En el camino de la globalización en que nos hallamos. se escriben, oyen y publican las teorías más peregrinas, dentro y fuera del ámbito eclesial. Una de ellas, es la así denominada “Moral de consenso”.
Hace poco, en un colegio de religiosas de Madrid, se convocó una reunión de padres de alumnas a una disertación dada por una figura relevante del pensamiento filosófico actual, don José A. Marina, en el transcurso de la cual abogó –hablando de los derechos humanos- por una moral de consenso entre los diversos estados y estamentos de la sociedad, como base de una convivencia pacifica y civilizada.
Entre los oyentes estaba un catedrático de filosofía, católico practicante, don Angel Gutiérrez, que en el turno de diálogo desmontó, uno por uno, los argumentos inconsistentes del ponente.
Para construir una moral sólida y aceptable por todos y no sujeta a los vaivenes del tiempo, personas o circunstancias, se precisa algo más que el mero consenso de las partes.“ Se necesitan unas referencias claras que provienen de la naturaleza o de la Religión revelada por el único Dios vivo y verdadero”.La argumentación era aplastante: En el caso de los derechos humanos, al decidir, por ejemplo, sobre los valores de la tolerancia, de la libertad o de la paz, ¿cómo ponerse de acuerdo si cada persona, cada grupo, cada sociedad o nación, las entienden de diverso modo y sentido?.Esta manera de proceder, nos conduciría inevitablemente al mero subjetivismo, al anarquismo o al puro relativismo.
Y es que en esto, como en tantas otras cosas que aparentan novedosas, el cambio que se pretende, no siempre es, ni mucho menos, señal de progresismo sino de confusionismo..