Padre:
No me des todo lo que pido. A veces sólo pido para ver hasta cuánto puedo obtener.
No me des siempre órdenes. Si en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas, yo las haría más rápido y con más gusto.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decídete y mantén esa decisión.
Cumple las promesas buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo; pero dámelo también si es un castigo.
No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o mi
hermana. Si tú me haces lucir peor que los demás, entonces seré yo
quien sufra.
No me corrijas mis faltas delante de nadie. Enséñame a mejorar cuando estemos solos.
No me grites. Te respeto menos cuando lo haces y me enseñas a gritar a mí también, y yo no quiero hacerlo.
Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí, yo nunca aprenderé.
No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por ti,
aunque sea para sacarte del apuro. Me haces sentir mal y perder la fe
en lo que dices.
Cuando yo hago algo malo no me exijas que te diga por qué lo hice. A veces ni yo mismo lo sé.
Trátame con la misma amabilidad y cordialidad con que tratas a tus
amigos; el que seamos familia no quiere decir que no podamos ser amigos
también.
No me digas que haga una cosa y tú no la hagas. Yo aprenderé y haré
siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas; pero nunca lo que tú digas
y no hagas.
Enséñame a conocer y a amar a Dios; porque nada vale si yo veo que ustedes, mis padres, no conocen ni aman a Dios.
Cuando te cuente un problema mío no me digas no tengo tiempo para boberías, o eso no tiene importancia. Lo tiene para mí. Trata de comprenderme y ayudarme.
Y quiéreme y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo.
A cambio de lo anterior, te prometo: ¡Quererte mucho, obedecerte, respetarte y, cuando seas mayor, cuidar de ti hasta la muerte!
Tu hijo.