Misión y dignidad de la mujer
Jesús de las Heras Muela
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La Iglesia ante el día de la mujer
El día 8 de marzo, en todo el mundo se celebra el día de la mujer, el día
de la mujer trabajadora. Esta jornada se celebra en todo el mundo desde
1910. Desde 1977 además la ONU otorgó a la jornada el carácter de día
internacional. Sus orígenes hablan de que el día 8 de marzo de 1908 morían
carbonizadas en una fábrica textil de Nueva York 129 mujeres, que se
habían encerrado en la citada fábrica reivindicando mejoras laborales,
higiénicas y de seguridad. ¿Fue una muerte accidental o provocada?
El 8 de marzo de 1909, un año exacto después, más de quince mil mujeres
trabajadoras se manifestaron por las calles de esta metrópoli
norteamericana reclamaron ocho horas de trabajo diario e igual salario que
los hombres. Las manifestantes, vestidas de color malva, color del tejido
que trabajaban en la fábrica Cotton de Nueva York cuando el incendio de
1908, solicitaban "pan" y "rosas": el pan para simbolizar la seguridad
económica y las rosas para simbolizar una mejor calidad de vida.
Esta jornada, de reivindicación de los derechos de las mujeres y de
exaltación del papel y posibilidades de la mujer en la sociedad y en el
mundo del trabajo, es muy celebrado en los distintos colectivos femeninos.
También la Iglesia se suma, con gusto, a estas celebraciones. Y es que
las mujeres cristianas realizan un extraordinario quehacer en la Iglesia,
en la sociedad y en el mundo laboral. No en vano, como afirmara el
Papa Juan Pablo II, "Dios ha confiado a la mujer el hombre, el ser
humano".
La mujer revela el rostro de Dios
La mujer es para la iglesia la fuente de la vida y del amor, y a ella
quiere dirigir ahora y siempre su mirada con especial fuerza e intensidad.
El Papa Juan Pablo I - aquel hombre venido de Venecia y que guió con
aquella hermosa y esperanzada sonrisa la nave la iglesia tan solo durante
33 días en el verano de 1978- afirmó en una de sus primeras alocuciones
que es Dios es Madre. Luego si es madre- podemos decir-, también mujer...
Por su parte, en 1988, con motivo de la Año Santo Mariano, el Papa Juan
Pablo II escribió la espléndida Carta Apostólica titulada "Mulieris
dignitatem" (Sobre la dignidad de la mujer), que es todo un canto a la
mujer, a quien Dios ha confiado el hombre y quien hace realidad el primado
del amor y la entrega. Posteriormente, el Papa Woytyla, en 1995, escribió
otra bellísima
Carta a las mujeres
Antes, el Papa Pablo VI, en 1976, había afirmado "en el cristianismo, más
que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un
estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio
en no pocos de sus importantes aspectos... Es evidente que la mujer está
llamada a formar parte de esta estructura viva y operante del cristianismo
de un modo tan prominente que acaso no se haya puesto todavía de evidencia
en todas sus virtualidades".
El Concilio Vaticano II, entre los mensajes que dirigió a los distintos
colectivos humanos con motivo de su clausura en diciembre de 1965,
escribió también una Carta a las mujeres. Allí se lee: "Llega la hora,
ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud,
la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un
poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la
humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del
espíritu del evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga".
Jesucristo y la mujer
El tiempo cuaresmal en el que nos encontramos es ocasión y tiempo
especialmente "femenino": Jesucristo conversa y transforma a la samaritana
o a la mujer adúltera y realiza milagros sobre viudas y enfermas. Al pie
de la cruz tan sólo estaban tres mujeres y un hombre. Las mujeres fueron
los primeros testigos del sepulcro vacío, signo de la Resurrección. Una
mujer -María Magdalena- fue la primera persona que vio a Jesucristo
Resucitado y el primer apóstol de su resurrección.
Y es que no podía ser menos: la iglesia sabe bien del papel fundamental
que jugó una mujer -María de Nazaret- en la historia de la salvación. La
Biblia está cuajada de escenas y acontecimientos protagonizados por
mujeres, "mujeres fuertes", y la misma historia de la Iglesia es un
recorrido fecundo e irrefutable para cantar los loores de la mujer y su
misión en el mundo y en la iglesia como nos ponen de evidencia mujeres tan
extraordinarias como Teresa de Jesús, Clara de Asis, Edit Stein, Teresa de
Calcuta, Teresita de Lisieux, Brígida de Suecia, Catalina de Siena, Isabel
la Católica, Juana de Arco, María Micalea del Santísimo Sacramento, Teresa
de Jornet e Ibars, Mª Luisa Marillac, María Rafols, Rosa María Molas,
Paula Montal, la madre Santa Mónica o las esposas María de Cabeza o María
Corsini, ...
¿Marginada en la Iglesia?
Con todo, no cabe ninguna duda de que en determinados ambientes se
considera que la iglesia margina a la mujer, especialmente, al considerar
preceptivo el celibato para los sacerdotes y al no acceder a su ordenación
sacerdotal.
Lo cierto es que sería difícil de imaginar la acción y la fecundidad de la
iglesia de hoy sin la mujer: ellas son el 75% del total de consagrados que
hay en toda la iglesia; ellas están en la vanguardia de la marginación y
de la pobreza, de la misión y la catequesis, de los hospitales y asilos,
de los colegios y residencias. Nuestros templos y asambleas eclesiales
están casi siempre más llenas de mujeres que de hombres, y nuestros
voluntariados de cualquier índole y condición se puebla más de ellas que
de ellos. Ellas son más valientes y generosas.¿Y esto, todo esto no es ser
iglesia y servir a la iglesia y a la humanidad? ¿Quién fue más María de
Nazaret ó María Magdalena o los apóstoles? ¡Qué más da! Es más importante
quien más ama y quien más sirve. En el fondo, pues, es problema de poder y
no de servicio el que puede llevar a la acusación de marginación de la
mujer en la iglesia.
"Hoy -afirmaba el Papa hace unos- en algunos ambientes el hecho de que la
mujer no pueda ser ordenada sacerdote se interpreta como una forma de
discriminación. Pero, ¿es realmente así? La cuestión podría plantearse en
estos términos, si el sacerdocio jerárquico conllevara una situación
social de privilegio, caracterizada por el ejercicio del poder. Pero no es
así: el sacerdocio ministerial, en el plan de Cristo, no es expresión
de dominio sino de servicio". La mujer tiene, pues, su propio,
específico e imprescindible papel en la Iglesia, que como afirma el Papa
es "el amor que recibe por su femineidad y también el amor que, a su
vez, ella da"... porque "la mujer no puede encontrarse a sí misma sino
es dando amor a los demás". Por ello, es el mismo Papa Juan Pablo II,
quien, en su Carta Apostólica "Mulieris dignitatem", da gracias "por todas
y cada una de las mujeres: por las madres, las hermanas, las esposas; las
mujeres consagradas a Dios por la virginidad; por las mujeres dedicadas a
tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra
persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia; por
las mujeres que trabajan profesionalmente; por las mujeres que cargan a
veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres
y
. Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios
en toda la belleza y la riqueza de su femineidad".