Una
de las características propias de la adolescencia es la necesidad de
buscar un cierto nivel de independencia y autonomía con respecto a los
padres, y en general a los adultos, principalmente aquellos (como los
maestros) que ejercen un cierto nivel de autoridad.
Este deseo de libertad forma parte de un proceso natural: la
búsqueda de la propia identidad, la necesidad de sentirse al mando de
la propia vida. Para lograrlo, necesitan probarse a sí mismos de lo que
son capaces, y por ello retan a la autoridad, violan las reglas para
ver qué pasa, se niegan a aceptar órdenes sin que éstas sean razonadas;
tratan de demostrar a sus amigos, mediante actos de franca rebeldía,
que ellos toman sus propias decisiones. Todas estas nuevas formas de
conducta, por lo general, toman desprevenidos a los adultos.
Muchos padres, al no saber cómo manejar este tipo de situaciones,
toman medidas extremas: o endurecen su enfoque disciplinario haciéndose
más exigentes e inflexibles; o bien, creyendo que es mejor no "echarle
leña al fuego", se hacen demasiado condescendientes, dejando que sus
hijos hagan prácticamente lo que quieran.
Ambos comportamientos extremos provocan una reacción negativa en la
mayoría de los adolescentes, porque o sienten que se les sigue tratando
como niños o llegan a la conclusión de que ya han dominado a sus padres
y que por lo mismo pueden actuar como mejor les plazca.
Pero tanto en uno como en otro caso, sienten que se ha abierto un
abismo entre ellos y sus padres y experimentan la sensación de sentirse
incomprendidos. Es difícil el paso de la niñez a la adolescencia. Es
complicado pasar de la adolescencia a la edad adulta. En el proceso, se
pasa por una etapa en la que ya no se es niño, pero tampoco se es
adulto.
Cómo ayudarlos.
¿Qué pueden hacer los padres ante esta situación? ¿Es posible
ayudar a los hijos a superar la crisis de la incomprensión? Muchos
expertos coinciden en que si bien esa etapa de incomprensión y
dificultad en la comunicación y convivencia entre padres e hijos es
normal, la actitud y el comportamiento de los padres en esta etapa,
puede contribuir a que el proceso transcurra con menos sobresaltos y se
llegue a un resultado positivo, especialmente si se toma en cuenta lo
siguiente:
No esperar a que la crisis estalle.
Más vale un enfoque preventivo. Antes de qué inicie la crisis, los
padres deben dedicar tiempo a sus hijos y desarrollar con ellos vías de
comunicación, escuchándolos y platicando con ellos vías de
comunicación, escuchándolos y platicando con ellos. Las vías de
comunicación deben establecerse desde mucho antes. Querer iniciar la
comunicación en plena crisis es una tarea casi imposible.
Aprender a "dejarlos ir", gradualmente.
Es recomendable darles oportunidad de que vayan tomando alguna
decisión. Propiciar la ocasión para que hagan elecciones en aspectos
como: ropa, paseos, diversiones. Dándoles su lugar y pidiéndoles su
opinión, para que se vayan entrenando a hacer un uso correcto de la
libertad.
Enfoque individualizado.
El gran error de muchos padres es querer tratar al adolescente
igual que como trataron a su hermano, o esperar que éste se comporte
como lo hizo su hermana.
Cada hijo es distinto y es importante desarrollar con cada uno,
una relación "a la medida". Detectando qué es lo que funciona y lo que
no funciona con cada hijo. ¡Cuidado con las "odiosas comparaciones!
Hacer que la comunicación sea una calle de ida y vuelta.
Muchos padres quieren arreglar todo con sermones, pero no escuchan
a sus hijos. Los padres tienen que aprender a “morderse la lengua" y
dejar que sus hijos opinen. Escuchar escuchar y escuchar.
Evitar los interrogatorios.
En ocasiones, la preocupación de los padres por sus hijos, los
lleva a convertir la comunicación en un "interrogatorio policiaco".
Haciendo demasiadas preguntas, provocan que sus hijos se "cierren" al
sentirse asediados e incomprendidos.
Mantener el equilibrio.
Evitar el excesivo control, sin caer en la tentación del dejarlos
"totalmente sueltos". Es importante razonar con ellos el porqué de las
cosas.
Seleccionar las "batallas".
No vale la pena entablar una lucha cada vez que el hijo actúa en
forma diferente a como nos gustaría. En ocasiones los padres quieren
controlar todo y armar pleito por todo. Hay que mostrar firmeza
solamente en las cosas que realmente son importantes. Hay cosas que son
intrascendentes, con las que conviene ser concesivo. Hay otras que son
vitales, en las que se debe mostrar una posición muy clara y bien
soportada.
El sentimiento de incomprensión tiene sus raíces en una deficiente
comunicación, pues casi todos los padres aman a sus hijos, pero la
forma en como demuestran su preocupación por ellos provoca que éstos
sientan que sus padres los quieren fastidiar y, por ello, se rebelan,
haciendo que los padres a su vez, visualicen esa rebeldía como
ingratitud.
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