejarlo en el salón de clase (subía hasta el salón
de clase cuando su hijo estaba ya en preparatoria) le daba la bendición
delante de sus compañeros y le besaba despidiéndose de él efusivamente.
Era claro que su mamá lo quería mucho, pero no se daba cuenta de
que le estaba haciendo un mal en una edad en donde se agudiza muchísimo
el sentido del ridículo. Era una muestra de cariño contraproducente. El
muchacho y, en general el adolescente de los dos sexos, rechazan las
formas comunes que utilizamos para expresar el cariño e incluso le da
pena que le vean en público con sus papás.
Pero esto no significa que no demanden cariño de los que les
rodean. Seguramente es en ese momento cuando más lo necesitan. Por eso
hemos de buscar una forma natural de expresar nuestro cariño, de que
nos vean cercanos y disponibles para ellos. Puede ser interesarnos por
sus cosas, acompañarlos cuando se sientan mal, hacer caso cuando nos
dicen cómo quieren que vayamos vestidos o que nos presentemos en
público (esto es algo propio de las muchachas que muchas veces sugieren
a sus mamás o incluso a su papá cómo vestirse para una ocasión
especial), ser agradecidos con ellos, darles importancia, escucharlos.
Hay ocasiones en que los adolescentes se muestran muy duros con
nosotros. A veces nos regañan ásperamente o nos recriminan por nuestro
comportamiento. No digo que esté bien, pero hay que comprenderlos.
Ellos descargan sobre nosotros sus tensiones porque nos consideran de
confianza. Somos su desahogo.
No los reprendas en ese momento, hazlo después, cuando se les pase.
Esto es también una forma de expresar el cariño. Sin embargo, cuando
haya violencia, busca una solución técnica, acude a un psicólogo de
confianza porque la violencia por parte de ellos, sobre todo cuando es
repetitiva, es ya un indicio de una desviación grave de comportamiento.
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