Cuando
uno se enamora, es capaz de olvidar las citas con los amigos, los
programas preferidos e, incluso, el día de pago. Esa experiencia puede
durar días, semanas o meses, y crear alrededor sonrisas simpáticas de
quienes notan los despistes y murmuran la explicación más lógica:"Está enamorado".
Parece que la vida gira en torno a quien es ahora el nuevo centro
del corazón. Un retraso, una omisión de la llamada telefónica, una cita
que se pospone por un compromiso imprevisto de última hora, pueden ser
motivo de una inquietud que parece ridícula si se piensa fríamente,
aunque para el enamorado resulta la cosa más importante del mundo.
La vida lleva miles de estos encuentros a un compromiso mayor. El
noviazgo, una curiosa jaula que todavía deja abiertos muchos espacios a
la libertad de cada uno, es una aventura apasionante, llena de
esperanzas e ilusiones, de alegrías, de sueños, de profundidad.
Pero no basta. Y el amor culmina cuando los dos, llevados por aquel
impulso inicial que nació en un momento más o menos preciso del pasado,
llegan al altar, y se prometen fidelidad y entrega para toda la vida y
en toda la circunstancia. Se unen en matrimonio.
Casados y cansados.
Con el matrimonio se inicia una nueva fase en las relaciones entre
hombre y mujer, mucho más profunda, más rica, más comprometedora. Y no
pocas veces, llena de mayores problemas para los dos, que bien se
pueden superar si existe verdadero amor entre los esposos.
Pero cuando el amor que los unió no es verdadero, no resulta raro
que al paso de unos años, o peor unos meses, esos enamorados que se
prometieron “amor eterno” el día de la boda, hoy estén con bolígrafo en mano y abogado de testigo a punto de terminar un sueño que era para toda la vida.
Tal vez fue porque ella no sabía cocinar bien. Quizá porque él roncaba como un endemoniado. O alguna otra pequeñez.
De simplezas para divorciarse tenemos lleno el anecdotario. Y es
que ya no es de extrañarse ver tantos y tantos matrimonios que
fracasan, tantas y tantas parejas de casados (y cansados) que soportan
o sobrellevan, con un gran aburrimiento, el inevitable paso de los
aniversarios de bodas.
Si antes del matrimonio el sonido del teléfono era capaz de
levantarlos del sofá en el que se veía una emocionante película, ahora
parece que no dice nada el sonido de los zapatos en el umbral de casa
cuando llega el cónyuge.
La normalidad y la cotidianeidad han puesto toneladas de polvo a
un cariño que fue emocionante y vivo, y que ahora tiene mucho de
inercia y apatía.
A un paso del divorcio.
Es triste ver que hay parejas que ven al divorcio como una salida a
esa rutina que se forma con el tiempo. Parejas que no buscan, o quizá
no desean buscar, una solución a los problemas que aparecen.
Aunque hay casos en que puede ser dañino vivir con el otro cónyuge,
en los que el bien propio y de los hijos los lleve a la separación.
También existen casos en que se anule el matrimonio porque en realidad
nunca existió. Pero son casos excepcionales o deberían serlo.
Cuando unos esposos comienzan a plantearse el divorcio, simple y
llanamente están concibiendo la separación como una solución fácil y
barata. Hoy me siento a gusto con ésta, mañana la cambio por otra. Hoy
logro realizarme con éste, mañana, quién sabe.
Parece que hoy es posible casarse de mentiritas, por unos momentos. Es como decirle en la cara a la pareja: “sí, te amo, pero no te lo creas tanto. En fin me puedo aburrir de ti”.
Y las cosas van mal tanto cuando hay hijos como cuando no los hay.
Existe un cierto consuelo en algunos que, porque son jóvenes y no
han tenido hijos, piensan que no hay tanto problema al divorciarse.
¡Como si el matrimonio fuera comprarse un auto nuevo! Lo que se rompe
ahí, es la vivencia misma del amor. Lo que fracasa no es un hombre o
una mujer, son “ellos” y su amor como donación total. Se quiebra todo. Quizá se vuelvan a encontrar con otro, pero el corazón estará hecho trizas.
Y cuando hay hijos, parece no haber ojos que vean la angustia de
esos pequeños. ¡Tener que soportar el sufrimiento de ver a los seres
que más quieren y que siempre han visto juntos separarse por razones
que no entienden!
En busca de una solución
¿Cómo romper con esta situación? ¿Cómo avivar el fuego casi apagado de unas brasas sofocadas por una gruesa capa de cenizas?
Tal vez la solución está en retomar, como en los primeros días, el
amor fresco y libre. Se trata de ver en el otro a aquel corazón que un
día robó el de su enamorado, no para encadenarlo y privarlo de la
propia libertad, sino para englobarlo en una libertad superior, la del "nosotros".
Es importante aprender a renunciar, de vez en cuando, a un pequeño
derecho (como cuando se estaba en el noviazgo) para ofrecer un gesto de
cariño. Hoy será él quien no acuda a la jugada con los amigos para
poder salir de paseo con ella. Mañana ella preparará un pastel especial
para la cena, aunque sabe que por eso tendrá que perderse un capítulo
de su programa favorito.
Y así, miles de gestos de amor, aunque supongan pequeños
sacrificios. Ese amor alimenta, planifica, perfecciona la libertad y,
así, a la persona, al esposo y a la esposa.
El matrimonio es para toda la vida, y debe ser vivido siempre en
toda su plenitud para que realmente traiga felicidad a la familia. Los
matrimonios vividos a medias o mediocremente, no son matrimonios, pues
los verdaderos exigen una donación total.
Por esto, no existen los matrimonios “diet” ni los “light”. No hay que “dietizar” el matrimonio ni siquiera rebajarlo con un poquitín de agua. O se entrega todo, o de nada sirve.
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