Educar para el amor
Hoy se divorcia el 40 por ciento de las parejas con todo lo que
implica esto de sufrimiento para los hijos y los cónyuges mismos. Es un
drama al que, por desgracia, ya nos acostumbramos.
Les podría contar mil casos donde se ve que los jóvenes de hoy
captan con dificultad lo que es el amor. Me acuerdo de una chica que me
confesó que quería casarse para huir de su casa porque no soportaba a
sus padres. Yo le expliqué que ese no me parecía un motivo para
contraer matrimonio. Que el matrimonio debe nacer de un amor generoso,
de un deseo de donación, no tanto de un rechazo a la situación actual
en la que vives.
El matrimonio no es una fuga, es un compromiso muy serio que implica toda la vida.
Educando así a nuestros hijos les enseñamos a ser felices en la
generosidad, no los condenamos a enfrentarse a un compromiso
fundamental sin tener todas las garantías para vivirlo con serenidad y
altura humana sabiendo afrontar con decisión los pequeños problemas de
cada día.
Educarles para el amor implica darles testimonio como pareja,
enseñarles a ser generosos con los demás, a tratar como personas y no
como objetos a los que les rodean. Implica valorarles lo que es el amor
humano y supone una recta educación sexual de fondo que no siempre hay.
En este punto hay que actuar con mucha naturalidad. Hace poco me
llamó por teléfono una señora para preguntarme qué debía hacer. Me
contó que estaba muy triste porque al tomar un cuaderno de notas de su
hija de 9 años, había descubierto un dibujo donde aparecía una pareja
en una relación sexual.
Yo le dije que no se entristeciera ni hiciese un drama de algo que
no lo es, pues eso sólo ayudaría a crearle problemas a su hija. Le
aconsejé que hablase con naturalidad con ella para que así adquiriese
confianza y supiera que siempre podría tratar esos temas tranquilamente
con su mamá, que le explicara lo que era el amor humano y cómo eso es
una relación normal que nace del amor.
Las cosas salieron bien. Y me parece que este consejo puede ser
universal y que en el caso de los adolescentes debe seguirse todavía
con mayor madurez y naturalidad. Muchas veces, para los papás es un
poco duro, casi un shock, descubrir que su hijo ya no es el
niño que creían, adorable e inocente, según sus ojos, pero no se dan
cuenta que ellos seguramente despertaron a la misma edad.
Por eso no hay que dramatizar, hay que tomar las cosas con mucha
normalidad y equilibrio para orientar con madurez remarcando los
grandes valores que están jugándose este campo. Pero no hay que
olvidarlo. En este y, en general, en todos los campos de la educación
del joven, el amor es fundamental.
Educar para el amor es la mejor herencia que podemos dejar a
nuestros hijos junto con los principios sólidos que hemos citado antes.
Educar para el amor es enseñarles que el amor no es sólo cuestión de
“enamoramiento”, sino sobre todo, de entrega mutua y de una relación
diaria que tiene que funcionar bien antes de dar el paso del
matrimonio. Es enseñarles a afrontar con realismo aquello que marcará
todo su futuro; es, como decíamos antes, en definitiva, enseñarles a
ser felices.
Educar para la vida
Educar para la vida es prepararlos para las dificultades por
encontrar. Es darles recursos para sobrevivir en un mundo donde todo es
competencia e incluso, a veces, competencia desleal. Es educarlos y
guiarlos para que sean capaces de formarse a sí mismos, para que
aprovechen el tiempo, para que sean maduros a la hora de afrontar las
dificultades. Es no hacerles un mundo ideal que no existe ni existirá y
que les llevará a pegarse de golpes con la hiriente realidad. Es
prevenirles de los peligros, de las dificultades, y darles hábitos de
vida que les ofrezcan seguridad.
Inculcar altos ideales
Aquí pasa como con los coches: cuando les damos altos ideales a
nuestros hijos les iluminamos el camino con los faros largos, cuando
les damos pequeños ideales, les ponemos las luces cortas. Los altos
ideales iluminan mejor la vida, le dan más sentido, ayudan a seguir
adelante con más seguridad. Los altos ideales son siempre fuente de
motivación, de alegría, de empuje, de superación personal.
Inculcar altos ideales es todo lo contrario a dejar a los
adolescentes guiarse sólo por su egoísmo sin ver más allá. Esto sólo
les lleva a sentirse siempre frustrados, a dejarse llevar por sus
sentimientos, por sus pasiones, por lo inmediato, que no siempre es lo
mejor para ellos.
Los adolescentes tienen muchos problemas con sus sentimientos y su
voluntad parece no encontrar fuerza para superarlos. En este punto, los
altos ideales son de gran ayuda, son el mejor marco para encauzar los
sentimientos, para darles un orden, para sugerir motivaciones internas
que les ayudarán a superar todas las dificultades.
No contentarse con educar, hay que formar
No basta decir las cosas que se debe hacer y las que no. Tampoco es
suficiente contentarse con que los adolescentes sean educados y se
porten siempre como personas políticamente correctas. No es
poco, pero no es suficiente. A estas edades no basta con eso. Es
importante dejar claro que en la adolescencia hay que llegar hasta el
fondo, hasta la formación de criterios apoyados en razones y valores
adoptados como principios. Formar es dar una capacidad de reaccionar
ante cualquier circunstancia de la vida distinguiendo entre lo que es
inmutable y lo que se puede adaptar, es dar al joven la posibilidad de
juzgar con objetividad y realismo sobre las cosas. Formar es enseñar a
vivir.
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