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Necesitamos ser brújulas para el mundo


En
estos tiempos de confusión, donde la fuerza de los medios parece no
tener freno, es momento de levantar la voz ante nuestros comunicadores
quienes, con el estandarte de la libertad de expresión, violan
principios tan básicos como la privacía y, por obtener una nota,
tergiversan el significado de los pronunciamientos y crean
confrontaciones ficticias entre personajes, con el afán de que no se
encarezca el material.

En los últimos años se ha dado un gradual proceso de rechazo en la
opinión de los medios –que se convierte, lamentablemente, en pública-
hacia la Iglesia. El Tribunal del Santo Oficio, el Papa Alejandro VI
–el Papa Borgia- y ocasionalmente las Cruzadas, han sido el arma
predilecta de los apóstoles de la tolerancia para atacar a nuestra
Santa Iglesia -como institución y a sus miembros en particular- al
grado de que se ha propagado muchas falsas ideas con respecto a los
temas señalados y se ha intentado -no sin éxito- marcar a la Iglesia
como una institución formada por retrógradas, intolerantes,
oscurantistas medievales y demás calificativos poco entendidos pero de
amplio uso por chicos y grandes. Lo paradójico es que México es un país
con un 90 por ciento de católicos y algunos puntos porcentuales de
guadalupanos. Con mucha razón decía Dalí que no venía a México porque
no soportaba nada más surrealista que él.

El hecho se agrava cuando se ha querido mostrar una Iglesia
dividida en derechistas, progresistas o liberales -que para los
modernos maniqueos serían los buenos-, moderados, y ultraconservadores
-que se dice son malos y feos.

La realidad es más compleja pues, sin necesidad de mucho análisis,
para todos es claro que en México somos 90 millones de bautizados mas
no de practicantes, baste recordar una encuesta que mencionaba que sólo
el 3 por ciento de los católicos va a misa, ya no hablemos de confesión
y de los demás sacramentos; oración y vida de piedad sería un exceso.

Así, nos es más fácil comprender cómo en un país con tantos
guadalupanos el tema del aborto está tan dividido y se contempla la
eutanasia como solución al sufrimiento -como si no fuera un privilegio
ser corredentor.

Para hacer un poco más gris este cuadro, desde hace tiempo se
observa una clara tendencia de intolerancia al católico -y en general
de intolerancia a quien piensa distinto, más en México. Como comentaba
con un amigo, es cierto lo que menciona el filósofo francés Alan Badiou
al ironizar sobre la actual tolerancia para todos, menos para los
enemigos de la tolerancia; libertad para todos, menos para los enemigos
de la libertad. ¿Y quiénes son los enemigos de la tolerancia? ¿Quién
dicta estas reglas? Se lo podría preguntar a los apóstoles de la
tolerancia, fieles del relativismo y enemigos de quien pretenda
siquiera pensar que lo que sabe es verdadero.

En la política nacional hay personas que son atacadas con tanta
saña simplemente por ser católicas, por reconocer públicamente su fe.
Pareciera que se ha convertido en pecado que tenga credo un funcionario
público –y que Juárez nos tome confesados–; pareciera que al salir de
casa tiene que olvidar la gorra de católico para ponerse la gorra de
funcionario y evitar cualquier comentario de su fe, como si le apenara,
para no vulnerar la sensibilidad de mucha gente -que a su vez, tiene
entera libertad para descalificarlo a su antojo.

Por otro lado, está la crítica infundada hacia la postura de
algunos políticos con respecto a que la mujer trabaje. No he
presenciado, leído ni oído declaración alguna que reivindique mejor el
papel de la mujer que las emitidas por estos individuos.

La intención de estos políticos era y es crear las condiciones para
que las mujeres que así lo decidan -cuánto importan estas tres
palabras-, regresen a atender sus hogares cuando su intención nunca fue
salir. Además, estas declaraciones llaman a que la mujer, en la
búsqueda de oportunidades, no pierda su feminidad, ni sus
características como la capacidad de acompañar, enseñar, tutelar, de
interesarse por el otro y por sus cosas y su habilidad sin comparación
para poner orden y sintetizar; todas estas capacidades claramente la
disponen de manera natural a la maternidad aunque algunas consideren
una maldición el ser madres. A propósito, esto me recuerda aquello que
dijo Nuestro Señor en la vía dolorosa, cuando encontró a las mujeres: ... Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! (Lc. 23, 29).

Las cualidades arriba citadas fueron bien observadas por Santa
Teresa Benedicta de la Cruz, conocida por muchos como Edith Stein,
patrona de los filósofos, quien inspiró en gran medida al Papa -creo
yo, aunque propiamente fue el E.S.- en la redacción de Mulieris Dignitatem.
Los críticos no dicen que en las declaraciones emitidas se invita a las
mujeres a poner su creatividad y entusiasmo en favor de México.

Por último llegamos al incidente más grave: la intromisión de los
medios en la vida privada de figuras públicas, como ha ocurrido con don
Carlos Abascal, quien ni siquiera tiene permiso ya de educar a su hija
y se le ha calificado como el enemigo número uno de la Cultura. ¿Hasta
dónde va a llegar la intromisión de los medios? ¿Por qué tanta
insistencia en convertir un asunto privado en algo público?

Miren cómo se aman... Eso decían de los primeros cristianos.
Y nos falta ser luz verdadera, salir de este mundo, movernos no
portando el estandarte de católico como garantía, sino como los
cometas: dejando una estela con nuestra vida. El mundo necesita a los
católicos, nos pide a gritos.

Necesitamos científicos católicos que ayuden a sus contemporáneos a
no buscar a ciegas el origen del Universo, a crear sin atentar contra
la dignidad del ser humano, a buscar su verdadero bienestar.

Necesitamos médicos católicos, de una pieza, que defiendan la vida
a capa y espada, que sean excelentes en su labor, de lo mejor en el
mundo, que acompañen al paciente en su enfermedad y le ayuden a
entender el significado del dolor pues éste, si no está unido a la
Cruz, se vuelve insoportable.

Necesitamos empresarios católicos comprometidos con la creación de
fuentes de empleo y la verdadera promoción del ser humano, no sólo en
la cuestión económica -muy importante para México- sino de forma
integral, como bien ha señalado el Dr. Carlos Llano. Si se trabaja para
alguien más, el católico ordenado, cumplido y con pasión por su trabajo
como reflejo de su pasión por Dios, es necesario en las oficinas de
nuestro país: aquellos que contagien su entusiasmo, las ideas frescas y
novedosas como la entrega a tiempo, la competencia sana, la
erradicación de las intrigas y la acción social de las empresas.

Necesitamos comunicadores católicos, comprometidos de verdad -valga
la redundancia- con la verdad, con el afán de enterar a la población de
temas importantes y con la capacidad de construir buena fama a las
personas, por sus acciones, en lugar de destruir a quien se encuentra a
su paso, buscando confrontación entre personajes, abusando de su poder
con el escudo la libertad de expresión.

Necesitamos literatos católicos, que tengan propuestas de vida para
el lector, que se propongan enriquecer el intelecto humano con imágenes
que ennoblezcan su alma.

Necesitamos artistas católicos, que con creatividad creen obras que
deleiten los sentidos del ser humano, que perfumen el ambiente con
cosas bellas y que no necesiten denigrar a nuestra Madre o a nuestro
Señor para ganar popularidad.

Necesitamos políticos católicos, que velen por el bienestar de los
mexicanos y no den vuelta sobre discursos vacíos y promesas falsas,
interesados por condiciones justas y oportunidades para todos los
mexicanos.

Necesitamos abogados católicos, con conducta intachable, promotores
de leyes que defiendan la dignidad del hombre y su más precioso don: la
vida.

Necesitamos ingenieros católicos que vean en el mundo más que
números y fórmulas, que no traigan al mundo un nuevo maquinismo,
pretendiendo sustituir al hombre -en esencia, insustituible- de la
producción.

Necesitamos filósofos católicos, que colaboren en la creación de
sistemas que afirmen al hombre y griten que existe un sentido de la
vida. Que le muestren al mundo que la tolerancia no está peleada con
los principios, que ésta tiene sus límites y que el relativismo no es
opción, que se puede y se debe tener principios, que la lucha no es por
poseer la verdad porque ésta es Una y es Camino y Vida, existiendo
independientemente de nosotros. Quienes lo duden, ya lo verán.

Necesitamos sacerdotes y religiosas santos, que sean imagen de
Cristo y de Nuestra Madre en este planeta, que ardan en deseos de
evangelizar al mundo, de ser sal para esta tierra.

Necesitamos educadores católicos, que busquen la formación integral
del estudiante y los impulsen en la búsqueda por la verdad, que se
interesen especialmente por formar seres humanos y transmitir
conocimientos y experiencias productos de una vida coherente.

Necesitamos padres de familia con el compromiso de llenar esa gran
deuda de amor que tienen -tenemos los hombres- con las mujeres y su
extraordinario trabajo en el hogar.

Necesitamos madres de familia entregadas al privilegiado,
valiosísimo y dignísimo trabajo en el seno del hogar, que sean
verdaderos corazones del hogar, fuerza del hombre, que sean imagen de
la Bienaventurada, de la Dichosa entre todas las mujeres, del ejemplo
más precioso de pureza, obediencia y amor a la voluntad de Dios,
nuestra lindísima Madre.

Necesitamos familias católicas, unidad por el amor, verdaderas
iglesias domésticas que contrarresten la tendencia a ver a la familia
como la última de las mazmorras, el grillete del joven ansioso de
conocer el mundo; necesitamos católicos que muestren a este mundo que
el ideal cristiano no es irrealizable y que hace feliz a las personas
porque ya no viven para ellos sino para los demás, por Aquél que les da
el motivo para ello.

Por último, creo que hay muchísimo trabajo, necesitamos penetrar en
este mundo que nos ha sido arrebatado porque lo hemos dejado:
necesitamos darle vida a este mundo porque lo dejamos ir y ahora ya no
sabemos para dónde caminar.

Necesitamos ser brújulas para el mundo, la caridad nos urge,
tenemos que terminar con estas crisis recurrentes, necesitamos ser
santos.